Capítulo uno: Parte 1

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El hombre cubierto totalmente con una túnica de color gris, iba a zancadas hasta encontrarse con una dura reja de color negro brillante, en medio de un sombrío y neblinoso sendero, que se le alzaba a cada lado una alta muralla de piedra. Él, rígido como una roca, observó la sólida reja convertirse en la densa neblina grisácea que cubría el sendero. Y caminó unos pasos adelante hasta escuchar un ruido metálico detrás de él.

Una enorme planicie se alzaba a cada lado del largo sendero. Y el hombre siguió su camino con el viento arremolinando su túnica, hasta acercarse a un trabajador que podaba con sus temblorosas manos un arbusto en forma de pavo real, con hojas de color azul brillante alrededor de su cola. —Buen ocaso—dijo el hombre.

El trabajador bajó la cabeza. —Buenas tardes señor, estoy a su disposición —respondió temblando, por el frío que lo azotaba.

El hombre tomó una botella vacía de una carroza, y con la otra mano hizo girar una vara de treinta centímetros de rayas negras y plateadas, que brilló de dorado en la punta, mientras la botella se llenaba con rapidez de un humeante líquido café. —Es para usted —dijo, sosteniendo la botella de bajo de la nariz del trabajador.

—No... no puedo aceptarlo, me castigaran —respondió saboreando el dulce humo del líquido —y mi señor a usted también lo castigaran—. El trabajador subió la mirada con timidez, dejando ver sus ojos vacíos sin la más mínima gota de brillo, unos labios rajados de color morado y una cara desgasta y marchita, que decía, —no más a esta vida de trabajo forzado—, en cada arruga que sobre salía de su rostro.

—Tomaré el riesgo —dijo. Y él trabajador agarró con cuidado la botella y bogó sin cesar el ardiente líquido que hacia estremecer su cuerpo. Al terminar, buscando la mirada del hombre oculta entre la prenda, se comenzó arrodillar.

—Pará... Levántate —ordenó el hombre, dándole la mano.

—Muchas gracias —dijo con rapidez, aceptando con timidez la mano del hombre —¿Cómo mi señor le puedo agradecer?

—Solo hay una manera, dale chocolate caliente a los *Siverez de esta hacienda.

—Pero se... ­—dijo el trabajador. Mirando la botella vacía, que se llenaba con rapidez —muchas gracias mi señor, todos nosotros se lo agradecemos —Él trabajador hizo una leve inclinación, dio medio giro y salió corriendo, sosteniendo la botella en su pecho.

La densa neblina grisácea escondía unas inmensas montañas en pico, al final de una gigantesca planicie, donde se alzaba una majestuosa mansión de color negro con innumerables ventanas de cristal, encerradas en enormes marcos y rejas de color oro.

El sendero terminaba en una enorme puerta en arco, que conducía a una tenue habitación cuadrada de paredes de madera café oscuro, con dos grandes escaleras de mármol blanco. En medio de las escaleras; en los dos pisos, se hallaba una puerta negra. El hombre traspasó la puerta del primer piso y un corredor de madera que terminaba con unas escaleras.


Antonio, como su nombre lo decía en un pequeño broche dorado en el lado izquierdo de su pecho, no había cambiado en más de veinte años. Mismo cabello liso de color negro brillante, peinado cuidadosamente de lado. Ojos negros profundos y unos labios delgados de un rosa claro. Traje oscuro a medida, capa de tela grueso de color negro hasta las rodillas y zapatos en punta de cuero. Él se encontraba parado, observando sus cristalinos ojos en una ventana con vista a tres altas montañas, cubiertas en la parte superior de nieve.

—¿Árgon hace tiempo que no nos vemos? —preguntó Antonio sin despegar la mirada de la ventana.

—Nunca lograré tomarte por sorpresa —dijo él hombre de capa gris, terminando de subir los últimos escalones —si, hace meses que no hablamos solo tú y yo.

—Para ser exactos, hace una hora cumplimos un año —Antonio tragó saliva y continuó—, y en solo horas, se cumplirán quince años con tres días, desde que perdí a mi hijo y... y a él...—. Antonio volteo con lentitud y observo en la solo la túnica que brillaba tenuemente en la oscuridad.

—Contar el tiempo solo duplicara los segundos —dijo él hombre —¿cuál es el acontecimiento tan importante que decoras los jardines?

—El Ministerio eligió la mansión para la cena de iniciación de los elegidos... Pero eso ya lo sabias. ¿A qué viniste?

—Siempre queriendo llegar al inicio del espiral —dijo él hombre con un tono irónico —vengo hablar del chico que hoy se convierte en hombre.

Antonio trago saliva con dificultad —¿De qué! ¿O para qué! ¡Eso solo nos traerá problemas a los tres con el Ministerio! ¡Si se enteran, lo mataran!... ¡Nos mataran! Además él está muerto para todos ¿O no? —dijo Antonio con frialdad en cada palabra.

—E inscrito su nombre en el cetro—. Antonio se quedó perplejo, sin palabras. Un silencio penetro en la habitación solo interrumpido por el graznido de las aves que iban a sus refugios. —Estará más seguro aquí donde el Ministerio solo lo perseguirá, afuera ya no está protegido —Concluyó el hombre.

—¿Dices que él ha vuelto, lo has visto? —preguntó Antonio con ansiedad.

—No. Él nunca murió y tú y yo lo sabemos. Al chico hay que prepararlo.

—Sé que él no ha muerto pero está débil y sin alma, ya no es un peligro para... El chico —Aseveró Antonio — has escrito su nombre en vano. Porque tus planes no se cumplirán. ¡Yo no lo conoceré y él no sabrá nada de mí! Y así es mejor... Si se enteran que está vivo, ahí si va estar en peligro.

Antonio dio media vuelta bruscamente y se sentó en un trono de espaldar dorado, con las piernas tensas y la mirada en el hombre que se bajaba la capucha. Pero la noche ya había caído y la oscuridad en el estudio era total que era como si no hubiera nada en el lugar.

—No pienso en decirle ni al Ministerio, ni al chico, quien en su familia —dijo él hombre con una vos tranquila —solo prepararlo por si el momento llega.

— ¡Nunca llegará ese momento! Ni ese ni otro, porque mi... El chico no es puro y el cetro no lo elegirá.

El hombre se acercó al escritorio, dejando ver mínimas facciones, como una nariz puntiaguda y una leve sonrisa. —Así sea la más mínima gota, en su ser corre la esencia de los Saiets... Tu esencia — dijo el hombre —hasta pronto Antonio... Y cuida tus cultivos del jardín.

Antonio cerró los ojos escuchando el sonido de los pasos alejarse. —Tú siempre con tus metáforas, Árgon —solo se escucharon los pasos ir más lento pero ninguna voz de la oscuridad. Antonio abrió sus ojos, resbalándose una lágrima por su mejilla, sus labios tiesos gesticulaban las palabras que resonaban dentro de su cabeza. —¿Cuál es el nombre de mi nieto? —Gritó. La repuesta llegó enseguida, el eco fue de inmediato, repitiendo una y otra vez, las palabras que taladraban los oídos de Antonio. —Árapk—.

ÁRAPK #Detras de camera y escenas borradas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora