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                                     La soledad es mala para todos, en algún punto.



Cuando era joven creía que la vida me deparaba grandes cosas, y quizás era cierto, pero lo estropeé, supongo.

Alguna vez me pregunté acerca de vivir en compañía, pues en mis recorridos diarios por el parque, solía ver a parejas de ancianos tomándose las manos y caminando cerca de las riberas del lago, supuse que el matrimonio resultaba muy prometedor para alguien organizado y con metas fijas, como yo.

De adolescente tenía pésima suerte con las chicas, no lo niego, es más, pensaban que era un fenómeno, un friki informático u algo por el estilo, pues tenía el aspecto de uno, de esos amantes de los comics ochenteros. Embargándome en los recuerdos, estimo con delicadeza aquellos tiempos, tales momentos de soltería que disfrutaba sin saberlo, porque así es, el matrimonio no es de hecho algo bueno y, como todo en este mundo, no quiere decir que tampoco sea tan malo.

Hermoso lo antaño, cuando mi cabello era largo y rizo y más rubio que ahora, cuando mis pecas eran intensas y mis cachetes se ruborizaban con ver a cualquiera bonita en mi campo de visión, cuando era delgado como Don Ramón y aún conservaba completa mi dentadura. Tampoco es que sea tan viejo, pero Mirella, ella me está acabando.

Mirella está tristeOù les histoires vivent. Découvrez maintenant