Capítulo 1: ''No mi mejor día''.

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El tonto delantal negro que llevaba puesto se había enganchado con algo mientras me vestía en el cuarto de servicios, mire con fastidio el pico que sobresalía de la pared, ahora una gran rotura dejaba ver los jeans azules detrás que llevaba con este.

Fruncí el ceño un tanto mosqueada. La mala suerte hoy no tenía otra cosa más que traer desgracias a mi vida. ¿A caso es un castigo de Dios por llevar un santiamén sin pisar la iglesia?

Me acerco al espejo, recojo los mechones sueltos de pelo, que se creen un tanto divergentes por las tardes, pues apenas y los acomodo ya se han vuelto a soltar. Tomo la gorra amarilla y me la pongo de mala gana, eso de llevar gorra dentro del establecimiento me parece una ridiculez, (lo mismo que pensaba de usar lentes oscuros en plena noche) pero que le iba a hacer si así era el uniforme.

Mi ritual de todos los días antes de empezar mi turno –que es de 2:30 pm a 8:00 pm- consistía en ponerme frente al espejo, quejarme de mi vestimenta, ponérmela de todas formas y salir con la mayor flojera del mundo deseando que hoy no viniera tanta gente, lo cual era imposible, pues el McDonal's era un sitio de lo más concurrido, sobre todo en las tardes. Mi trabajo aquí es de medio tiempo, tenía toda la mañana para mí, al menos hasta dentro de dos días cuando las clases empezaran.

Dos golpes en la puerta y luego la cabeza de Neira aparece entre el pequeño espacio, regalándome una de sus típicas sonrisas. ―Ya ha empezado a llegar gente, Señor puntualidad está preguntando por ti y le he dicho que ya salías.

Ruedo los ojos, Henry –aka Mr. Puntual, Don reloj, Puntualito y entre otros sobrenombres que se nos van ocurriendo- es el encargado de los trabajadores vespertinos, que son cinco en total, contándome. No es un mal tipo, pero es un tanto desesperante pues suele andar arriándome todo el tiempo si me demoro aunque sea unos minutos, nos persigue a todos cual gallina enojada cuando intentas agarrar a sus pollitos.

Neira, quien es la única amiga que tengo y que soporta mis desgracias como si fueran las suyas propias, se vuelve para atender a un par de personas. Yo me pongo a limpiar unas mesas, para después atender a los clientes que van llegando, cosa que aunque no es nada del otro mundo, me cansa sobremanera a lo largo del turno.


Mis pies duelen después de llevar sin parar las bandejas de comida las últimas cuatro horas. Observo el reloj de mi muñeca con disimulo –pues según Don puntual hacerlo descaradamente frente a los comensales es una falta atroz de respeto- y me doy cuenta de que son las 6:58 pm, la tarde ha pasado con una rapidez impresionante y para mi sorpresa fue un día tranquilo, sin contar a un chiquillo gordo que derramo un par de bebidas las cuales tarde una eternidad en limpiar.

Paso el trapo por quinta vez en la misma mesa que llevo limpiando hace quince minutos, tratando de matar el tiempo para ya irme.

― ¿Qué pasa con esta mesa? Parece le has tomado mucho cariño ―me giro para encarar a mi amiga, su pose me causa gracia pues suele poner los brazos como jarras sin notarlo, haciéndola lucir como una abuela regañona.

―Bah ―respondo, haciendo un ademan―, no tanto como se lo tome ayer a los cubiertos que quedaron súper relucientes.

Ríe, deshaciéndose de su delantal, por alguna razón su turno acaba una hora antes del mío. Obvio aquello siempre me ha parecido una traición e injusticia, pero teniendo en cuenta que ella me consiguió el trabajo en primer lugar porque estaba necesitada de dinero, no me queda otra más que morder mi lengua y mirarla con ojos ardientes en llamas cuando se marcha dichosa a casa y yo tengo que quedarme otra hora.

―Nos vemos el lunes, Beth, mándame un mensaje cuando llegues a casa ―Le digo adiós y la veo desaparecer por la puerta, cargando con su usualmente rota mochila gris y su par de trenzas despeinadas.

Más tarde, suelto un bostezo que se ve interrumpido por el estruendo de varias motos que se han detenido afuera, cinco chicos con fachas de tipos rudos hacen su aparición por la puerta y se dirigen a las últimas mesas platicando y riendo entre ellos.

Suspiro, pues mis ruegos para que ya nadie pasara por aquella puerta no se hicieron realidad.

Ya que Wendy se encontraba en el auto servicio, y Don puntual nunca se encargaba de las mesas, soy yo la que toma los menús y se dirige con paso decidido a ellos. 

ARROGANTE ©Where stories live. Discover now