Capítulo 2: ''No mi mejor día- Parte 2''.

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―Buenas noches, yo los estaré atendiendo hoy ―ya frente a ellos, me las arreglo para poner una sonrisa forzada. Paso los menús de uno en uno con la cabeza gacha de cansancio, conteniéndome a no soltar un sonoro bostezo.

Algunos de ellos ni siquiera ocuparon mirar el menú, sino que pidieron la clásica hamburguesa y una coca-cola grande. Otros se tomaron su tiempo hasta que de uno en uno todos los pedidos fueron recogidos, excepto el de un chico de aspecto intimidante que se encontraba frente a mí. Con el ceño fruncido, retiro los ojos de la hoja y me miró fijamente, parecía ¿molesto? O fastidiado quizá. Lo más probable es que esperara a una camarera buenorra que le tomara el pedido. Pero no, cariño, aquí me tienes a mí, la tabla de surf.

Su cara de compungido se transformó a otra donde me mostraba una sonrisa arrogante, mordí el interior de mi mejilla. Con las manos en las caderas, comienzo a impacientarme, me inclino sobre la mesa recogiendo todos los menús menos el de aquel chico. Mientras más pronto estén listos, más pronto podre irme a casa.

―Cuando sepas lo que vas a pedir, me avisas ―sin esperar por su respuesta doy media vuelta y le dejo los pedidos a Tony, el cocinero.

Me dirijo con el trapeador a la máquina de helado, a lo largo del día el piso en esta área suele ponerse pegostoso gracias a los niños pequeños y descuidados. Lo restriego de un lado a otro, hasta que estoy satisfecha con el resultado, entonces me giro para ir a lavarlo y ponerlo en su lugar.

Una barrera me corta el paso y al chocar contra ella casi caigo, de no ser porque una mano me tomo con fuerza del antebrazo. Una mano demasiado tatuada, diría yo. Me retiro del agarre y levanto la cabeza para ver de quien se trata, la figura es más alta que yo.

―Eh, ―el chico achina sus ojos marrones, que se detienen por un momento en mis pechos para después dar en la diminuta placa con mi nombre― Beth. Ya sé lo que voy a pedir.

Lo miro de reojo, mientras asiento y busco en las bolsas del delantal la libreta y pluma. No me pasan desapercibidos el piercing en su nariz y una pequeña cicatriz a la altura de su ceja. ―Aja ―digo, esperando la orden.

―Me gustaría tenerte en mi cama, con solo ese delantal puesto ―con la pluma a punto de escribir en el papel, levanto la cabeza lentamente hasta que doy con sus ojos, sin creer que acaba de decir aquello con total naturalidad. ¡El muy imberbe! Lo sé, mi intento de insulto no tiene sentido pero ufff.

Las comisuras de sus labios se elevan en un gesto de diversión, cruza los brazos en su pecho dándome un buen vistazo de la cantidad bárbara de tinta en su piel, relame su labio inferior.

Háganme el favor, otro que se cree la última soda en el desierto. No es el primer chico que llega aquí dándose esos aires, y como mi turno está por terminar prefiero ignorar la picazón de mi mano por estamparse en su cara. Ni siquiera le voy a responder como se debe, no vale la pena gastar mi saliva.

―Imbécil ―murmuro, da un paso cortándome de nuevo el camino cuando dispongo a rodearlo. Mi pierna se enreda con el trapeador empapado y termino estrellándome contra algo duro, segundos después algo frio comienza a chorrear por mi espalda y me giro extrañada.

Helado de chocolate y vainilla se derrama a gran velocidad, tomo la palanca para detenerlo pero esta no parece ceder. Pico los botones de la maquina como loca esperando que uno la haga apagar pero esto solo lo empeora, pues un nuevo sabor se ha unido al desastre: fresa.

Gracias Beth, tu idea fue fantástica, ¿Por qué mejor no pones la boca bajo el chorro y así evitar que se desperdicie?

Henry aparece en mi campo de visión, observando mis movimientos frenéticos. Estoy segura de que si pudiese sus ojos me lanzarían cuchillos en este momento. Me encuentro ya completamente empapada por la mezcla resultante de vainilla-fresa-chocolate cuando los chorros de sabores cesan, mis ojos vuelan rápidamente al chico que de alguna forma me ha hecho causar esto. En su mano sostiene el cable desconectado de la máquina, y su cara es de total mofa.

Entrecierro los ojos, ¿Cómo no se te ocurrió eso, Beth?

―Bethany ―habla Henry cortando mi regaño mental, probablemente conteniéndose a vociferarme porque hay clientes. Su rostro esta rojo que hierve―. Vete ahora mismo a cambiar esa mezcolancia que tienes encima y luego vienes a limpiar esto ―hace un gesto al piso.

Camino (o más bien corro) al baño donde después de casi veinte minutos cambio mi ropa y logro verme medio decente. Ya pasan de las 8:00 pm, pero me recuerdo que falta limpiar todo el cochinero antes de poder largarme, y casi me dan ganas de llorar.

Por supuesto, para cuando salgo cargada con un balde y mil trapos para limpiar, ya no hay ningún cliente, afuera está completamente oscuro.

¡Lo que faltaba! Perdí el último camión y tendré que caminar a casa, o tomar un taxi que me costara demasiado. 

ARROGANTE ©Where stories live. Discover now