Capítulo 11: Bajo la luna

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-No lo puedo creer Ayna –dijo Andrew –ese es uno de los concursos más importantes de todos los estados unidos ¿No será una broma verdad?

Ayna negó con la cabeza.

-Ya has visto la carta Andrew –dijo Peter – ¡nos vamos a Los Ángeles!

-Mi madre no podía creérselo escribió Ayna –Es algo muy grande.

-Y que lo digas. ¿Cuándo tenemos que estar allí?

-El día 15 de Diciembrecontestó Ayna Es durante las vacaciones de Navidad.

-Eso es de aquí a tres semanas –contesto Peter –tenemos que preparar muchas cosas.

Se encontraban en casa de Andrew. En el garaje. Allí su padre les había cedido, después de largos meses de lucha, un espacio para ensayar. Allí habían montado una batería y un teclado eléctrico que substituía al piano. También se encontraba allí el bajo de Peter aunque casi nunca lo dejaba allí, normalmente lo guardaba en su casa y lo traía para ensayar.

Hacía mucho calor esa tarde así que habían dejado la puerta de metal del garaje abierta.

En aquel momento una figura apareció en la calle y se aproximó a la puerta del garaje. Era Nathan.

-¿Es que viene a buscarte Ayna? –Dijo Peter en tono burlón -Que caballeroso –río.

Ayna le dio un codazo y saludó a Nathan con la mano. Este les saludó también al llegar a la casa.

-Bueno, la verdad es que quería hablar con vosotros –dijo desde la puerta del garaje.

-Habla ahora o calla para siempre –dijo Peter.

-Quería proponeros una cosa –dijo –aun no tenéis ningún lugar en el que alojaros en Los Ángeles ¿verdad? –Todos negaron –A eso voy. Tenemos una casa de veraneo cerca de la ciudad y mi madre me ha dicho que si queréis podéis alojaros allí con nosotros durante el concurso.

Todos se quedaron parados ante la noticia, Aquello era fantástico. Estarían cerca de Los Ángeles y no tendrían que quedarse en cualquier hotel de mala muerte, que era lo único que podían permitirse con sus ahorros.

-¡Eso es genial! –gritó Andrew.

-Si –dijo Peter –nos ahorraría muchos problemas. De verdad que muchas gracias.

-Voy a decírselo a mi madre –dijo Andrew que corrió hasta las escaleras para subirlas de dos en dos hasta el primer piso.

Ayna se dirigió hacia la puerta del garaje para encontrarse con Nathan

-¿Te vas ya Ayna? –preguntó Peter.

-Si –escribió –me marcho con Nath.

Peter asintió. Yo me quedo a cenar aquí con Andrew, que me ha invitado su madre ¡Nos vemos mañana!

Ayna se despidió con la mano y salió del garaje con Nathan. Cruzaron el jardín y se dirigieron hacia la calle. El padre de Andrew tenía una obsesión por su jardín, salía a cuidarlo prácticamente todos los días y los fines de semana pasaba la mañana regando, podando o cuando veía que se le había acabado la faena, leyendo en el banco que había bajo el olivo de delante de la casa. Toda una pieza que era la mayor admiración de todos sus vecinos. Ayna se recordaba con diez años menos, escalando por aquel olivo con Andrew y Peter, jugando a que eran piratas, perdidos en una isla desierta, esperando a divisar un barco desde la rama más alta de aquel olivo.

-Buenos días –les saludó el padre de Andrew que acababa de asomarse por encima de los arbustos que se encontraban delante del porche. Trabajaba concentrado en recoger las hojas que habían dejado los vientos de la pasada semana en el camino y no quisieron molestarlo. Ayna le saludó con la mano y le devolvió el cumplido con una sonrisa.

Llegaron a la acera. Allí en el borde había estacionada una moto azul oscuro. Nath se dirigió a ella y se giró hacia Ayna al alcanzarla.

-Ayna ¿tienes algo que hacer esta tarde? –dijo sonriendo. Ayna negó con la cabeza lentamente, no sabía muy bien lo que se llevaba Nath entre manos pero poco le importaba solo por el hecho de estar con él –fantástico –respondió Nath ¿Te gustaría pasar conmigo lo que queda de este maravilloso día?

Ayna sonrió y asintió entusiasmada. Nath la cogió de la mano la volteo y la acercó a la moto azul que había en la calle.

Del bolsillo de la chaqueta sacó unas llaves y abrió el pequeño portaequipaje del vehículo. Saco dos cascos y le tendió uno a Ayna.

-Es de mi hermano pero supongo que te irá bien –dijo Nath –la moto la compartimos, la pagamos a medias pero normalmente se la queda él ¡Hoy me toca a mí! –rió. Ayna se puso el casco y los dos subieron a la moto.

Al arrancar se agarro fuerte a la espalda de Nathan. Era la primera vez que montaba en una moto y la verdad era que le daba un poco de respeto. Mientras avanzaban entre las calles Ayna se sentía volar, no quería cerrar los ojos, solo sentir el viento en la cara, como lanzaba su pelo hacia atrás. Miraba a los lados para ver como poco a poco las luces de la ciudad se encendían y corrían a su alrededor mientras el cielo se apagaba y el sol se escondía entre los edificios.

La moto desaceleró y pararon ante las puertas de un cine, se encontraban cerca de la 5ª avenida. Ayna nunca había entrado en aquel cine, aunque le encantaba ir a ver películas, ella y Lizzy habían pasado tantas horas delante de la gran pantalla… Hacía tiempo que no habían quedado para ir al cine con ella.

-¿Qué vamos a ver? –preguntó Ayna.

-¿Quién ha dicho que vayamos a ver una peli? –respondió Nathan

Cogió a Ayna de la mano y le dijo que cerrara los ojos. La llevó hasta la parte trasera del cine, donde se encontraba la escalera de incendios y la hizo subir. Ayna solo sabía que subía y subía mucho. Cuando llegaron arriba Nath le dijo que abriera los ojos.

Se encontraban en una azotea, sobre las salas de cine supuso Ayna. Allí había una terraza con un par de bancos y macetas con flores, iluminadas por la luz de la luna… y de velas, había velas en una mesa en el centro de la azotea. Una mesa con dos sillas, un mantel y dos platos, todo preparado delicadamente para una cena bajo las estrellas.

 -¿Qué te parece si hoy cenamos en un lugar diferente? –preguntó Nathan a Ayna, pero esta estaba demasiado maravillada para responder.

A Través de la MúsicaWhere stories live. Discover now