No obstante las cosas fueron mejor cuando a mi madre se le propuso su novio. Tenían casi un año saliendo y él le pidió que se casaran. Aunque me molestó que, cuando me enteré que eran novios, ya tenían varios meses saliendo. No me había gustado que me lo ocultara, pero entonces ella había dicho que no quería preocuparme dado a su triste historial con hombres pasados. Que había tenido toda la intención de contarme una vez que supiera qué tan serio era. Por supuesto ella aceptó una vez que él se declaró. El tipo la adoraba —la adora— y me hacía muy feliz que le estuviera yendo tan bien. Sin embargo cuando ella trató de llevarme a vivir con ellos, me negué.

Yo ya tenía algún tiempo trabajando al mismo tiempo que estudiaba y podía arreglármelas solo. Además mi papá me seguía enviando dinero cada mes e insistía en que lo llamara si necesitaba algo, por lo que, cuando mi mamá aceptó no muy convencida que su hijo ya era mayorcito, comencé a vivir completamente solo.

Kea, por supuesto, comenzó a pasar más tiempo en mi casa en lugar de la suya. A finales de nuestro segundo año como novios prácticamente ya vivíamos juntos. Peleábamos demasiado por cosas sin importancia —parecía que amaba pelear conmigo y debo admitir que hasta cierto punto era emocionante, sobre todo teniendo en cuenta las reconciliaciones que venían después—, pero con el tiempo esas cosas parecieron perder importancia.

La complicidad entre nosotros creció y se transformó en algo aún más profundo. Era como si, al estar nosotros dos solos, todos sus problemas pasaran a un plano de menor importancia y lo único que contara en ese lugar y momento fuéramos nosotros dos y nuestros sentimientos. Era fácil olvidar todo lo demás cuando tenía a Kea tan cerca y ella se encargaba de demostrarme que, a pesar de todo, de nuestras discusiones y diferencias, me amaba.

Ella seguía asistiendo todavía a sus terapias y yo ya podía verla más relajada. Decía que sentía como si un peso fuera quitándose de sus hombros y eso me hacía feliz. Comenzó a ir al gimnasio por recomendación de su doctor, a liberar algo de sus energías nerviosas, pero como no me gustaba la idea de los hombres viéndola toda sudorosa y jadeante por el ejercicio, decidí acompañarla; con el tiempo lo volvimos una rutina que hizo maravillas en nuestros cuerpos y ánimos.

Ahora recreándome con la vista de su cuerpo envuelto por un ajustado vestido rojo me alegra mucho el haber tomado la decisión de ejercitarme junto con ella.

Puedo verla sonreír por el rabillo del ojo al ser consciente de mi mirada viajando por toda la extensión de su cuerpo.

—Deja de mirarme o vas a causar algún accidente —dice. Yo río en voz baja.

—El semáforo está en rojo, puedo verte todo el tiempo que quiera.

Estiro mi mano para tomar la suya y ella sacude la cabeza resignada. Desde que todas esas curvas comenzaron a volverse tan tentadoras es casi imposible para mí estar a su lado y no verla o tocarla. Regreso mi vista al camino justo cuando la luz cambia a verde y me encargo de dirigirnos al lugar donde nos esperan, donde nuestros mejores amigos están listos para unir sus vidas bajo una promesa eterna.

Kea comienza a cantar en voz baja la canción que está sonando en la radio. Canta igual que siempre: sin armonía pero con mucha pasión. Han pasado largos años desde que fuimos aquellos inmaduros adolescentes indecisos y aterrorizados, pero hay cosas que no cambian. Otras... sí. Ahora, por ejemplo, somos una pareja que ha pasado de todo, pero a la que cada prueba y obstáculo han unido más. Nuestro amor y confianza son prácticamente irrompibles ahora.

El tiempo nos ha enseñado que aquellas cosas que creíamos que nos apartarían, son las que nos mantienen más unidos. Nuestras diferencias y similitudes, por ejemplo. Puedo comprenderla y al mismo tiempo sentir que me complementa. Puedo entender las razones y motivos detrás de sus actos y palabras, pero sigo descubriendo cosas nuevas acerca de ella cada día, cosas que no conocía, y continúa manteniéndome cautivado.

Besos que curan [ADL #2] ✔Where stories live. Discover now