Caliel no respondió, se quedó allí unos minutos en silencio hasta sentir que ella empezaba a tranquilizarse. Era inútil discutir con Elisa enfadada; no escuchaba razones.

—Mira —dijo al sentirla mejor—. Se supone que los ángeles de la guarda estamos para cuidar de nuestros protegidos, pero no podemos intervenir en sus destinos. Cuando un ángel visualiza el peligro, intenta transmitirle al humano por medio de una sensación intensa que ustedes conocen como «presentimiento». Entonces es el humano quien decide seguir esa sensación o hacer caso omiso de ella. En nuestro extraño caso, yo puedo hablarte y tú me oyes. Te advertí del peligro cuando te dije que rodeáramos la cuadra.

—Sí, pero fue demasiado tarde. ¿Acaso andan mal tus sensores? —insistió ella molesta.

—Quizás debía suceder, Elisa. Tienes que entender que hay momentos en que las cosas simplemente deben suceder. Se supone que son para crecimiento de la persona.

—¿Qué clase de crecimiento podría darme una situación como esta? —preguntó la chica mirándolo incrédula—. ¡Podrían haberme violado!

—¡No sé por qué te estás quejando tanto! —exclamó Caliel levantándose y dando algunos pasos alrededor de la habitación. Se suponía que los ángeles no podían experimentar sensaciones negativas como el enfado, pero a esas alturas él había descubierto que Elisa podía hacerle experimentar ciertas emociones o sensaciones que se suponía no eran propiamente angelicales.

—¡¿Y todavía lo preguntas?! Dime con quién debo hablar. ¿Cómo puedo llamar a Dios? ¿No puedo pedir un reemplazo? —cuestionó Elisa sabiendo que lo molestaba siempre que decía aquello.

—¿Cómo crees que sucedió lo del foco? —Caliel se había acercado mucho a ella y mirándola fijamente dijo aquello casi en un susurro—. Se supone que no debía intervenir y lo hice. Lo hice para darte tiempo a escapar y para que llegara la patrulla que estaba cerca.

—¿El foco? ¡Eso fue una casualidad! —exclamó ella.

—Las casualidades no existen, Elisa. A estas alturas deberías saberlo de sobra —respondió exasperado—. Si los superiores se dieran cuenta que he intervenido de nuevo, podrían sancionarme. Entonces quizás podría llegar tu tan ansiado reemplazo y finalmente te librarías de mí.

Escucharlo decir aquello heló la sangre de Elisa. La idea de perderlo... No podía siquiera pensar en aquello. No, ella no quería un reemplazo; no quería a nadie que no fuera Caliel. Además sería horrible tener que acostumbrarse de nuevo a otro ángel, uno que quizá no la entendiera tanto como lo hacía él. Elisa se sentía afortunada de tener como ángel a Caliel y de poder verlo, hablar con él. No le gustaba molestarlo a menos que fuera en broma, así que, tomando una profunda respiración, trató de relajarse.

Residuos del pánico anterior continuaban pululando en su interior, pero ya no era tan intenso como antes por lo que pudo comenzar a notar cómo su corazón retomaba su ritmo normal y sus músculos se relajaban gradualmente. Mordió su labio inferior sintiéndose culpable por haberle gritado a Caliel y lo miró por debajo de sus pestañas. Él la observaba impertérrito. Estaba de pie a unos pasos de donde ella se hallaba sentada y tenía los brazos cruzados sobre el torso. Parecía tan peligroso... y Elisa no pudo evitar sonreír al pensar que en realidad no mataba ni una mosca.

—¿En serio lo hiciste tú? —preguntó una vez mucho más serena y asustada ante la idea de perderlo.

—Sí... y no es la primera vez —confesó entonces Caliel.

—¿Qué? —Elisa enarcó las cejas sorprendida.

El ángel nunca solía intervenir de forma física. Solía recordarle o aconsejarle sobre lo que tenía que hacer o lo que no, pero no iba más de eso. Por eso Elisa lo había regañado cuando, en una tarde de verano, cayó de la bicicleta haciéndose un enorme raspón en la rodilla, o la vez que casi se había roto un brazo cuando la rama del árbol donde estaba columpiándose se quebró dejándola caer desde una gran altura. Elisa siempre le recriminaba esa clase de situaciones, pues ella pensaba que él estaba para evitárselas, aunque él repetía que no podía intervenir.

—El día del accidente, fui yo quien te empujé, ¿recuerdas? —preguntó Caliel de nuevo hablando en susurros. Elisa asintió al recordar aquella energía que la hizo prácticamente volar hasta la vereda y que la puso a salvo—. Aquella vez fui llamado a dar una explicación acerca de mi actuación —informó, haciendo que Elisa inhalara con brusquedad, estupefacta—. Fui advertido por los superiores y me dijeron que no debía volver a intervenir. Lo dejaron pasar por ser un novato, porque tú eres mi primer encomendada —concluyó.

La chica se puso de pie de inmediato y se arrojó sus brazos, conmovida por aquello que le estaba contando.

—¡Oh, Caliel! ¡Perdóname! —pidió aferrándose a él efusivamente.

Ella solía abrazarlo con frecuencia y aunque le parecía rara la sensación que le generaba su cuerpo —como si abrazara a una escultura de cristal—, era su forma de expresarle su cariño y agradecimiento. Sin embargo Caliel no podía sentir la parte física del abrazo, sólo la emocional, los sentimientos que bullían en el pecho de Elisa, y eso le gustaba.

Ella era intensa, se enfadaba mucho pero al segundo estaba pidiéndole disculpas y abrazándolo. Era espontánea y muy efusiva. Caliel aún no se acostumbraba del todo a esas expresiones de cariño de Elisa, y aunque no sucedían a menudo, cuando pasaban, lo hacían sentirse de alguna forma amilanado, perdido, superado. Aun así, fueron varias las ocasiones en las cuales se encontró pensando en cómo se sentiría el abrazo humano, pues en ninguno de los libros que había leído se explicaban las sensaciones físicas, ya que ellos no las tenían y por tanto no las podían entender.

A menos, claro, que poseyeran un cuerpo humano, pero aquello estaba estrictamente prohibido y penado con exilio, el destierro celestial.

—¡No quiero que te reemplacen! ¿Te meterás en problemas por lo del foco? —preguntó Elisa asustada mientras se apartaba un poco para volver a mirarlo.

—Espero que no —respondió él con sinceridad y con una sonrisa que intentaba tranquilizarla—. Últimamente, con todos los problemas que están habiendo en la tierra, los superiores andan bastante ocupados. Espero haber cuadrado bien los tiempos como para hacerlo parecer un accidente. Además la policía estaba cerca y puede que todo haya sucedido lo suficientemente rápido como para que no lo notaran.

—Entonces deberíamos dejar de hablar de esto, ¿no es así? —preguntó Elisa mirando alrededor como si alguien pudiera oírlos.

—Sería lo mejor —respondió Caliel asintiendo, sonriendo enternecido ante la reacción de su protegida.

—Bien, eso es bueno... porque quiero comer mi pastel que espero no se haya echado a perder. —Sonrió buscando la bolsa que al entrar había dejado tirada sobre la cama—. Voy a la cocina por una cuchara, ¿me acompañas? —Caliel asintió alegre. Ya estaba de regreso esa chica espontánea y divertida.

Una vez en la cocina, Elisa se percató del silencio reinante en la casa.

—¿Dónde estarán mis padres? —preguntó a Caliel mientras hurgaba en el cajón de los cubiertos.

—No lo sé, no soy adivino —respondió el ángel.

—Mmm, mejor así —murmuró la muchacha tomando asiento y empezando a saborear su postre. Caliel la observó divertido, verla comer era una de las cosas que más le agradaba, solía hacer caras y gestos cuando la comida era de su agrado o también cuando no le gustaba—. Esto está delicioso, ¿quieres probar? —inquirió Elisa acercando la cuchara con un trozo de pastel al rostro de Caliel. Siempre lo hacía, a pesar de saber que él no podía ingerir bocado alguno.

—¿A qué sabe? —quiso saber Caliel.

—Chocolate y crema —exclamó la chica llevándose otro pedazo de pastel a la boca.

—El chocolate es dulce y la crema suave —repitió Caliel como si estuviera repasando una lección, ella asintió. Estaba acostumbrada a que él le preguntara sobre el sabor de las comidas—. Quisiera probar el chocolate —admitió el ángel pensativo.

—Yo quisiera poder vivir sin comer, como lo haces tú. ¿Sabes lo feliz que seríamos las chicas si pudiéramos lograrlo? —preguntó ella en broma. Caliel negó con la cabeza sonriendo.

—El ser humano nunca está conforme con lo que tiene —replicó con seriedad—. Yo quisiera poder probar el chocolate, la crema y las frutas —agregó.

—Mmm... es lo que digo yo, los ángeles nunca están conformes con lo que tienen —bromeó Elisa remedando la actitud de Caliel, por lo que ambos terminaron riendo divertidos.

Sueños de cristal (EN LIBRERÍAS)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum