Aquellas personas, aunque no lo admitiese, eran importantes para él. Muy importantes. Tanto que, bajo ningún concepto, debía saber lo que había sucedido. Al menos no mientras otro Parente estuviese delante. Y es que, aunque ella no tuviese pruebas que lo evidenciasen, Daniela sospechaba que, en caso de auditoría interna, Aidur tendría algún que otro problema si se dedicasen a investigarle.

Por suerte, eso no iba a suceder por el momento... O al menos eso era lo que quería creer.

Puntual como de costumbre gracias al uso de transporte privado, el Parente Adam Anderson acudió a su cita con Aidur Van Kessel. Los dos hombres se conocían desde hacía ya bastantes años, y aunque desde que el segundo fuese ascendido apenas compartían tiempo, entre ellos seguían existiendo grandes lazos de amistad.

Aidur acudió a la puerta a recibir a su gran amigo. Ambos se estrecharon primero la mano tal y como marcaba el reglamento, con formalidad. Seguidamente, ante la ambigua sonrisa de las dos asistentes, tanto Daniela como Teresse, la agente de Anderson, se fundieron en un abrazo fraternal. Se palmearon las espaldas, bromearon y, tal y como marcaba la tradición, entraron en el salón de actos.

Adam Anderson apenas había cambiado en los últimos años. Alto y delgado, el Parente era un hombre muy apuesto de porte imponente que difícilmente pasaba inadvertido. Dotado con una sonrisa de ensueño y hermosos y llamativos ojos azules, Adam era capaz de eclipsar prácticamente a cualquiera, incluido a Van Kessel. Su cabello, castaño oscuro, dibujaba suaves hondas alrededor de su rostro, tal y como siempre lo había hecho desde que era un niño. Vestía de verde esmeralda y negro, sus colores favoritos, con botas altas hasta las rodillas y un largo abrigo aguamarina que, dependiendo de la luz, parecía fluctuar como las olas del mar.

Desde que le conociese hacía ya cinco años, Daniela había caído presa del encanto del Parente. Pocos hombres había visto tan inteligentes y misteriosos como él. No obstante, había algo en su manera de pensar que la inquietaba demasiado como para poder llegar a confiar en él. Van Kessel, sin embargo, difería. Él le quería como si de un hermano se tratase y, como tal, le confiaba prácticamente todos sus secretos.

—Tienes muy buen aspecto. ¿Sales poco del templo, eh?

—Por lo que tengo entendido bastante menos que tú, Aidur. ¿Con qué has perdido ahora la cabeza? No me digas que sigues con esas locas investigaciones tuyas. Ahí abajo no hay nada, amigo.

—Ya veremos lo que opinas cuando salgas de aquí.

Daniela les seguía a una distancia prudencial, junto a Teresse. La asistente de Adam, al igual que ella, se había vestido elegantemente para la cena, aunque sabía que nadie iba a fijarse en ello. Al igual que le sucedía a Nox y al resto de agentes, mientras hubiese un Parente delante nadie repararía en ellos.

—Me alegro de verte, Teresse —saludó Daniela educadamente. Teresse, al igual que Adam, era algo más mayor que Aidur y ella, pero ambos tenían actitudes tan desenfadadas que apenas se notaba la diferencia—. ¿Has venido sola?

—Yo también me alegro, Daniela. Y sí, vengo sola. Hasta donde sé esta una visita a nivel personal, no laboral, así que el Parente ha preferido dejar al resto en el Templo.

El resto de compañeros ya les estaban esperando en el salón de actos, de pie frente a la gran mesa central en la cual se celebraría la cena. Varick Schmidt, todo serenidad y calma, aguardaba en un lateral acompañado de su  media docena de lobos, los cuales, obedientemente, permanecían sentados con la cabeza bien estirada a modo de saludo. Kaine Merian, en cambio, no se despegaba ni de la mesa ni de su copa, la cual, según había podido saber la asistente gracias a los camareros, ya había llenado cuatro veces.

ParenteWhere stories live. Discover now