Me atacan pájaros locos

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Hace mucho calor en esta sabana. Demasiado. Parece que el dios del sol haya decidido bajar de los cielos y tomarse unas vacaciones en Laurentum. Por suerte para mí, tengo una gran paciencia fruto de años de experiencia en el arte de la caza, y una gran resistencia que proviene de mi herencia genética sobrenatural. Llevo sentada encima de un árbol por lo menos 2 horas, esperando a que le entre sed a alguna presa y decida venir a beber agua al riachuelo donde estoy escondida, para que pueda dispararle una flecha y venderla en el mercado. Sin embargo la suerte no está de mi lado. Llevo dos días sin poner una flecha en el arco, y tres sin cazar. A este paso voy a tener que vender mi casa y vivir en un cobertizo de esos que se llenan de ratas.

Justo entonces oigo un movimiento en unos arbustos a unos 20 metros de mí. Los sildes tenemos un oído excepcional, porque el sonido se mueve por el aire y ese es nuestro elemento."Te pillé, amigo" pienso inmediatamente, mientras coloco una flecha en el arco. Los arbustos se sacuden unos segundos más y de ellos sale un samer muy viejo que se inclina para beber en el río. Un samer es un ave con el aspecto de correcaminos y el tamaño de un avestruz, el doble de fuerte y muy apreciado por sus plumas, que son tan duras que sirven para fabricar cuchillos.
Espero pacientemente a que se ponga a tiro. De repente el viento cambia de dirección y arrastra mi olor hasta el animal, que mira hacia mi y se percata de mi presencia. Rápida como el rayo disparo a su cabeza, pero lo ve venir y se aparta. La flecha se clava en su ala, i el samer chilla de dolor. "Mierda" pienso. Ahora que me ha visto no podré volver a acertarle, ni siquiera desde el aire, porque es demasiado rápido. No me queda otra que sacar mi cuchillo de su funda para intentar herirle lo suficiente para debilitarlo.

La lucha es breve pero intensa. El samer intenta darme una patada con sus largas patas, pero la esquivo volando hacia un lado.¿Os he dicho que los sildes también tenemos alas? Cuatro preciosas alas parecidas a las de las libélulas, de color ámbar y duras como el diamante.

Mientras el samer gira para darme un picotazo le clavo el puñal en el cuello, con lo cual el animal suelta otro grito y cae al suelo, muerto. Creyendo que el peligro ha pasado, me arrodillo a su lado y dedico una pequeña oración de agradecimiento a Sara, diosa de la vida según la mitología de Laurentum. Tremendo error. Casi oigo la voz de mi padre diciendo "Írisa, recuerda que los samers viven en manada y se avisan unos a otros de la presencia de depredadores" antes de que otros tres samers aparezcan de la nada, saltando sobre la maleza y me rodeen. "Mierda otra vez" . No puedo salir volando sin que les de tiempo a saltar sobre mi, así que espero a que ellos ataquen primero. Cuando uno decide darme una patada en la cara, cojo una bolsita que llevo atada al cinto y la tiro con fuerza al suelo. Hace un fortísimo ruido al impactar contra la arena. Al instante, una llamarada de dos metros aparece delante de mi, ya que la bolsita estaba llena de polvos de sígir, tremendamente inflamables. Aunque cuestan un ojo de la cara, cumplen bien su función. Los samers salen huyendo del fuego, que se apaga segundos después. Miro el cuerpo del samer al que he abatido, que vale casi tanto como la casa que pretendía vender. "Como voy a fardar en la taberna", pienso con una sonrisa, antes de darme cuenta de que tendré que arrastrarlo hasta la ciudad. "Mierda por tercera vez".

Sildes, los hijos del aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora