Anita lava la tinA

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Las cosas en la vida de Atina nunca parecían tener sentido, saltaban de un lugar a otro y su significado nunca estaba claro. Caminaba por escenarios cambiantes sin esperar realmente que las cosas alguna vez tuvieran un por qué, que ella sentía -en realidad no lo sabía- debía existir. Pensaba que nada era como debiera, a pesar de no conocer otra cosa. Así era su mundo. Volátil, irreal...

De azul a rosa y de rosa a verde pasaba su cielo, junto con sus nubes y la luna, porque a veces durante el día había luna en vez de sol, y a veces en vez de nubes había arboles, aunque había dejado de prestarle atención a esa clase de peculiaridades. Ya eran comunes, parte del paisaje, estaba habituada y para el final del día las había olvidado. Pero existían en su mundo otras tantas cosas que, de hecho, causaban impresión en ella, sucesos, sobre todo, que la sorprendían de tal manera que al final del día los recordaba, y los recordaba muy bien.

Ahora estaba en una cueva oscura de tonos entre azul y púrpura, no hacía falta preguntar por qué, parecía muy lógico pues aquel perrito rosado había pasado junto a ella y cuando un perrito rosado hace eso significa que aparecerás en la cueva. Así parecía por el momento. No hacía falta tampoco cuestionar por qué Verónica iba a su lado caminando por aquel lugar. ¿Había estado allí siempre? ¡Claro que sí! Por lo menos así parecía por el momento.

Pero sería una lástima que Verónica tuviera que salir corriendo de allí, porque Atina sabía que el único lugar al que llegaría sería a la guarida de aquel horripilante saco de carne y huesos, una especie de monstruo al que los demás insistían en llamarle "amigo". Ella sabía que esa cosa no era amigable, y aunque alguna vez intentó advertírselo a sus amigos, ellos parecían muy divertidos con la idea de buscar y convivir con aquella cosa.

Intentó gritarle a Verónica que se detuviera, pero su voz estaba apagada. Sintió ahogarse, comenzó a intentar correr hacia su amiga, pero sus piernas parecían estar estancadas en arena movediza. ¿Cómo no la había visto antes? Se había parado en aquel agujero de arena desde el principio era obvio, pero eso no tenía lógica. Justo cuando Verónica abrió los brazos sonriente para recibir aquella masa de carne que parecía unida a fuerza de golpes, justo cuando aquel monstruo se abalanzó para devorarla, Atina cambió lugares con Verónica y encaró la boca deforme de aquel ser. Es un sueño...claro. ¿Cómo pudo olvidarlo? Su mundo era un sueño, cada mañana lo olvidaba y cada anochecer lo recordaba. Debía asumir entonces que ya era de noche, su hora de dormir y la hora de ella para despertar...

Ana abrió los ojos de golpe, pero no se levantó ni se movió de la cama. Que sueño más zafado, pensó, pero apenas podía recordar la última parte de él. Aquella boca negra llena de espinas raras de un color rojo sucio, todo menos dientes, y algunas viscosidades anaranjadas en vez de encías. Seguro culpa del videojuego de terror que jugo antes de dormir. Qué asco, ahora la sensación de repugnancia la perseguiría todo el día, como música de trasfondo. Ni modo, había que intentar olvidarlo, como todos los demás.

Todo estaría bien hasta que Ana se fuera a dormir y Atina despertara, pero para entonces Atina estaría en otro mundo, con nuevos amigos, familia y creencias, habría olvidado que su mundo era un sueño. No importaba, lo recordaría cuando fuera su hora de dormir y de ella para despertar...

A.N.O.N.I.M.O.S.Where stories live. Discover now