Uno: La situación

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¿Alguna vez has despertado y sentido que has perdido años de tu vida?, como si fueras a dormir siendo una niña y al despertar eres una persona que no conoces. No estoy segura de donde comenzar esta historia; lo cierto es que la mayor parte del tiempo lo desperdicié haciendo todo de manera mecánica y dejándome llevar por la monotonía, así que, siento que todo ese tiempo lo deje ir y yo no existía realmente. Quizá debería comenzar por eso, por cuando me cansé de esa Camila en la que me había convertido.

La preparatoria puede ser la mejor o la peor época de tu vida; para mi fue lo segundo. Era la chica rara de la escuela; de la que todos se reían, a la que molestaban, hablar conmigo era cometer suicidio social, en términos simples era una perdedora, en toda la extensión de la palabra; obviamente no era la más hermosa del planeta, ni la cerebrito incomprendida; mis notas eran malas, tenía que estudiar duro para aprobar los exámenes; era torpe así que tampoco sobresalía en el deporte; sólo era yo, la expresión andante de las minorías; inmigrante; latina, cubana para ser específica; sin ojos azules o cabello rubio; sólo me faltaba ser vegetariana para rematar. En esa escuela pase los peores momentos de mi existencia, pero ciertamente también los mejores.

Al comenzar el último año de mi vida era un asco. No tenía ganas de despertar, muchas veces al abrir los ojos hubiera deseado morir mientras dormía; suena deprimente, lo sé, pero estaba realmente deprimida. La escuela era mucho peor que el infierno, por lo que obviamente todos los días era una lucha conmigo misma para levantarme; mamá siempre llegaba gritando "¡KAKI! ¡SE TE HACE TARDE! ¡YA LEVANTATE NIÑA!" A veces tenía que jalarme de los pies para sacarme de mi adorada cama, ¡puf! el mejor lugar en el que podía estar.

El primer día no fue la excepción y a regañadientes me tuve que levantar, bañarme con desgano y toda la calma del mundo. Desayunar junto con Sofí, mi hermana y luego irme caminando hasta el mismísimo infierno.

Sin darme cuenta ahí estaba yo otra vez, frente a la escuela, con el mismo suéter enorme, el mismo cabello castaño sin peinar, los lentes de pasta y la diadema a medio acomodar, era una caso perdido. Entré sin animo y me dirigí al salón de mi primera clase. Desde afuera cualquier escuela podría parecer una prisión, por dentro, para mí, lo era. Los mismos pasillos rodeados de casilleros, con la pintura roja desgastada, la misma gente, el mismo ruido ensordecedor de sus risas; y ahí también estaba ella, como si hubiera estado esperando a que llegara; la causa de todas mis desgracias: Jauregui, Lauren Jauregui. ¡Cómo odiaba ese nombre!.

Seguí caminando, ignorándola; pero al pasar a su lado, como era costumbre, me tiró los libros que traía en las manos; yo no dije nada y me dispuse a levantarlos, pero ella me empujó contra los casilleros manteniendo su mano en mi cuello. Hacía ya tiempo que me había cansado de luchar, tal vez fue a finales del primer año que me dí por vencida.

-No tuviste suficiente el año pasado ¿verdad?- Era la primera vez en meses que escuchaba de nuevo su voz. Ya casi había olvidado lo raposa que era.

Había intentado con todas mis fuerzas borrarla de mi cabeza durante las vacaciones de verano y antes de eso casi siempre se limitaba a molestar sin dirigirme la palabra, pero todo se fue a la basura en cuanto su mano me tocó. Me estremecí, temiendo que esta vez fuera a llegar más lejos, que me diera un golpe y después el resto de la escuela me atacara. Lo había visto por televisión, era como una histeria colectiva donde los agredidos no salían bien parados e incluso podían llegar a morir. Me temblaron las piernas, agaché la mirada y no dije nada. No esperé que alguien la detuviera, ya había perdido la fe en la humanidad, nunca la paraban, nunca nadie me defendía, los más decentes me daban una mirada de lástima; pero, la mayoría era como ella, se reían, disfrutaban con la humillación de otra persona, como Louis, quien estaba parado detrás de ella riéndose sin ningún disimulo. Era como si ella tuviera el poder de atontar al mundo y tenerlo bajo sus ordenes, si ella decía que alguien no valía nada, todos le trataban así, si decía que alguien estaba bien el resto le adoraban como si fuera una celebridad. La odiaba, casi tanto como la sensación de ser el centro de atención; todas las miradas encima de mí, las sonrisas burlonas en sus rostros... Habían dos opciones: 1- Salir corriendo al baño y soltarme a llorar, que era lo que casi siempre hacia, ó 2- Agacharme y no decir nada. De nuevo lo segundo. Recogí mis libros y corrí al salón en cuanto ella me soltó.

La ApuestaWhere stories live. Discover now