5: Te Deseaba

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(Maraton 2/2)

Durante dos segundos Clara se quedó paralizada en brazos de Jorge, que la estaba abrazando con fuerza. Tenía las manos en el pecho de él y pudo sentir lo fuerte que era.

Nunca la habían besado de aquella manera, con tal intensidad, con tanta necesidad y deseo.
Lo abrazó por el cuello y, cuando él le acarició con la lengua el labio inferior, abrió la boca y deseó que la saboreara, que la invadiera.

Jorge bajó las manos, le acarició las caderas y la apretó contra su miembro endurecido. Como el fuego, el deseo le recorrió las venas a Clara, que sintió las rodillas débiles y se aferró a él. Lo besó
apasionadamente y le acarició la lengua con la suya.
Deseó que aquel beso durara para siempre.

Pero entonces él la apartó de sí tan bruscamente que ella tropezó. Se
golpeó la cadera en la mesa.

-Olvídate de que he hecho eso... no volverá a ocurrir. Te veré mañana a las ocho y media.

Con la imagen de la impresionada cara de ella grabada en su mente, Jorge se marchó de la casa como si le persiguieran los demonios. Se preguntó qué le había poseído para haberla besado de aquella manera.
No la necesitaba.
No necesitaba a nadie.
Nunca lo había hecho.

El aire de la calle estaba un poco fresco, pero pensó que era eso lo que necesitaba, necesitaba perspectiva.

Acababa de romper dos de sus reglas esenciales; nunca tener algo con un empleado y nunca realizar el primer movimiento sin primero explicar cómo funcionaba el juego. Pero haber besado a Clara Anselmo no había sido un juego. Desde el momento en que sus labios habían encontrado los de ella, se había sentido envuelto por aquella mujer.
Absorbido por ella. Desesperado por ella...

Gracias a Dios que había encontrado la entereza para dejar de besarla.
Su coche estaba aparcado bajo unos árboles y cuando se acercó a abrirlo oyó unas pisadas tras de él.

-Te has olvidado las fotografías -dijo Clara.

Al mirarla, vio que tenía el pelo alborotado y pudo observar cómo se
le marcaban sus endurecidos pezones. Se dijo a sí mismo que no iba a besarla de nuevo y agarró el sobre con la punta de los dedos.

-Gracias.

Ella se echó entonces para atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.

-Yo no soy una de tus sofisticadas mujeres, Jorge. No juegues conmigo de esa manera... besándome como si fuera la única mujer en el mundo y después apartándome de ti como si te diera asco.

-¿Como si me dieras asco? -Dijo él, riéndose sin diversión-. Si no me hubiera apartado de ti, ahora mismo estaríamos haciendo el amor en el suelo de tu cocina.

Clara dio otro paso hacia atrás.

-¿Se supone que debo creer eso?

-Sabes que te deseaba.

-Nunca he conocido a nadie como tú. No sé qué creer -dijo ella, estremeciéndose.

El sentimiento de culpa se apoderó de Jorge.

-Entra en tu casa... Mañana nos vemos.

Emitiendo un pequeño sonido de angustia, Clara se dio la vuelta y corrió hacia su casa. Una vez entró, dio un portazo.

Jorge se montó en su coche y regresó a la residencia Correa. Al acercarse a la mansión y ver el lúgubre aspecto que ésta tenía, se planteó si podía culpar a su madre por haber escapado de allí y se preguntó si el contenido de las cajas le llevarían a comprenderla.
Aparcó el coche y entró en la casa. Se dirigió a la habitación donde había estado trabajando con Clara y depositó las fotografías sobre la mesa. Eran todas imágenes de Teresa de niña.
Parecía una pequeña feliz y despreocupada. Pero él no podía recordarla feliz...

Aquella noche, Jorge examinó cuatro cajas más con la recompensa de encontrar algunos de los informes del colegio de Teresita. En ellos se repetía una y otra vez que la pequeña no se estaba quieta y que creaba problemas.

Eran casi las tres de la madrugada cuando finalmente subió a la planta de arriba, completamente exhausto. Pero cuando se tumbó en la cama no fue Teresita la que le mantuvo despierto y con los ojos abiertos. Fue Clara.

Recordaba demasiado bien cómo ella había respondido ante su beso.
Pensó que nunca iba a quedarse dormido, pero finalmente el cansancio se apoderó de él. Soñó con la enigmática mujer que había sido su madre...

Después, mucho después, volvió a tener otro sueño. Uno en el que Clara estaba desnuda en un campo de flores y le tendía los brazos. Era preciosa.





Aunque le tentó hacerlo, Clara no se puso el traje marrón a la mañana siguiente. Pero eligió unos pantalones vaqueros anchos y un jersey grande de lana verde.

Si Jorge Correa se acercaba lo más mínimo a ella, le daría una bofetada y se marcharía.

Cuando llegó a la mansión, se encontró con que la puerta estaba cerrada con llave.

El día anterior, Jorge no había echado la llave para que así ella pudiera entrar. Sin ánimos para sutilezas, llamó con fuerza al timbre. Una, dos, tres veces. Pero no obtuvo respuesta. El coche de él, un elegante Mercedes, estaba aparcado en el garaje, por lo que sabía que estaba en casa.

Se preguntó si no habría cambiado de opinión y la había despedido.
Entonces llamó a la puerta con la mano y se dañó los nudillos. Al no obtener tampoco respuesta alguna, dio la vuelta a la casa y se dirigió al jardín trasero para poder mirar por la ventana a la habitación donde habían estado trabajando.
Estaba vacía, al igual que la cocina. Eran ya las nueve menos cuarto.

Había dormido muy mal y había estado soñando con sexo apasionado. Había soñado que se acostaba con Jorge entre sábanas color morado...

Regresó al coche y tocó la bocina, aunque por lo que sabía, él dormía
en la parte trasera de la casa. A continuación volvió a acercarse a la
puerta y a llamar al timbre. Pero siguió sin obtener respuesta.

Decidió marcharse a su casa y arreglar la habitación de Bauty.
Pero cuando fue a arrancar el coche, unas nubes ocultaron el sol y pudo ver el lúgubre aspecto que tenía la mansión Correa. Era deprimente.

Se preguntó si Jorge no se habría resbalado en las escaleras y si no se
habría hecho daño. Quizá estuviera enfermo.

Inquieta, se bajó del coche de nuevo, volvió a la parte trasera de la casa y vio que había una ventana abierta bajo una robusta parra virgen.

De niña había sido una escaladora temeraria que no le tenía miedo a las
alturas. Se quitó la chaqueta, contenta de haberse puesto sus botas de excursionismo, y comenzó a escalar.
Fue muy fácil y la pequeña aventura la animó un poco. Su vida había sido demasiado aburrida y debía añadir «aventura» a su lista.

Al llegar arriba abrió la ventana de par en par y se metió en la habitación. Cayó al suelo y pudo ver que era un dormitorio, el dormitorio de Jorge.

Ardiente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora