Capitulo 5

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No amanecí en mi cama, pero no se ilusionen.

Me desperté en su cuarto, cubierta por un edredón negro, envuelta en una fragancia masculina y mi ropa en su lugar. Él dormía a mi lado, con un brazo doblado bajo su cabeza y el otro envolviéndome la cintura. Me gire lentamente para no despertarlo, hasta quedar frente a frente. Lo observé dormir un buen rato, tan solo contemplándolo.

Su rostro sereno, sus pestañas formando sombras bajo sus parpados, sus finos labios, juntos haciendo un sonido ligero al respirar, en su mandíbula había una pequeña sombra de barba. Me encontré sonriéndole en silencio y agradeciéndole por el consuelo, hasta que recordé que anoche había llorado un mar sobre su hombro y ahora mismo debería tener dos empanadas por parpados.

¡Mierda!

Me bajé con cuidado de no despertarlo, no podía imaginar cuan horrible podía verme.

Cosa que confirme cuando me vi al espejo.

Y cuando entré a mi habitación, veinte minutos más tarde, averigüe por que no me había llevado a mi cuarto. La ropa revuelta ocupaba la mayor parte de la cama, como una gran montaña a punto de derrumbarse. Debía hacer una limpieza y pronto, si no quería morir enterrada en una pila de ropa. Estaba segura que Cris no había querido arriesgarse a tener que luchar contra eso y perder un brazo en el intento.

Pero como dicen, Dios no cierra una puerta sin abrirte una ventana, o en mi caso, darme una hora de ventaja antes que él se levantara.

Cuando se despierta, ya me he bañado, maquillado y mis ojos retomaron su forma habitual a  base de agua fría y gel descongestionante, y estoy terminando de peinarme el cabello.

—Buen día gatita. —Se asoma a la puerta del baño, apoyando los brazos en el marco. Lleva puesto solamente un bóxer y no se por que, en el momento que lo descubro me siento avergonzada.

¡Había dormido así a mi lado! ¡Oh Dios!

Estaba escandalizada, mis mejillas se encendieron de inmediato y comienzo a ponerme rubor para disimularlo. Estas eran las cosas que nunca le contaría a Ana. ¡Parezco una virgen!

—Hola, buen día —respondo tímidamente concentrándome en mi imagen.

—Necesito el baño.

—Claro, claro —siento que mis mejillas arden aún más, cierro el neceser a toda velocidad sin mirarlo y lo dejo entrar mientras intento calmarme. Soy totalmente absurda, ¡como si nunca hubiera visto un hombre así!

Ridícula. Reprochándome voy a prepararme un café.

Es irrisorio, no es la primera que lo veo andar en bóxer por la casa, lo hace con frecuencia, pues es su casa. Pero el solo hecho de saber que él durmió así, a mi lado… enciende algunas partes de mi persona que no deberían encenderse.

Ana tiene razón, necesito un revolcón y pronto.

El resto del día voy pensando en Cristian. En el escándalo que había en mi rostro al saber que había dormido a su lado y la leve insinuación de que todo el mundo sabe a ciencia cierta que necesito sexo ya!.

Todo el mundo parece tener la brillante idea de soltar indirectas sexuales cuando estoy presente, como si tuviera un cartel pegado en la frente.

Al medio día, Manuel se da una vuelta por el mostrador y me regala unos chocolates, comienzo a preguntarme ¿Qué paso con los hombres como él?, aquellos que eran caballerosos, que regalaban piropos bien pensados, que hacían sonreír a una mujer con una mirada.

Él es uno más de los habituales de la clínica. Si no fuera por la diferencia de edad estaba segura que me enamoraría de él. Siempre tiene un comentario amable, disfruta de la vida bailando Tango y le encanta regalarme chocolates.

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