22. RECUERDOS PERDIDOS

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Mi nana me observaba como si yo estuviese desquiciada, sus ojos marchitos se habían entornado y su expresión se había vuelto un tanto pesarosa.

—¿Don Cristóbal en los calabozos?¡Pero si todo el tiempo ha estado en la parroquia!¿Quién le ha dicho semejante barbaridad, Anabella?

—¡Tú! —la acusé con la voz más elevada.

—Usted ha enloquecido, mi niña —gimoteó con verdadera preocupación—. ¡Yo jamás le he dicho cosa semejante!

—¿Estás pretendiendo volverme loca de verdad? —prorrumpí con fuertes latidos en mi pecho—.¡Tú misma me lo dijiste hace rato, antes de que fueras por los hábitos que se supone me prestarías y que ahora simulas no recordar! ¡Me informaste que Enrique había descubierto que el Santo Oficio había arrestado a don Cristóbal! ¡Incluso me entregaste una carta que te dio para mí!

—Anabella, no diga disparates, ¿cuáles calabozos? ¿Cuál carta le he dado yo?

—Esta carta, nana... ¿Dónde la dejé? Ah, sí, por acá en el buró...mira... No, espera. ¿Dónde la puse? Sí, la coloqué bajo el candelabro, en el buró... pero....¡Dios! ¡No está!

Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta que la carta que mi nana me había dejado esa mañana había desaparecido de mi buró: tampoco estaban las piedras color añil que mi demonio me había regalado días atrás y que había guardado donde mismo... ni sus otras cartas. ¡No había nada! Era como si de repente todo mi pasado hubiese desaparecido. ¡Dios mío! «¿Qué está sucediendo?».

—Nana... —soplé con un nudo en la garganta, sintiendo que perdía todas mis fuerzas en tanto miraba a la interpelada con gesto turbado y una sensación muy helada que petrificaba mis dedos y sofocaba mi pecho y mi vientre.

—Mi niña, está usted muy confundida y pálida —musitó ella acercándose a mí poniendo su rechoncha mano sobre mi frente, como midiendo mi temperatura para saber si tenía fiebre—. Lo que pasa es que ha estado muy enferma, Anna Isabella, deje voy por hierbas para curarle esas heridas de su espalda. Mientras, recuéstese boca abajo y no piense tonterías. Ahora regreso —dijo, y salió con grandes zancadas, muy mortificada, de mi habitación.

Quise arrancarme los pelos de mi cabeza y gritar de desesperación, lanzar todos mis bienes por mi ventana y seguir gritando, pero sabía que con ello lo único que conseguiría era un pasaje directo al loquero. ¿Qué estaba sucediendo? Infaliblemente mi nana había perdido la memoria completamente, o al menos eso parecía. Sabía que no me estaba mintiendo pues ella, muy a su pesar, siempre había sido mi cómplice en todas mis locuras, por ello, la posibilidad de que estuviese fingiendo era improbable. La prueba estaba en la misteriosa desaparición de la carta, mis piedras y las notas más antiguas que don Piedra me había dado en el pasado, todas ellas habían estado ahí cuando ella había salido la primera vez. ¿Entonces? ¿Qué había ocurrido?

Gobernada por la exacerbación y mis profundos deseos de resolver el intrigante misterio, me tumbé boca abajo sobre mi cama y aguardé impaciente a que mi nana retornase y me curase mis heridas con sus menjunjes, los cuales, sin demorarse más de lo debido, esparció en mi espalda por un buen rato. Tuve que ahogar en mi almohada mis gemidos de dolor mientras ella me untaba y colocaba más hierbas en su propósito de desinfectarme. Durante su actuación, no cesaba de preguntarme, presa del desconcierto y la incredulidad, cómo es que me había podido hacer esas espantosas llagas en mi espalda, para lo cual mi respuesta siempre era la misma «No lo sé, nana, cuando desperté esta mañana ya estaba así».

Me dije que debía de actuar con naturalidad y dejar de lado mis antiguos argumentos en los que había intentado hacerla entrar en razón en lo concerniente a la realidad de los hechos. Me rehusaba a creer que ella no recordase que mi madrastra me había golpeado días atrás y que tampoco recordara todo aquello que me había contado del señor Cristóbal Blaszeski. Sea lo que sea que estuviese sucediendo, necesitaba tener intacta mi cordura ante los demás, sobre todo ante ella, que era mi única secuaz y mi más grande protectora. Me obligué a permanecer serena, si es que esto podía ser posible, y a esperar a que nana se marchara para salir a hurtadillas de mi alcoba a fin de corroborar con Lupita y Enrique que ella era la única que había perdido los recuerdos. Confieso que a la vez temía que también ellos hubieran olvidado todo. ¿Cómo se supone que una persona pudiera olvidar cosas tan trascendentes como aquellas así tan de repente? No podría ser posible por causas naturales.

LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora