Capítulo 4: Reflexiones confusas

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Mateo estaba distraído.

Mientras observaba el jardín de la casa de sus padres, pensaba en un montón de cosas: su hermana pequeña iba a casarse, era un pésimo padre de una niña de cuatro años, estaba soltero, su trabajo lo agobiaba y por sobre todas las cosas: extrañaba mucho a Linda.

Una débil sonrisa se tambaleó en los labios de Mateo al recordar cómo conoció a la mujer -a la única mujer- con la que se atrevió a casarse. Fue en la universidad estatal: ambos estudiaban carreras totalmente distintas, pero eso no les impidió coincidir una vez en una fiesta, donde por primera vez el mundo se detuvo para ellos. Y meses después de sus respectivas graduaciones, se convirtieron en marido y mujer.

Durante un buen tiempo Linda estuvo pasando episodios de tristeza por no quedar embarazada, pero cuando finalmente lo lograron, el destino les jugó una mala pasada.

«Es un riesgo demasiado grande. El corazón está débil», les advirtió el médico varias veces.

«Pero es un riego que valdrá la pena tomar», respondió vehemente Linda en muchas ocasiones y fue imposible discutir con ella.

Mateo cerró los ojos ante el recuerdo del día del nacimiento de Merody hacía ya casi 5 años, el que para ellos dos iba a ser el mejor día, se convirtió en el más trágico.

«El corazón de su esposa... no lo soportó. Lo sentimos.»

En aquel entonces, él tenía 26 años y no entendía nada de lo que estaba pasando. Se sentía como un niño abandonado y triste, que tendría que hacerse cargo de un bebé recién nacido, solo.

¿Su único consuelo? Era una niña, y resultaba ser idéntica a Linda.

«Merody»

-¿Mer? -Se giró de golpe adonde se suponía debía estar la niña, pero sólo se encontraban un montón de muñecas a medio vestir abandonadas.

Suspiró cansado. Ella siempre le hacía eso.

-Claudia, ¿has visto a Merody? -preguntó a una de las muchachas de servicio que se encontraba recogiendo las hojas esparcidas del jardín.

-Sí -El alivio de él fue evidente-, está en la sala con la organizadora de bodas.

Mateo frunció el ceño extrañado. ¿Con la organizadora de bodas?

-Gracias. -dijo y siguió hasta el lugar indicado.

Merody estaba en modo parlanchina.

-. . . entonces papá me dijo que sólo la gente grande se daba piquitos, no los muñecos, así que tuve que separar a Barbie del señor Ken para que él no se enojara, porque papi se enoja muy rápido. La abuela suele decir que es porque extraña mucho a mami, pero papi no lo dice para que yo no me ponga triste. -Se detuvo en seco cuando escuchó lo que su hija le confesaba a la extraña de espaldas a él.

Una vez más el sentimiento de culpa lo golpeó con tanta fuerza que no fue capaz de moverse durante un tiempo.

-¿Y tú la extrañas? -preguntó la extraña con voz suave.

-Muchísimo, pero ¿te cuento un secreto? -Mateo vio como la mujer asentía-: Ella siempre está conmigo, sólo que no la puedo ver.

- Por supuesto que si, eres una niña muy inteligente. -dijo con voz dulce acariciando el cabello de su hija. Mateo se dijo que era un buen momento para intervenir.

-Mer, te estaba buscando. -Informó, con la voz más ronca de lo que él pretendía.

-¡Papi! -La niña se levantó de un tirón del mueble y corrió a su lado. Jaloneó su mano y lo condujo hasta donde estaba la supuesta organizadora de bodas. Ésta lo miró impresionada y una sonrisa petulante se formó en la cara de Mateo.

Mujeres.

-Buenas tardes, señor. Mi nombre es Ángela Gallegos -Se puso de pié alisándose la falda entubada que vestía y le tendió la mano. Él se la estrechó y le pareció que la señorita Ángela debía de usar mucha crema, porque su palma era muy suave.

-Mateo Bracamonte. Un placer -Ésta inclino su cara y pudo percibir un rubor extenderse por sus mejillas cubiertas de pecas. Mateo se descubrió observándola con curiosidad mientras ella y su hija retomaban su conversación, esta vez, sobre la boda de Clara.

-¿Es usted parte del cortejo, señor Mateo? -le preguntó Ángela, con la amabilidad a la que estaba acostumbrado Mateo cuando se encontraba alrededor de damas.

-Sí, por supuesto. Como se habrá podido dar cuenta, mi hermana es un poco caprichosa y no me perdonaría jamás el hecho de no serlo. Así que sí, allí estoy. -respondió. Ella rió y él llegó a la conclusión de que era una risa «bonita».

-Bueno, eso es excelente. A las novias hay que complacerlas.

-A todas las mujeres hay que complacerlas. -replicó y observó divertido como de nuevo el rubor se hizo presente en las mejillas de la mujer.

Trató de que no se le escapara la risa.

-Cierto -Apuntó Ángela en un hilo de voz. Se giró y tomó del mueble un pequeño bolso-. Yo ya tengo que irme. Nos veremos luego.

Besó a Merody en el cachete y luego tendió nuevamente su mano para despedirse de él, pero Mateo decidió ser atrevido y besó su sonrosada mejilla.

Sus ojos verdes lo miraron con sorpresa.

-Hasta pronto, Ángela. -murmuró sintiéndose momentáneamente hechizado.

Después que se hubo marchado, Mateo decidió de que toda ella podría considerarse bonita.


NO te cases conmigo© DISPONIBLE EN DREAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora