Julia Legare

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Hace algunos años estaba pasando el rato con unos amigos explorando sitios antiguos, supuestamente embrujados. Nos encontrábamos en la Iglesia Presbiteriana de la Isla de Edisto, en donde una niña llamada Julia Legare fue enterrada en el mausoleo de su familia en 1852.

La gente relataba que se escuchaban gritos sobrenaturales una y otra vez, pero nunca habían investigado su origen. Quince años después, cuando abrieron la puerta del mausoleo para enterrar al siguiente miembro de la familia que había muerto, encontraron el cadáver de Julia hecho un ovillo en una esquina cerca de la puerta, con los brazos estirados, como si aún tratase de encontrar la salida.

Bueno, mis amigos creyeron que sería divertido cerrar la enorme puerta de piedra (que actualmente estaba abierta) conmigo dentro y regresar por la mañana. Esos malditos me dejaron ahí... Intenté abrirla, usando todas mis fuerzas, pero fue inútil, se necesitaron cuatro personas para encerrarme en ese lugar. En medio de la oscuridad, me resigné a pasar el resto de la noche ahí.

Ahora bien, no me suelo asustar con facilidad; pero al estar sentado en ese lugar relativamente pequeño, rodeado de una presión emergente que no podía explicar del todo, la simple oscuridad parecía tratar de devorarme. Sentía un peso apretando mi piel desde todas partes, que incluso me dificultaba respirar. Me senté en la oscuridad por lo que parecieron horas.

Entonces escuché los arañazos. Eran débiles al inicio, estaba seguro de que era mi imaginación, pero se fueron haciendo cada vez más fuertes a medida que el tiempo pasaba. Me acurruqué en una de las esquinas opuestas a la entrada y traté de cubrir mis oídos, pero nada podía detener esa cacofonía ruidosa. Esto quizá solo haya durado unos minutos, pero cada segundo fue una eternidad insoportable.

Luego, un fuerte grito hizo eco en la oscuridad, era un lamento descontrolado lleno de miedo y dolor. Los arañazos se detuvieron, y por primera vez pude distinguir el sonido de una niña gimoteando en silencio, el lamento penoso de alguien sin una pizca de esperanza.

Sentí tal pesar en ese momento, tal dolor, que creo que olvidé cómo estar asustado. Todo su sufrimiento parecía resonar en mi corazón. Inexplicablemente, empecé a disculparme en voz alta por todo lo que le había pasado. Hombre, una parte de mí quería acercarse y sentir un cuerpo al cual abrazar, pero no me atrevía a hacerlo por temor de que realmente encontrara uno.

No sé si me escuchó o si siquiera notó mi presencia, el sollozo continuaba y pude escuchar de nuevo el sonido de dedos arañando la puerta de la tumba. Me quedé dormido en algún momento, lo que sentí como un regalo piadoso del destino. No estoy seguro de cuánto tiempo estuve inconsciente, pero fui despertado por el estrepitoso golpe seco de la puerta chocando contra el suelo de afuera. Supe por la luz gris que venía desde afuera que el amanecer estaba cerca, así que debí de haber dormido por al menos un par de horas.

Me arrastré hacia afuera y fui a un pequeño templo que estaba abierto. Me recargué en la puerta y esperé nervioso hasta que mis «amigos» llegaron. Me les acerqué mientras se reunían alrededor de la puerta, dos de ellos estaban de rodillas en frente de ella con expresiones de sorpresa.

Había manchas de sangre por todo el interior de la puerta, algunas con pedazos de uñas, muchas sin ellos. Me imagino que debió de haber gritado cuando se desprendieron de sus manos, pero no estoy seguro.

Primero me miraron, luego revisaron mis manos, y luego se miraron nerviosamente entre ellos. Yo estaba cabreado con ellos y les conté todo lo que recordaba para que supieran por lo que había pasado esa noche.

Finalmente, después de que me llevaran al auto a regañadientes, alguien habló. Mi amigo me dijo: «Teníamos miedo de decírtelo, pero mira tu cara».

Más tarde me enteré de que muchas veces la gente había tratado de sellar la entrada del mausoleo, lo que incluía candados y cadenas pesados que requerirían de un equipo mecánico para poder quitarlos; pero siempre los encontraban tirados en el suelo junto a la puerta al siguiente día. Esto fue en la década de los ochenta. Parecía como si una fuerza se asegurara de que nunca se volviera a cometer el mismo error del pasado. Esto es algo de lo cual estoy claramente agradecido, pero hasta este día se me hielan los huesos cuando pienso en lo que pasó esa noche.

Cuando me acerqué desde mi asiento y me vi en el espejo retrovisor, vi que había sangre en mi rostro, justo como las manchas que había en la puerta del mausoleo. Tenía líneas rojas en ambos lados de la cara, como si alguien me hubiera puesto sus dedos mientras dormía esa noche, sintiendo el calor de alguien más por primera vez en más de cien años.

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