—Es lo que más necesito, necesito que me digas que todo va a estar bien.

—Las cosas van a estar bien para ti, eso es lo que importa ¿o no?

Apartó la mirada avergonzado ante sus palabras tan acertadas.

—Piensas que soy un cobarde.

—No, ya te lo dije, no voy a juzgarte.

Pero no necesitaba oírlo de sus dulces y angelicales labios, sabía que era un cobarde.

Lo había confirmado él mismo, ¿acaso estar allí de pie ante su esposa llorando, no era una muestra de cobardía? Debería cumplir su promesa, no rendirse y… ¡Dios! Era tan difícil.

—Lo lamento mucho.

—¿Te disculpas conmigo?—Ella tenía razón, pedir disculpas parecía completamente fuera de contexto.

Se encogió de hombros, ganándose una nueva sonrisa por su parte. Era tan hermosa, no podía creer que en algún momento casi se perdió de admirar esos rasgos; sus ojos verdes, su nariz respingona, su cabello rojizo un tanto rebelde por las mañanas, pero siempre implacable.  

—¿Te he dicho lo guapa que eres?—Tuvo el placer de verla sonrojarse, quizás tendría que habérselo dicho más a menudo. Una mujer así, se merecía ser venerada días enteros, amada noches completas, y seducida cada hora de su vida.   

—¿Recuerdas este día?—Le enseñó el cuadro alzándolo frente a sus ojos. Asintió en respuesta —. ¿Qué pasó?

—Fue nuestro aniversario.

—El primero. —Lo corrigió juguetona, él volvió a asentir.   

—Uno de los mejores. —Se quedaron en silencio, ambos despertando aquel día en sus mentes.

Parecía tan lejano, las personas en esa foto habían cambiado tanto, pero no podía decir que de una forma desagradable. Cada segundo a su lado, había sido digno de un retrato. Podía y debía sentirse orgulloso de eso, no es común que el amor de tu vida te corresponda de buenas a primeras. A decir verdad, es casi imposible que el amor de tu vida te corresponda en lo absoluto. Él había sido demasiado afortunado o quizás todo lo contrario.

Es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado. ¿Sería eso cierto? Sin importar cuanto le diera vueltas, la frase parecía demasiado insulsa. No llegaba a abarcar las magnitudes de sus dolencias o los alcances de su amor. Lo suyo no era algo de telenovela, él realmente había amado y perdido. Y en ocasiones, en momentos como ese prefería incluso nunca haber saboreado ese placer. ¿Para qué? Perder nunca estaba en los planes de nadie, perder era una palabra horrible. ¿Quién compite para perder? ¿Quién emprende una cruzada sabiendo de antemano su derrota? Él aparentemente, los enamorados también.

Maldita palabra, maldito sentimiento, malditos todos los que alguna vez lo sintieron y no lo perdieron.

—¿Recuerdas lo que me diste de regalo?—Su pregunta lo catapultó lejos de sus oscuras cavilaciones, la tenía allí ahora. Contaba con su atención, con su intervención. Aprovéchala, le dijo una voz en su subconsciente y él le hizo un gesto de asentimiento.

—Un atardecer —respondió con la voz enronquecida, obligando a sus labios a forzar una sonrisa. Para fortuna de su entristecida alma, ella se la correspondió.

Recordó que cuando la economía no le alcanzaba para sustentar su amor, robaba maravillas de la naturaleza y se las obsequiaba como un instante eterno. En el transcurso de su noviazgo, le había dado una margarita, una estrella, una lluvia de verano y el rocío de la primavera. Sin duda la economía había sido bastante exigente con ellos, pero eso nunca eclipsó lo que cada uno sentía por el otro.

A dos pasosWhere stories live. Discover now