Prólogo

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                                                  ***

            Con la mochila cargada al hombro, el abrigo colgado del brazo y unas densas nubes que presagiaban tormenta encima de mi cabeza, torcí hacia la derecha.

            Siempre volvía a casa andando. Mis padres salían del trabajo un cuarto de hora más tarde que la salida del instituto, así que si iba andando llegaba a casa casi al mismo tiempo que ellos. Tampoco estaba tan lejos, y el ejercicio no me disgustaba.

            Pero en aquel momento, y debido a la represión que tuve que forzar en gimnasia una sensación incómoda me invadía.

            Muchas veces había sentido justo lo mismo: que algo dentro de mí quería liberarse, brillar, salir a la superficie.

            Reprimir ciertas cosas no siempre es bueno.

            Me di cuenta de que la calle por la que estaba pasando, con la acera color azul como las demás de la ciudad, estaba completamente desierta.

            Sorprendida, frené en seco y miré a los lados, buscando alguien que saliese de una casa, que apareciese de repente o, simplemente, un asomo de vida que pudiera estar observándome.

            Nada. En aquella calle no se movía ni una mosca.

            Medité unos instantes lo que estaba a punto de hacer, debatiendo los pros y los contras.

            Probablemente ganarían los contras si yo hubiera sido una persona racional y objetiva.

            "Pero no lo soy" pensé en ese momento, mientras dejaba la mochila y el abrigo sobre la acera.

            Separé un poco los pies, y con los brazos a los lados de mi cuerpo, respiré hondo.

            Cogí carrerilla, elevé los brazos y, ahora sí, desplegué todo mi potencial.

            Me impulsé, giré, salté y prácticamente volé sobre el asfalto. Al acabar, con una caída completamente limpia y sin ni un asomo de cansancio, sonreía ampliamente.

            Sonreía hasta que la vi.

            Mi felicidad se cortó rápidamente al darme cuenta de que una mujer de unos treinta años me miraba fijamente desde el final de la calle, con expresión seria.

            Se me paró el corazón y paré de respirar hasta que ella se dio la vuelta, tranquilamente, y se alejó. No volví a coger aire hasta que la perdí de vista.

            Giré la cabeza y me vi la cara reflejada en el escaparate de una tienda.   Tenía el rostro desencajado del espanto. Al verme así, me recompuse como pude, cogí mis cosas y prácticamente corrí hacia mi casa.

            "Vamos Mel" me decía una voz en mi cabeza "tampoco es tan grave".

            " ¿Cómo no va a ser grave? Esa señora acaba de verme" le repliqué a la voz, sin pararme a pensar de dónde salía.

            "Tampoco ha sido para tanto. No has usado todo tu potencial"

            "¡Volteretas, patadas, saltos mortales, giros...!" vociferé mentalmente, aterrada "Sólo me faltaba hacer malabares... ¿En qué estaba pensando?"

            Me maldije a mí misma por ser tan estúpida.

            "No se lo dirá a nadie, ¿Quién la creería?" susurró la voz.

            Y entonces, al llegar a casa y al pensar en eso, me calmé un poco.

            Nada más dejar la mochila en mi habitación, escuché el sonido de la llave al abrir la puerta de casa. Mis padres llegaban de trabajar.

            "No pueden verme tan alterad" pensé.

            Aunque igual debía contárselo... No... no. Pensarían que soy una irresponsable y perderían la poca confianza que tenían en mí.

            - ¡Cielo, ya estamos aquí!- oí la voz cantarina de mi madre, desde el recibidor.

            Salí corriendo a recibirles con un abrazo y la mejor sonrisa de la que pude disponer.

            Olvidaría aquel incidente. De todas formas, ¿qué podría pasar?

Superheroína en apurosWhere stories live. Discover now