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Mariana y Marcos se conocieron por casualidad. Un encuentro que bien podría llamarse un "golpe" del destino. ¡Y qué golpe!

Él, hijo del director de una escuela de arte de Buenos Aires. Vivía en Salta Capital, y había viajado a la gran ciudad para dictar un seminario de piano en dicho instituto. Ella, una joven profesora de danza clásica, camino a su primer día de trabajo en el mismo lugar.

El chirrido de unos frenos casi le paró el corazón. Levantó la vista, con ojos gigantes por el susto. Un joven la miraba con indignación, detrás del volante de una impecable camioneta, y le señalaba el semáforo que lo habilitaba a él a circular, no a ella.

Una vez en la vereda, Mariana se quitó el auricular y gritó unas disculpas. Se quedó mirando el vehículo, que entró en un estacionamiento de la cuadra siguiente. Todavía le latía acelerado el corazón. Casi la mata. Y todo hubiera sido culpa suya, por andar ensimismada en la música que estaba escuchando. Medio temblando por la adrenalina, se dirigió a la puerta de vidrio para entrar a la escuela.

El piso estaba alfombrado de color azul oscuro, apelmazado por partes por el uso. Fue hasta el mostrador, donde una recepcionista de unos cuarenta años le preguntó qué necesitaba. Le indicó el vestuario y se dispuso a arrancar con las clases de ese día.

Marcos se recostó en su asiento, una vez hubo estacionado en el lugar asignado. Eso había estado cerca. Suspiró con alivio. No quería cargar muertos sobre su conciencia. Mucho menos, jovencitas tan bonitas como aquella. La cabecita rubio dorado de bucles gloriosos lo había impresionado. Tanto que, bueno, casi lo arruinó. Gracias a Dios, los frenos funcionaban bien.

Salió del estacionamiento silbando una canción de Queen. Aquel sería un día largo. Se lo pasaría adentro del instituto. Esperaba que, por lo menos, alguna fémina le alegrara un poco la vista.

—Buenos días, Silvia —saludó a la recepcionista.

—Buen día, corazón. Qué gusto verte por acá —le respondió, esbozando una gran sonrisa.

"Quién pudiera ser un poco más joven", pensó. Ese chico era exquisito por donde se lo viera. Alto y bien formado, de piel tostada, típica del lugar donde había nacido. Sus ojos eran dos grandes lagunas celestes, herencias de una abuela que había llegado en barco al país, muchos años atrás. El cabello le caía lacio, negro y brillante, influencia de la sangre inca que también corría por sus venas. Aquel bombón bien podría llenar la calle Corrientes con su cara, publicitando algún perfume. Lástima que él apenas tuviera veinticuatro y ella, edad para ser su madre.

Un piano furioso resonaba en los pasillos durante su hora de descanso. La pasión que se traducía a través de las armonías la atrajo inevitablemente hacia la fuente de la música. La tapa abierta del piano de cola no la dejaba distinguir el rostro del intérprete. Se acercó, sigilosamente, para no molestar. Cuando finalizó, saludó al chico sentado en el banquillo.

—Eso fue hermoso —lo halagó, apoyada en el espejo de la pared.

Él levantó la cabeza ante el sonido de esa voz de mezzosoprano, inmediatamente hechizado. Se dio vuelta para ponerle rostro.

—Gracias...—La palabra murió en su boca cuando vio quién era, una sonrisa enorme le salió sin querer— Bueno, esto no me lo esperaba.

Se rió. Mariana no entendía qué le pasaba a ese chico. Tampoco es que pudiese pensar mucho, había quedado deslumbrada. Sonrió levemente, sonrojada totalmente.

—¿Estás bien, muñequita?— le preguntó, poniéndose de pie.— Lamento lo de esta mañana.

Ella frunció el ceño.

—¿Eh?

—¿Vos sos la chica que casi atropello hoy?

Una luz de reconocimiento le cruzó el rostro. Se sonrojó aún más, si eso era posible.

— Sí... Soy Mariana.

—Marcos.

Se miraron a los ojos y se volvieron a reír.

De ahí en más, entre cafés y bares, se enamoraron. Marcos tenía que regresar a Salta. Así que se arriesgó y le pidió que lo acompañara.

Al año, se casaron y a los pocos meses, Gabriel ya estaba en camino. Todos eran felices.

Y, un buen día, llegó la "parejita": Mariana estaba embarazada de una niña. Nadie se imaginaba que aquella sería la sentencia de muerte de tanta dicha.


Frente Al EspejoWhere stories live. Discover now