25: Porcelana

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Los días pasaron. Mientras que Clara había sentido una cercanía momentánea con Jorge en la fiesta, el efecto no se había extendido a su vida diaria. A veces pensaba que eran como dos extraños que habían sido forzados a vivir juntos y que se trataban con mucha educación.
Incluso se preguntó si él no estaría teniendo una aventura con otra mujer, pero se dijo a sí misma que no lo creía capaz de hacer algo así.
Él iba a cumplir sus promesas.
Muchas veces Jorge tenía que viajar por negocios.

Dos semanas después de la fiesta se marchó a España y después a Grecia para mantener reuniones.
El día antes de la llegada prevista de él, Clara decidió unirse a un grupo de estudiantes que iban a un bar a celebrar que acababan de hacer un examen. Se divirtió mucho y se quedó hasta más tarde de lo que había previsto.

Cuando por fin llegó a casa, al meter la llave en la puerta previsto ésta se abrió.

—¿Dónde demonios has estado?

—¡Jorge! —gritó ella, asustada—. Se suponía que no ibas a llegar a casa hasta mañana.

—He terminado antes de lo previsto —dijo él, agarrándola por los brazos—. Estaba a punto de llamar a la policía.

—¿A la policía? ¿Para qué?

—No sabía dónde estabas.

—Tengo veintiocho años —dijo ella, enfadada—. Soy perfectamente capaz de cuidarme yo sola. Y no tienes por qué saber en qué lugar estoy a cada minuto.

—Cuando regreso a casa y no estás, ni hay ninguna nota ni mensaje que me informe de dónde estás…

—¡No me dijiste que ibas a regresar antes!

—Quería darte una sorpresa —dijo él con maldad—. Supongo que lo he hecho. ¿Con quién has estado, Clara?

—¿Me estás acusando de estar con otro hombre? —preguntó ella, incrédula.

—Simplemente responde a la pregunta.

—Después de clase un grupo de estudiantes fuimos a un bar llamado
Kairos… He cenado ensalada de espinacas y me he negado a bailar. Pero me he divertido, Jorge… y eso ya es más de lo que he estado haciendo
últimamente contigo.

Jorge pensó que ella había estado disfrutando de su libertad.

—¿Ya te has aburrido de mí? —gruñó.

—Estoy cansada de que me trates como si fuera un mueble.

—No seas tonta… eres mi esposa.

—Para ti soy una posesión más, eso es lo que quieres decir. También estoy cansada de que me trates como si fuera de porcelana, como si me fuera a romper si me miras de reojo.

—Estás embarazada —dijo él.

—No es una enfermedad. Es un estado muy natural.

—No me importa cómo lo quieras llamar… deberías haberle pedido al
chófer que te trajera a casa en limusina.

—He venido en taxi. Debes estar contento de que no vine en metro o
andando.

Entonces se creó un tenso silencio, roto por el sonido del timbre del teléfono.

—Ése será Alex —dijo Clara—. Querrá saber si he llegado bien a casa.

Ardiente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora