Capítulo Cinco

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Si no hubiese estado sentada, literalmente me hubiese caído de espalda al suelo. Había creído que él era un fundador más, alguien que era simplemente amable y que quería ofrecerle una mano a Max, pero no, era su jodido abuelo. Max me había traído a la casa de su abuelo y ni siquiera me lo había dicho. Lo iba a matar. ¡Joder! Desde que me pasó el maldito collar que tenía ganas de matarlo por mentirme, y ahora las ganas de llevar a cabo mi macabro plan solo iban en aumento. La ira fue creciendo poco a poco dentro de mí mientras repasaba los últimos sucesos en mi cabeza. Max me estaba ocultando demasiadas cosas, o como decía él, 'omitiendo accidentalmente información', y eso no me gustaba. Tenía que haber algo más grande en la cabeza de Max.

- No te enojes con él –salió en su defensa, Albert-

- Max sabe muy bien que detesto las mentiras.

Albert no tenía la culpa de que su nieto fuera un mentiroso empedernido, pero me cabreaba demasiado el tan solo imaginar que quizás me había mentido un montón de veces más y yo ni siquiera me había dado cuenta.

- A nadie le gustan las mentiras, pero –recargó su cuerpo contra la mesa y dio un pequeño suspiro- a veces son necesarias. Cuando no queremos que alguien que nos importa salga herido, tendemos a mentir.

- Esa no es una excusa.

- Lo sé pero...

Max entró como un torbellino a la cocina, tomándome del brazo, obligándome a bajar del asiento y prácticamente arrastrándome fuera de esta.

- ¿Qué te pasa? –espeté intentando soltarme-

- Nos vamos –gruñó-

En eso su padre se atravesó en nuestro caminó, dándole un empujón con ambas manos sobre su pecho, provocando que tanto él como yo perdiéramos el equilibrio por unos instantes. Mis ojos se abrieron más grande de la sorpresa al ver lo dilatadas que estaban sus pupilas. Eso daba miedo.

- Tú no te vas a ninguna parte –exclamó su padre- ahora tú también corres peligro. Maldito el día en que se te ocurrió venir a este estúpido pueblo y enamorarte de esta.

Digamos que ya me había acostumbrado un poco a sus incesantes insultos, pero eso no quitaba el hecho de que sus palabras me dolieran.

- Marcos, por favor... -susurró la madre de Max, tomándolo por su brazo, en un intento de tranquilizarlo-

- ¿Max, qué sucedió? ¿Qué pasa?

- Que fue una pésima idea venir hasta aquí, eso pasa –gritó molesto mirando a su abuelo. Me dio una rápida mirada y volvió a tomarme del brazo- nos devolvemos a la ciudad.

Volvió a arrastrarme ante la incesante y enfurecida mirada de su padre. Puede que Max tuviera la justificación necesaria para estar molesto con sus padres y claramente no me lo iba a decir hasta que se le pasara el enojo, pero no iba a dejar que me incluyera en sus pataletas y me arrastrara de aquí para allá como si fuera un perro. Me detuve de un sopetón, provocando que él se girara a verme con el ceño fruncido y sus pupilas igual de dilatadas que las de su padre.

- Yo no voy a ninguna parte. Mis amigos vienen para acá y quede de ir a ver a mi familia este fin de semana. Puedes irte tú, pero yo no me voy.

- ¿Qué? –gritó sorprendido- ¿Cómo que no te vas conmigo?

- No me voy, Max. No es tan difícil de entender –dije rodando mis ojos y negando con mi cabeza-

Los Warner #2: No confíes en nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora