capitulo 3

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Soy andrea Gray —se presentó—. Y ésta es mi hija, Nikki. —samuel Farnese —sonrió el joven, apretando su mano con fuerza. Luego estrechó la mano de Nikki, diciendo: —Buon giorno, signorina. —¿Qué significa eso? —Buenos días, señorita. Nikki arrugó el ceño. —Eres extranjero. Hablas muy raro. —¡Nikki! —la regañó andrea .
—Es verdad, soy italiano —dijo él entonces, sin parecer ofendido. —¿Te gusta jugar al fútbol? —preguntó la niña. —Nikki, deja al señor...
—No se preocupe, señora Gray. Se me da bastante bien jugar al fútbol. Mientras mi oponente no se ponga muy bruto —rió él.
—¿Quieres jugar con nosotras?
—No hace falta que juegue —intervino de nuevo andrea . —Tranquila. Estoy en guardia contra su feroz criatura. —No creo que...
Pero samuel ya se había levantado del banco y estaba jugando con Nikki. Y se le daba bien. Pegaba a la pelota sin demasiada fuerza para que la niña no tuviera que correr demasiado...
Sonriendo, andrea se sentó en el banco y tropezó con una maleta que había en el suelo. Era una maleta vieja, de tela, con un agujero.
Como una tortuga, pensó, llevaba su casa a cuestas. Aunque por su forma de correr no tenía nada de tortuga.
—¡Gol! —gritó samuel Farnese entonces, triunfante. Varias personas se dieron la vuelta para mirarlo.
—¡Estás loco! —rió Nikki.
—Desde luego. La gente huye de mí porque estoy como una cabra. —¿Estás loco de verdad? —preguntó la niña. Él se lo pensó un momento. —Yo creo que sí.
—No te preocupes, no voy a salir corriendo. —Ah, gracias. —¿Seguimos jugando? —Eres demasiado para mí, piccina. Estoy agotado —suspiró samuel . Nikki salió corriendo hacia el banco para hablar con su madre: —No lo ha visto, mamá. No lo ha visto —le dijo en voz baja. —Cariño...
—Es como una cosa mágica. Todo el mundo lo ve menos él —insistió la niña—. ¿Tú crees que es un hechizo?
Andrea  tenía un nudo en la garganta y no pudo contestar enseguida. —Yo creo que deberíamos volver a casa a tomar el té... —¿Me invita? —preguntó samuel  entonces. Ella se lo pensó un momento.
—Lo mínimo que puedo hacer por usted después de las carreras que se ha pegado es invitarle a tomar algo.
—Se lo agradezco. Estoy muerto de sed.
—Mi casa está muy cerca. Además, me parece que Nikki no quiere dejarle escapar.
Tenía razón. La niña iba saltando, emocionada, mientras volvían a casa. Andrea se dio cuenta de que, de repente, Nikki había formado uno de esos inexplicables lazos que sólo se forman en la infancia.
¿Inexplicable? Samuel  la había tratado como habría tratado a cualquier otra niña y eso era todo lo que ella pedía. No, no era inexplicable en absoluto.

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