♪ Días blancos y pureza

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Estaba sentado en el jardín, en mi sitio usual, sobre el concreto, mirando al infinito, que es a donde mira la gente cuando no sabe hacia donde mirar, porque tampoco sabe hacia donde debe ir.

Es hacia donde yo siempre miraba.

Era uno de esos días, no soleados, pero tampoco nublados completamente. Eran simplemente... blancos. Yo lo sabía, a pesar de no poder verlo. Lo sabía por lo denso del aire. Por la voz cansada de mi hermana. Lo sabía porque Jay a penas si quiso levantarse de la cama. Lo sabía, también, porque recibí un audio de Harry diciendo "Buen día, precioso" en mi celular (al que, por cierto, no contesté), y el solo tenía buen humor cuando hacía frío como ese día. Y solo hacía frío como ese día cuando el cielo estaba blanco.

Harry. Él era... bueno. Él no lo sabía, claro. Como la mayoría de nosotros no lo sabe. Las personas como él, las luminosas, las que te hacen sentir bien casi todo el tiempo, las tímidas, las que se ocultan detrás de máscaras: el chico malo, el chico triste, el chico destruido, esas eran las mejores personas para mí. 

Yo sabía que no era su intención hacer las cosas que hacía, huir de todos, temer a la gente, temer al amor, aislarse. Eran años y años de solo estar al rededor de gente que le hacía daño. De gente con ojeras, que creía que aquellos que no se inyectaban heroína y disfrutaban de cortarse las muñecas no entendían nada sobre la vida. Harry había visto tanta vida, y a la vez era solo un niño. Un niño asustado, que creía que era él el que estaba mal, porque nunca nadie le había explicado que en realidad la sociedad era la mala.

Harry, con muchísimas influencias que lo hicieron alejarse de la persona que quería ser.

Harry me había roto el corazón, sí. Pero nunca se lo dije, porque eso rompería el suyo. Y yo únicamente quería cuidarlo. Desde la primera vez que el cuidó de mí, llevándome por los pasillos de un instituto que yo solo podía imaginar como un lugar horrible, él lo pintó de colores y me lo entregó de nuevo, haciendo de mis pesadillas sueños. Fue ahí cuando supe que el valía más de lo que se dejaba creer.

Me puse de pie, como si de pronto hubiese comenzado a llover y yo hubiese recordado que había ropa colgada. Corrí hasta la puerta, sin siquiera tomar mi bastón, agarrándome de las paredes para no golpearme con nada (conocía demasiado bien todas las dimensiones de mi casa como para hacerlo, de cualquier forma.)

Una calle. Tres. Siete. No me importó que la velocidad despeinara mi cabello. Ni chocarme un par de viejecitas en la calle. Conocía el camino de memoria. Tenía que verlo. Tenía que decirle.

Quería que sepa que lo había perdonado.

Me paré en frente de su puerta, respirando dificultosamente y muriendo de frío, pero nada importaba. La voz que escuché cuando la puerta se abrió fue la de su hermana.

"Louis." dijo Gemma, sonando sorprendida, y probablemente con un ceño fruncido. Se había convertido en algo así como mi hermana, también, debido a la cantidad de horas que Harry y yo pasamos ayudándola a trabajar en las noches, comprando ropa con ella los fines de semana. En menos de un mes, ella ya se había vuelto mi familia también.

"Gem..." intenté hablar, pero mi respiración podía más. 

Detrás mío, sentí dos manos posarse encima de mis ojos, y escuché una voz que devolvió todo el aire perdido a mis pulmones. Cada vez que lo escuchaba, era como si una de las grandes mochilas que a veces sentía que cargaba en mi espalda, se esfumaran. Como si él lo hiciese todo más fácil. "¿Quién soy?" murmuró en mi oído, Harry. 

Yo me volteé, sonriendo con una mano en mi cintura, mientras con la otra le decía "no es necesario que me tapes los ojos, ¿sabes? de todas formas no iba a verte" 

"yo sí" ♪ l.s. Where stories live. Discover now