Capítulo 1/ Entre portugueses

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Mi infancia tuvo aromas a "feijáo careto", filhoces, y a fatías, sabrosas e irrepetibles fatías que no aparecían muy seguido, y que seguramente por eso fueron doblemente sabrosas. Xarros y xurelos (¿se escribirá así?), cortados con cuchillos que enviaba mi abuelo desde Portugal.

Cuando uno es niño no se pregunta mucho, no cuestiona demasiado. Al menos así era en la década del '60, cuando mi mamá iba a buscar las preciadas encomiendas que enviaba la avózinha, y que entre otros tesoros, solían tener figos recheios con améndoas, una golosina para exquisitos y algún cocharro de corcho, una suerte de cucharón grande donde el agua parecía mucho más sabrosa.

De niño escuchaba a mi padre ensayar con su querido saxo alto, y a mi mamá cantar "Lisboa nao sejas francesa, tú es portuguesa, tú es só pra nos", en medio de las canciones que sonaban por aquellos tiempos en las radios de Buenos Aires, "Qué suerte" y "Collar de caracolas"... en las noches, en aquellos tiempos en que no nos dormíamos con el espanto de los noticieros de la televisión, mamá me enseñaba el Padre Nuestro en portugués, nos contaba el cuento de la carochinha y nos dormíamos mansamente.

Fuimos criados con un gran respeto por la argentinidad, al tiempo que aprendíamos el nombre de las cosas cotidianas en el idioma paterno-materno. Nunca faltaba un gordanapo, ni "páo e vinho sobre a mesa", y papá amenazaba con un "tapaolhos" cuando las cosas se ponían complicadas.

Cada 25 de mayo y 9 de julio, después del acto escolar, papá nos llevaba a la placita 1ro. de Mayo, donde se hacía otro acto oficial, con banda y todo. Aprendimos a respetar a la celeste y blanca, y a escuchar con su acordeón a Antonico do Altinho, que vivía en Carapachay, a Antonio Belchior, que desplegaba toda su voz y su histrionismo en auténticos recitales que registrábamos en nuestro grabador Geloso para que él se los enviara a su esposa Perpetua.

Nuestros padres hicieron el mayor esfuerzo para que nos criáramos como argentinos, pero los domingos era inevitable "La hora portuguesa", y escuchábamos "ó Rosa arredonda a saia", "ponha aquí o seu pezinho" y un programa que hacía Osvaldo Pacheco, creo que en la vieja Radio Argentina, describiendo vívidamente lugares de Portugal y terminaba diciendo: "si la Patria no es amor, la Patria es nada".

Cuando cursaba yo el tercero o cuarto grado teníamos que dibujar un barquito. En mi cuaderno hice uno con la bandera portuguesa, y hacia la izquierda. Aquella pobre maestra me dijo que debía ser la bandera argentina y hacia la derecha. Fuera de toda connotación política, hoy todavía no entiendo tanta ignorancia y tanta pobreza de espíritu. Si el viento soplaba del este, la insignia podría flamear hacia la izquierda, y si el barco era portugués, podía tranquilamente llevar la verde y roja, y ella podría haber dado una buena lección sobre el aporte de la inmigración a la construcción de la Argentina.

Escuchábamos hablar del famoso "padre Inácio", un curita de costumbres bastante desordenadas, del insigne navegante Vasco Da Gama, de las tías de Lisboa y la obligación de ir a misa todos los domingos, del baile "da Alice", de la "Fonte Férrea", de la Mesquita, aquella canción de Gago Coutinho "quem descubriu o caminho de Brasil a Portugal", de personajes y lugares que vivimos plenamente con la imaginación.

Algunos sábados llegaba Antonio Branco con sus herramientas y emprendía la dura faena de cortarnos el pelo a nosotros que ya aspirábamos a abandonar la "media americana" y dejarnos la cabellera más a tono con la época, y con él y su esposa María da Luz y su hija Gabriela compartir hermosas noches de sábado. Muchos de esos sábados los pasamos con ellos, en su coqueto departamento con altillo en la calle Brasil.

Otros sábados irrecuperables y maravillosos con mi querido padrino Francisco Ventura, una de las personas que extraño todavía, después de más de cuatro décadas. Dicen que se fue a Brasil, pero su rastro se ha perdido. Con él mirábamos aquellas históricas luchas de Martín Karadagian y Benito Durante, pero, cansado del trabajo en su taller de la calle Junta, en Mataderos, se dormía sentado. Su esposa, a quien conocíamos como Soizinha, me llevaba a su casa algunos fines de semana. Recuerdo con afecto aquella casa amplia y soleada, el olorcito del detergente que usaban para lavar las escaleras que llevaban a la terraza, y el cariño que me daban. Creo que con ellos fuimos alguna vez a la Quinta da Saudade.

José Martins ("o primo Zé Carrasqueira") y su esposa Almerinda fueron algo parecido a esos abuelos que no alcancé a conocer. El, con su infaltable sombrero y sus botas, siempre bromeando y ella, siempre animada en su charla y siempre preocupada por las noticias que daba "Saporiti", como le llamaba a Ariel Delgado, de radio Colonia.

La querida, divertida, y aniñada a pesar de sus años "prima Marizinha" era una visita siempre esperada. Llegaba cualquier día de la semana y traía en una gran bolsa membrillos, granadas y otras frutas de su quinta de la calle Gallo, en el límite entre Banfield y Lomas de Zamora. Con ella nos reíamos, inventábamos canciones y sabíamos que nos quería. Algunas noches de pizzas hechas por mi mamá o sabrosos caracoles, su hijo José "o Calcadinha" cantaba canciones tropicales: "hace muchos años conocía a Rosalba siendo una niñita"... era nuestro ídolo porque alguna vez había grabado un disco simple, y lo acompañábamos con el rallador. A veces mi mamá me llevaba en el tren hasta su casa, donde no había televisión. "Ellos son nuestra televiisión", decía, señalando a sus gatos.

Los domingos de la niñez tienen, muchas veces, un aire melancólico. No era así cuando íbamos a la casa de la tía Rosalina y del "tío Zé Madruga", que disfrutaba muchísimo las charlas y las picaditas con mi papá. Aquel patio de la casa de la calle Suárez casi Velez Sarsfield era el espacio más amplio del mundo, con su parral, aquellas habitaciones propias de un humilde inquilinato y aquel mate cocido con el consabido pancito con manteca que preparaba aquella mujer angelical. No tenían heladera, pero la manteca siempre estaba perfecta; eran tiempos en que los productos no tenían fecha de vencimiento. No tenían tele pero siempre había juegos y diversiones en aquella casa.

Florencio Varela es un capítulo aparte. Más de dos horas de viaje, el colectivo 95 y luego el 8, nos llevaban al campo. Ahora es un conglomerado importante de población, pero en aquellos años gloriosos, el "barrio San Emilio" tenía calles de tierra, caballos y vacas. Y los cálidos anfitriones, dueños de toda la risa, eran José Estevao y su esposa Quiteria... y nuestras "primas" Mabel y Mirta, con quienes compartimos grandes aventuras imaginarias, miedos a terribles monstruos que querían atacarnos a la hora de la siesta y juegos de niños en un territorio infinito. Fue en la casa do "Zé Estevo" donde una noche de enero casi casi alcanzo a ver a los Reyes Magos que se iban raudamente por el patio del fondo.

En Ezpeleta vivía la tía Florinda, y el tío Raúl, un turco simpático que nos regalaba golosinas de su kiosko. Y el tío Emidio, de quien recuerdo su extrema pobreza.

No me olvido de otro paisano que solía visitar nuestra casa: José De Brito. Y alguna vez fuimos a su casa, cuando su hija Celia era una bebé.

El tiempo pasó, mucha agua corrió bajo el puente, y un día la partida de mi papá movió a mi hermano Víctor a poner en marcha el gran proyecto de su vida. Su tenacidad lo llevó a construir una hermosa casa portuguesa, la Posada San Bras, en Villa General Belgrano, Córdoba, Argentina.

Y en esa hermosa Posada-museo nació la idea de este libro. Esa idea me llevó a tomar contacto con centenares de portugueses y lusodescendientes en distintos países del mundo. Y me conecté con instituciones, medios de comunicación, gente que intentó cerrar puertas sin saber que por cada una que cerraban se nos abrían cuatro o cinco.

Después vino nuestro sitio "Portugalargentina" (www.portugalargentina.blogspot.com.ar) y mi hermana Andrea, con su tenacidad y su capacidad intelectual, decidió emprender la dura tarea de publicar todos los días alguna nota sobre el fado en www.fadoargentino.blogspot.com.ar, abriendo de esa manera un nuevo y único espacio de difusión para los grupos y artistas que cultivan ese género musical.

En marzo de 2012 viví una experiencia que terminó de consolidar esta realización. De la mano de Daniel Ferreira volví a viejos y queridos rincones del Club Portugués de la calle Pedro Goyena -que no visitaba desde una fiesta de primavera de 1970 donde mis ojos preadolescentes quedaron deslumbrados por los minishorts de las chicas que bailaban al son de Tony Ronald- donde celebramos los ochenta años de mi mamá. Junto a José Estevao, mi hermano Víctor, mis primas Mirta y Mabel y mi amigo Pedro Urbano visitamos la biblioteca, la secretaría, y escuchamos a María Laura Rojas, Karina Beorlegui, Karen Cogliandro y Dulio Moreno interpretar esa melodía que llevó desde niño en el corazón... é uma casa portuguesa com certeza... Estos recuerdos abren las puertas a un libro que seguramente despertará las emociones de los lectores y los llevará a indagar en sus propias historias familiares.

Mario dos Santos Lopes

lusodescendientes

PORTUGAL QUERIDO / historias de inmigrantes portuguesesWhere stories live. Discover now