En el 39, nuestro fama como familia Nazi resonaba cada vez más y más, bueno, a decir verdad me refiero a los Bruckner, quienes se empeñaban en hacernos parte de su fama, aunque nosotros apenas resaltabamos porque mi padre llevaba la contabilidad y auditoría de ciertas partes del partido Nazi de manera muy adecuada, por lo que era del agrado de todos los nacionalistas, así que el era más un ayudante en vez de alguien importante porque por supuesto había grandes contadores al frente, todo esto formaba parte de un acuerdo que consiguió el señor Bruckner para que no se lo llevaran como soldado, cosa que le agradeceré eternamente .
Los sábados como espectacular tradición juvenil cenábamos con tenientes importantes y allegados a el Führer, al principio tenía que vestir las estúpidas trenzas y el uniforme Nazi, ese de las muchachitas colegialas, por suerte eso cambió tan pronto como cumplí 18 para luego tener la posibilidad de lucir más como una mujer. A estas cenas de sábado por la noche, algunos soldados jóvenes de familias importantes se nos unían ocasionalmente y Bianka no perdía tiempo para lucir su sonrisa y obsesivo amor a el Führer, por otro lado yo me limitaba a sonreír y menear la cabeza con sonsas afirmaciones mientras todos le adoraban a ella, la casi perfecta alemana.
El 1° de setiembre, era un tarde tranquila, aun le recuerdo como si fuera ayer, el otoño invadía las frías calles de Berlín, habían coloridas y secas hojas de árboles por doquier, con más silencio, debido a las grandes aglomeraciones que se hacían en diversos lugares, situación que se encargaba de barrer la gente de las calles y reunirle, una vez allí todos parecían cada vez más violenta y alegres conforme se aglomeraban como ganado, todos hablan del tercer Reich y la honra que es para el país ese estupendo hombre, todos añoraban la guerra para vengar nuestra vergonzante perdida en la primera guerra mundial, afirmaban que esta vez si lo lograrían y que su comienzo era eminente y nos tocaria pronto la puerta, los alemanes odiaban perder, recuerdo que ya estábamos al tanto de que nuestros fuertes soldados atacarían Polonia con la fe de explotar una guerra más, en la cual ganaríamos, ya que estábamos más que preparados, porque teníamos el líder correcto y dinero suficiente, en cuanto al dinero debo decir que el señor Adolf, de manera sorprendente y eficaz logro traer tantos ingresos que las enormes aglomeraciones de personas sin vivienda que morían de hambre por las calles habían desaparecido por completo, les dio trabajo, techo, comida y algo sumamente importan esperanza, creanme cuando digo que morían, no dejaban espacio por las calles de Berlin, Frankfurt, Munich entre otras tantas, aun recuerdo ver a personas moribundas deteniendo el paso de las aceras, uno con la mirada perdida y otros con tristeza y desesperación. Esa tarde estábamos en nuestra salita de estar cerca de la radio escuchando la novela de la tarde, papa leía su revista de economía que había llegado hacía unos días, mamá bordaba una bufanda roja en su sillón predilecto, Hertha escuchaba con atención la radio y sus ojos muy abiertos, Karl miraba hacia el infinito al igual que yo, Johanne fumaba su pipa como todo un hombre cuando apenas tenía 21 años, inmediatamente finalizó la novela reconocimos la voz del locutor de las noticias y volvimos a la realidad, todos prestamos atención a sus palabras, ahí estaba lo que tantos esperaban y lo que unos pocos temíamos, El Inicio de la segunda guerra mundial, mis manos comenzaron a temblar mi padre me miró con dolor, cerró los ojos y guardo silencio, mamá sabia que con mi padre a su lado no podría celebrar como se debía, jamas, ya que pese a no decirlo en voz alta, mi madre era plenamente consciente que el no lo apoyaba y por el bien de todos era algo que no se mencionaba, ni a solas ni mucho menos en publico, así que ella y los demás corrieron a la casa de los Bruckner, mi padre y yo permanecimos en silencio sin mirarnos, me puse en pie y camine hacia el, las lagrimas de dolor en mi alma comenzaron a correr por mis rojas mejillas me acurruque en sus regazos y no dijimos nada, el sabia mi dolor, ese dolor que me helaba los huesos, eso decía que miles de inocentes acaban de morir en Polonia y muchos seguirían muriendo, nos dirigimos con lentitud a casa de sus jefes, la segunda guerra explotó y todos celebraban, los únicos sensatos parecían ser mi padre, la señora Bruckner y yo que permanecíamos en silencio y ocasionalmente actuábamos nuestra alegoría patriótica en su gran sala de estar llena de muebles finos que parecían perder valor para mi vista con todo esto.
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Desde Auschwitz
Historical FictionGertha Hunersdorff, una joven nazi por obligación y no por devoción, nos relata con detalles su vida en la segunda guerra mundial, una época de crímenes internacionales. Esta historia nos sumerge en la ideología Nazi, cuando en 1930 su familia cola...