Durante aquel periodo, el cual se alargó cien años, la unión de la mente humana y la capacidad y destreza de los androides había permitido convertir aquel triste y abandonado planeta en una moderna y fructífera telaraña de minas, ciudades, refinerías e industrias a la espera de ser habitadas.

Cien años después, ya con toda la estructura preparada para el hombre, una nueva oleada de colonos procedentes de todos los planetas habitados del sistema solar acudió a Mercurio para llenar de vida sus ciudades y minas. A la cabeza de estos se hallaban muchos nobles ansiosos por poder extender sus dominios más allá de sus planetas de nacimiento, pero también artistas, pensadores y científicos.

Entre ellos, con el tiempo, Lady Ashdel Bicault, se convertiría en uno de los personajes más importantes de la época gracias a sus grandísimas inversiones en ciencia.

Así pues, tras cien años de abandono, en apenas un par de meses las cinco grandes ciudades subterráneas se habían llenado, las minas habían empezado a ser explotadas y las refinerías y las fábricas, en consecuencia, a trabajar a todo gas.

Durante los siguientes dos años, Mercurio se convirtió en un planeta muy próspero hacia el que, poco a poco, todos los grandes mandatarios del sistema iban desviando la mirada. Sus ciudadanos eran ricos, las inversiones procedentes del exterior cada vez eran mayores y, en general, el comercio se estaba extendiendo de tal modo que, alcanzado el mes veinticuatro, todas las revistas del sistema ya hablaban de Mercurio como el gran descubrimiento del siglo.

Lamentablemente, alcanzado el mes veinticinco, todo cambiaría para siempre.

Víctima de lo que a partir de entonces se conocería como el Gran Colapso, cuatro de las cinco ciudades se vieron sacudidas por el fallo generalizado de todos los generadores planetarios. Las fuentes de energía fallaron, los sistemas de reciclaje de aire se detuvieron y, en escasas horas, todo lo que hasta entonces había funcionado, se detuvo para siempre.

Poco después, apenas cinco horas de oscuridad total, todas las cúpulas de contención que habían permitido la habitabilidad en las ciudades hasta entonces estallarían a la vez, sin motivo aparente, imposibilitando así la supervivencia humana.

Fuese lo que fuese que causó la destrucción en masa, jamás se sabría. Los únicos supervivientes, tan solo el 5% de toda la población de un planeta, estarían demasiado alejados del núcleo como para poder dar una explicación sobre lo ocurrido. Del resto, para sorpresa de los miembros de las flotas que acudieron en su búsqueda apenas una semana después, no quedaba nada.

Absolutamente nada... Salvo una última grabación en la cual, Lady Ashdel Bicault, aseguraba que había algo en lo más profundo de las minas.

Durante los siguientes ciento veinte años, únicamente los supervivientes de Nifelheim habitaron Mercurio. Muchas fueron las flotas que acudieron una y otra vez a las ciudades en ruinas en busca de respuestas que jamás hallaron. Ni cuerpos, ni grabaciones, ni ningún tipo de soporte en el cual hubiese quedado registrada la más mínima pista sobre el destino de los habitantes de Caloris, Bermini, Melville y Chao Meng-Fu.

Era como si, de algún modo, se hubiesen vaporizado.

Las investigaciones se alargaron durante casi dos décadas. Lo acaecido en el planeta había levantado una auténtica polvareda de dudas, intrigas y preguntas incómodas ante las que el Consejo no sabía qué responder. Por suerte, al igual que todo, con el tiempo lo ocurrido fue quedando relegado a un segundo plano hasta que, por fin, ochenta años después, fue olvidado. A partir de entonces, empleando fondos internos del propio Consejo para ello, se reiniciaron las labores de reconstrucción del planeta para que, ciento veinte años después de su destrucción, las nuevas Caloris, Bermini, Melville y Chao Meng-Fu volviesen a alzarse sobre sus cenizas.

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