—¿Allison? —pregunta. Vuelvo a mirarla—. Lo hiciste bien. Lo has hecho bien durante todo este tiempo.

Trago saliva e intento reprimir las lágrimas que, sin razón alguna, han decidido nublarme la vista. Me levanto del sillón en el que llevo sentada casi una hora y me quedo ahí de pie, sin saber qué hacer.

—Debería irme ya —digo.

—¿Tan pronto?

—Sí, bueno. Tengo un par de cosas que hacer.

—Entiendo —murmura Paige, algo entristecida—. ¿Vendrás otro día?

—Por supuesto —sonrío. Avanzo un par de pasos hacia mi amiga y la abrazo—. Y espero que en otro sitio más acogedor que este.

—Esperemos —me corrige, sonriendo también—. Por cierto, Allison. Gracias. Por contármelo.

Yo me encojo de hombros.

—Tenías derecho a saberlo.

Ella asiente. Le estrecho la mano, y tras dirigirle una última sonrisa, salgo de habitación. La planta está tranquila. Apenas me encuentro a un par de médicos y enfermeros por los pasillos, hablando sobre algún tema con aire severo. Llego hasta las escaleras que comunican con el resto de plantas y las bajo con rapidez. En la planta baja la tranquilidad desaparece. Todo está lleno de personas que caminan con paso ajetreado de un lado a otro. Escucho alguna que otra tos a mi lado y aumento el ritmo, deseando alejarme de allí lo antes posible; siempre he detestado los hospitales.

Me detengo a la entrada de la cafetería. Poso la mirada en la decena de rostros que se encuentran allí, en silencio o hablando en susurros, pero ninguno me resulta familiar. Suelto un suspiro y saco mi móvil del bolsillo de mi abrigo. Apenas llevo un par de números marcados cuando una voz suena a mi espalda.

—No hace falta. Estoy aquí.

Me giro con brusquedad, ligeramente sobresaltada. Harry esboza una pequeña sonrisa que no llega hasta sus ojos. En estas tres semanas, su aspecto físico ha desmejorado bastante. Ha perdido peso, y unas oscuras bolsas parecen haberse instalado permanentemente bajo sus ojos. Además, su ronca voz se ha suavizado, como si hubiese perdido fuerza.

—¿Dónde estabas? —pregunto.

—He salido a tomar el aire. Te he visto a través de la cristalera.

—¿Te encuentras bien?

—Claro —sonríe—. Es solo este olor a yodoformo, que me da dolor de cabeza.

Asiento, no muy convencida. Nos dirigimos hacia la salida con parsimonia. La cojera de Harry sigue siendo considerable, y aunque intenta aumentar el ritmo de sus pasos con la ayuda de su muleta, sé que el dolor que siente no le permite ir más allá. Salimos al exterior, donde enseguida nos vemos recibidos por un sol radiante. Aun así, el frío no tarda en calar nuestras ropas y enfriarnos las mejillas. Todavía nos esperan largos días de invierno.

—Espera, Allison —me detiene Harry, sentándose trabajosamente en en banco. Tiene el rostro pálido y los ojos cerrados.

—Harry, ¿estás bien?

—La pierna. Me da pinchazos. Estoy bien, es solo un segundo...

—Deberíamos ir a casa, Harry —le digo, preocupada—. Hoy no es el mejor día. Además, tus padres querrán estar contigo.

—Estoy bien.

—Pero tu pierna...

—Estoy bien —me interrumpe, alzando la voz con brusquedad. Se me queda mirando unos segundos antes de bajar la vista—. Lo siento.

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