Introducción

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Año 1713 - 300 años atrás

La noche es oscura y tibia, el astro brilla en lo alto, volviendo perceptible el ambiente que me rodea.

Vigilo mi alrededor mientras me mantengo escondida tras un enorme trozo de roca, mi respiración se agita cada vez más y los nervios afloran.

En el campo de batalla solo hay dos opciones, o vives o mueres, y aunque la segunda opción sea la más deseada, es la más difícil de lograr.

Aprieto mí arco con mis manos, saco de mi carcaj una flecha; es el momento de atacar.

Me inclino encima de la roca, mirando hacía mis enemigos.

La guerra está en sus momentos culminantes, mis hermanos pelean salvajemente contra nuestros adversarios. Las diferencias entre las especies son notables; ellos, feroces licántropos, degüellan sin piedad los cuellos de mis compañeros, pero mientras la batalla se desarrolla, menos me subestiman.

Apunto mi flecha, concentrándome en salvar a mis compañeros.

Ganar la guerra no solo significaría salvar mi vida, va mucho más allá que eso, significa salvar más vidas que la mía propia, proteger a mi pueblo y brindarles el bien no material más preciado... la paz.

Con una velocidad impecable y una puntería excelente, la flecha sale disparada en silencio, tomo otra flecha y repito el disparo en una dirección diferente.

Los aullidos y gemidos de dolor se hacen presentes en la atmósfera, como lo esperado, las flechas habían penetrado los cráneos de dos de los hombres lobos.

Con rapidez disparo contra algunas cabezas más hasta que se acaban mis flechas.

Siento ya en mi cuerpo la necesidad de matar, de vengar toda la sangre que estaba derramada en el campo, es mi sangre...

Me despojo del carcaj y saco una daga de la vaina de mi cintura, y sin perder más el tiempo corro con rapidez y sigilo hacia mis enemigos, mi presencia es casi invisible, camuflada por los árboles y la noche. Levanto mi brazo, el cuál sostiene la daga y a espaldas de unos de mis enemigos, sin vacilar; lo clavo en su cuerpo el cual tras un aullido de dolor se desploma.

Había sido rápida para que no pudieran percibir mi aroma y evitar mi ataque.

Saco la daga de su cuerpo inerte, de la cual se escurre la sangre, los aullidos a mí alrededor aumentan anticipando un nuevo ataque.

Los demás licántropos me rodean, son cinco, gruñendo lentamente se acercan a mí, amenazantes, con los colmillos sobresaliendo de sus hocicos chorreantes de sangre; sus miradas descontroladas, hierven en furia.

Miro a mi alrededor para verificar quién más queda de mi reino, puedo ver como los sobrevivientes desaparecen entre los árboles, pero uno no se había marchado; lo miro y escucho en mi mente un leve susurro:

"Estoy a sus órdenes su majestad."

Asiento en su dirección y me vuelvo a concentrar en los lobos que me rodean.

Sin que antes pueda pensarlo, los perros se abalanzan hacia mí. Mis sentidos se hacen más agudos, sostengo firmemente mi daga

— ¿¡Necesitan una buena acicalada malditos perros!? — les grito.

Me muevo al compás de sus cuerpos. Con daga en mano desgarro sus cuerpos, retiro otra daga de mi cintura y empiezo a danzar con ellas.

Esquivo sus ataques para luego herirlos, mis movimientos son rápidos y suaves, como una danza mortal.

Alma Guerrera EN REVISIÓN Y EDICIÓNKde žijí příběhy. Začni objevovat