1

23.4K 311 8
                                    

-¿Puedes traerme los documentos al despacho? -me dice mi jefe acercándose a mi mesa.

-Po.... por supuesto, ahora mismo -tartamudeo yo.

Hoy está como un queso. Traje de tres piezas, ajustado, marcadito. Si es que a este hombre le sienta todo bien, incluso que no lleve nada puesto. Aunque eso no lo he podido comprobar. Todavía.

Discretamente le lanzo una sonrisa a Gala, mi compañera de curro y ésta me corresponde con una vuelta de ojos de lo más dramática.
Me rio por dentro, Gala y yo estamos coladitas por el bombón de nuestro jefe.
Moreno, de piel bronceada, ojos castaños, alto a rabiar y con un tipazo que me rio yo de los top models. Quién pudiera catar ese metro noventa de carne bien distribuida, ¿qué digo carne?, ¡de monumento español!

Me recompongo todo lo que puedo, sin que se note que las bragas se me han caído medio metro desde su posición original, y sostengo los documentos que el culito prieto de mi jefe me ha pedido. Suspiro, aunque no me alivie la frustración que ahora mismo me corre por las venas, es la única válvula de escape para que no me explote el clítoris mientras trabajo.

Y no es que esté todo el día pensando en él o en su cuerpo torneado, su cabello sedoso, su sonrisa seductora... No, todo el día no, también toda la noche y parte de la madrugada, hasta que me vence el sueño y pueden descansar mis hormonas revolucionadas.

Camino todo lo recto que puedo y entro en su oficina sin llamar. Entro tantas veces a su oficina que el llamar cada vez que entro es un protocolo que decidimos ignorar. Le miro y está atendiendo una llamada de espaldas a mí, puedo verle los hombros recortados por la luz que entra por el ventanal. No me oye, o finge no oirme mientras me tropiezo con la alfombra que ha colocado recientemente, me castigo mentalmente por ser tan torpe y dejo los documentos sobre su mesa. Espero dos segundos, por si decide regalarme una de sus miradas o sonrisas, pero me doy por vencida y me doy la vuelta, intentando llegar a mi mesa sana y salva.

-¡Raquel!

¿Es eso real? ¿Me ha llamado? Mi corazón palpita rápido y sin control, y me giro lentamente para no caerme por culpa de la puta alfombra, ¡que manía le tengo!

-¿Si? -le pregunto, y ahí está, cuando giro me ciega, la sonrisa que estaba esperando. Y acompañándo a su sonrisa, mi tic en el ojo, que siento que se me va a cerrar en cualquier momento y quiero evitar guiñarle el ojo a mi jefe por todos los medios, lo que me hace mostrar un rictus extraño en la cara.

-Maldita alfombra, ¿eh? Fue idea de mi diseñador de interiores.

Me tranquilizo con la broma y relajo mi postura, que estaba más tensa que una red de tenis. Le devuelvo la sonrisa involuntariamente.

-¿Necesita algo más? -pregunto solícita, que para eso me han contratado, para que siga las órdenes de este escultural morenazo.

-¿Puedes cerrar la puerta? Tengo que hablar contigo en privado.

Me asusto. ¿A qué viene tanta seriedad? Llego puntual, entrego los informes que pide y redacto todo lo que me dicta, no he faltado ningún día... ¿No querrá despedirme? Ay, ay, ay... Que se me acaba el curro y a ver donde consigo otro en estos tiempos...
Vuelvo a tensarme, y se me eriza el bello de la nuca.

Cierro la puerta, y espero que no se me note el temblor de las manos cuando me pide que ne siente.

Me mira y apoya las dos manos en la mesa. Recoge los documentos que acabo de dejarle y los mete en un cajón a su derecha. Vuelve a centrar su mirada en mí.

- No se ponga nerviosa Raquel, la noto tensa, ¿un café?

Si, para café estoy yo. Empiezo a sudar y veo como se levanta a servirse un café. Lo hace con movimientos tan relajados que me pregunto porque yo estoy tan tensa. Respiro un par de veces e intento relajarme, aunque sé que será imposible.

IncéndiameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora