CAPÍTULO 1: LA CHICA STEAMPUNK DEBE MORIR

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Este primer episodio también podría llamarse: El día en que no fui a clase y un robot quiso matarme, pero me quedaría sin el nombre con el que me refiero a los lunes y es poco comercial.

Por esa época era una quinceañera normal que adornaba sus carpetas con dibujos de zombis que morían de hambre al no hallar cerebros. Como dije, una chica normal, pero que dejaba huella a los que me conocían; mi mechón rosa fue convalidado por una bronca de mi padre (al menos a él le marcó). Siguiendo esa corriente, mi madre decía de mi chaqueta de The Black Parade: «un intento de expresar rebeldía a través de figuras fatalistas que hacen ruido..., perdón, música» (sí, es psiquiatra; la omitiremos antes de que diga algo sobre Freud y la represión sexual). ¿Cómo iban a saber cómo era si ni yo lo sabía? Yo era yo y ya está, lo sabía desde el verano en que visité el barrio punk de Londres, plagado de crestas coloridas y personas que miraron a la Muerte cara a cara y le dijeron: «chica, ese maquillaje tan pálido ya no se lleva». Acabé en una librería y conseguí agenciarme un par de libros de algo que más tarde supe que se llamaba steampunk. Y me metí en Twitter, donde trolleaba con el apodo de @Chica_Steampunk. Más tarde, vinieron mis gafas retrofuturistas en mi cabeza, que los miserables de mi instituto (la academia para jóvenes sin talento) describían como «cosa rara».

Esos hechos desarrollaron mi credo: la Tierra es una cloaca girando en medio del vertedero llamado universo. Y se confirma cuando comienzo mi historia con una descripción y sabemos que en los talleres literarios te dicen: «hay que empezar con la acción». Pero oye, ¿cómo fardarías de que has conocido a Devon Crawford? Vale, ya sigo y dejo de hablar de mí misma en tercera persona. Quedo fatal, joder.

Al convertirme en la Chica Steampunk recuperé una antigualla como regalo de cumpleaños: un reloj de bolsillo de oro, con una cubierta colmada de símbolos. Era el complemento perfecto para mis fotos, las que subía a mi Tumblr. Si hubiera sabido que iba a cambiarlo todo, ¿lo hubiera cogido? Es una pregunta estúpida. ¡Claro que lo hubiese cogido! ¿Opinaría lo mismo Gwen?

¿Qué? ¿Que quién es Gwen? Mi única amiga. Voy por ahí de alma en pena que no tiene a nadie que la entienda, pero cuando estaba en preescolar tuve que prestarle un rotulador y, desde entonces, colegas (una historia épica, algún día harán precuelas). No se eligen a las amistades de la infancia, pero ella era la que más me aguantó y me seguía el rollo cuando yo quería hacer skate, aunque ella tuviera dos pies izquierdos, o leyendo a Edgar Allan Poe, pese a que se quejaba de que «oscuro» no se escribía «obscuro». No era una chica brillante (firmaba como Lady_Von_Destroyer15 y Von porque se parecía a bone que era «hueso» y..., vale, nuestros nicks son idiotas), pero era mi sidekick y si os hablo de Gwen es porque el plan de irnos de clase (y lo que supuso) provino de ella y solo de ella.

—Los demás se van a esa excursión a la playa, a buscar piedras y esa porquería —dije como si me estuviesen arrancando la piel. Me miré mis manos de un blanco nuclear.

Sentadas en el banco, frente a la salida del instituto, veíamos desfilar a la calaña de imbéciles de nuestro curso: pijos, deportistas, frikis... Fauna y flora olvidable subiendo al autobús como si fuera ganado yendo al matadero.

—Prefiero quedarme antes que ir con esos estúpidos —agregué.

Gwen asintió con la cabeza y me preguntó:

—¿Nada de playa entonces?

Negué y respondí:

—La playa me pegó de pequeña.

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⏰ Last updated: May 14, 2017 ⏰

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Devon Crawford y los Guardianes del InfinitoWhere stories live. Discover now