Capítulo 2

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                "Irónico que estudies psicología, ¿no te parece? No te apresures. No estás solo."

Me quedé helado observando el papel. Mi cuerpo se tensó y observé como un sudor frío comenzaba a escurrirse por mi nuca. Estaba atónito. Inmediatamente levanté la vista y miré alrededor. Había algunos estudiantes hablando normalmente entre ellos, todos metidos en sus asuntos. Miré a la derecha. Una chica sentada en un banco leyendo unos apuntes. Miré a la izquierda. Unos chicos en grupo arreglando para salir ese fin de semana. Nada. No había indicios de nadie ni nada sospechoso que pudiera darme una pista acerca de esa nota. Claro, ¡que idiota! ¿Por qué esa persona estaría ahí? Seguramente ya se había ido. Volví a mirar el papel y encendí un cigarrillo. ¿Qué significaba es mensaje? "Irónico que estudies psicología, ¿no te parece?" Irónico... ¡¿Qué?! ¿Acaso sabía lo que tenía pensado hacer? ¿Acaso sabía que quería morirme? O tal vez... simplemente sabía que yo tenía algunos problemas, es decir, era algo medianamente notorio. Pero no, la nota decía "no te apresures". ¿Qué no me apresurara a qué? Evidentemente la persona que me dejó ese mensaje sabía lo que iba a hacer, y precisamente lo dejó ese mismo día. "No estás solo". ¡Qué mentira más ridícula! Le di una pitada al cigarrillo y me senté en las escaleras que se encontraban al lado de la Facultad de Psicología de Mar del Plata. No podía ser, no podía ser que alguien supiera lo que tenía planeado hacer. No tenía amigos, no se lo había contado a nadie. Y más inquietante aún: ¿cómo lo sabía? ¿Quién carajo era esa persona? Mi mente seguía dándole vueltas a esas preguntas sin respuesta, una y otra vez, como si al hacerlo mágicamente encontrara una solución. Me estaba volviendo loco. Inmediatamente recordé que la nota tenía un número de teléfono. ¿Qué debía hacer? ¿Mandarle un mensaje a esa persona? ¿Llamarla? Era ridículo, impensable. Además, ¿qué le diría? No se me ocurría nada. Y por otro lado, tal vez se tratara de una broma. Es decir, tal vez alguno de mis ex compañeros había comenzado a estudiar psicología al igual que yo y no tuvo mejor idea que seguir con el puto "bullying". Claro, seguro se trataba de eso. El típico chiste en el cual te hacen pensar que una persona tiene buenas intenciones y una vez que caés, resulta que era todo una farsa y que las personas atrás de ella eran un grupo de idiotas burlándose de uno por haber mordido el anzuelo. Era como cuando en la secundaria Mariana, la chica que me gustaba, me mandaba mensajes mostrando cierto interés en mí. Era ella la que los mandaba, pero no era únicamente ella, sino todo el curso por detrás, y una vez que pisé el palito sufrí una humillación sin precedentes. No, esa me la sabía muy bien. De ninguna manera iba a mandar un estúpido mensaje por haber recibido una estúpida nota que ni siquiera podría ser real y pasar por lo mismo otra vez; no iba a cometer el mismo error dos veces. Me relajé al instante al haber llegado a esa conclusión. Yo no era nadie, a nadie le importaba y esa nota no era nada, o al menos traté de convencerme de eso. Terminé mi cigarrillo y saqué mi celular. No había noticias de Pablo pero por alguna razón eso ya no me importaba. Sentí como algo dentro de mí hizo click. Me levanté de las escaleras y comencé a caminar. No volví a intentar localizar a Pablo, no compré las pastillas y me dirigí a mi casa.




Saqué las llaves de mi bolsillo y entré a mi casa. No había nadie, Celia y Raúl, mi viejo, estaban trabajando. Subí las escaleras y me dirigí a mi cuarto. Una vez dentro, tiré la mochila contra un rincón y me acosté boca arriba en mi cama. Encendí un cigarrillo. La luz que entraba por la ventana iluminaba mi cuarto, dándole otro tono de azul a las paredes de mi habitación. Me quedé ahí, recostado en mi cama, mirando el techo como un idiota sin poder pensar en nada. Lo único que daba vueltas por mi cabeza era quién podía ser aquella persona. Sé que había decidido tomar todo aquel incidente como una broma de mal gusto pero por algún motivo no podía evitar sentir curiosidad. Me incorporé y le di una pitada al cigarrillo para luego apagarlo. Mejor prendía mi laptop para navegar un rato en internet y despejarme un poco. Era verdad que ese suceso me había dejado algo inquieto e intrigado pero mis planes de muerte seguían en pie. Me senté en la silla de mi escritorio que se encontraba al lado de mi cama, abrí la tapa de mi computadora y la encendí. Una vez que terminó de iniciarse observé que la página del foro, en el que me conectaba a diario para hablar con gente que sentía lo mismo que yo, estaba abierta. Claro, la noche anterior había cerrado todo de un golpe y esa era la última página a la que había entrado. Se trataba de un foro en el cual personas en mi misma situación o similar, accedían para hablar con otras y compartir historias de vida, darse apoyo o intercambiar pensamientos generalmente depresivos. Más que un foro era como una especie de chat donde podías hablar en grupos de varios integrantes o mantener conversaciones privadas. Debo admitir que en más de una ocasión esa página me había ayudado. Conocí a mucha gente que compartía mi mismo dolor, que había pasado por situaciones muy similares y que me comprendía, lo cual era lo más importante. Me había hecho muchos amigos cibernéticos a los cuales valoraba por haberme dado su apoyo en los momentos en los cuales más lo había necesitado pero, por alguna razón, no estaba de ánimo para hablar con nadie de ahí en esos momentos. Estaba por cerrar la página cuando de repente, una notificación de mensaje privado apareció en la ventana de chat.

El día que decidió no morirWhere stories live. Discover now