―Calla de una vez, tú sabes perfectamente que ese no ha sido su único ataque. ―gruñó Kyungsoo.

―Nunca han matado. Tú también sabes perfectamente que el accidente de Jongdae fue culpa de nosotros mismos y nuestros descuidos.

― ¡Cállate, Minseok, cállate!

Era verdad, pero su odio debía ser alimentado, así el delito fuese botar un residuo en las aceras. Amaba su trabajo y dentro de eso se incluía el desear hundir en las peores profundidades de una celda, a criminales como aquellos dos.

El auto policial retomó el ritmo acelerado. Si no terminaban esto pronto, toparían con el desfile de bienvenida que habían organizado para los muchos ministros de cultura extranjeros. Una festividad no oficial pero sí muy esperada por todo el país, donde esos funcionarios tan importantes traían con ellos reliquias de sus respectivos países, para ser expuestas en carrozas hacia el público.

Repentinamente el auto blanco bajó su velocidad, haciendo que Kyungsoo quedara en un trance al creer que, a pesar de todo, los maniáticos habían tirado la toalla y se rendían, sin embargo, uno de los que viajaba en el interior de aquel Packard se hizo mostrar, exponiendo la mitad de su cuerpo y mirando hacia ellos.

Un chico de tez blanca movía su cabeza al compás de la música que salía del coche, logrando que su cabello se revolviera, con ayuda del ingenioso aire. Los ojos de Minseok se atontaron al ver que ese chico de cabello negro con sonrisa de dientes perfectos, sacó un megáfono pequeño y, con agilidad, lo sostuvo en la mano que afirmó sobre la cubierta del vehículo. Unos segundos después, escucharon su voz.

― ¡Realmente no creí que nos pisaran los pies hasta aquí! ¡Has mejorado, Kyungsoo! ―la piel del nombrado se erizo. Aquél malnacido sabía su nombre. ― ¡Pero, nos estorban y no podemos permitirlo más! ―gritó con burla― ¡Hicieron un buen trabajo! ¡Feliz noche, amigos! ―sonrió ampliamente y con dosis de travesura.

Con un movimiento rápido mostró su otra extremidad, dejando que esta cayera libre. Alguna sorpresa se avecinaba y así era, por lo que, sin más; lanzó su flamante puño hacia la dirección del auto policial, no obstante, las pequeñas piezas de vidrio cayeron al pavimento, logrando que en menos de cinco segundos aquellos coches justicieros tuviesen los neumáticos estallados, imposibilitándoles el movimiento.

― ¡Malditos, bastardos! ―gritó Kyungsoo con frustración saliendo rápidamente de su lugar, a su vez, desprendió su arma y unos débiles disparos se estamparon en el parachoques trasero del auto blanco, ahora fugitivo; nuevamente. Gritó y gritó aún más, porque por razón alguna sentía que esa había sido su última oportunidad con aquellos criminales.

El chico pelinegro sonrió al notar la mirada de odio por parte de su enemigo. Agitó su mano simbolizando la despedida, sonrió con victoria y volvió a su posición dentro del auto que compartía con aquél desequilibrado ser humano. Se acomodó y tiró el megáfono al asiento trasero y miró las maletas que se encontraban ahí también.

― ¿Sabes? Me siento mal por la abuela, no aceptamos su taza de té. ―su voz era de lamento falso.

El conductor viró su rostro mirando fijamente el perfil que tenía en frente. Tan magnífico e irreal. El contrario lo observó y rió con ganas, seguido de él. Estaban jodidos, era verdad. Hacía más de seis años que se habían conocido, pronto atraído y por último... estar donde estaban justo en ese momento. Sin importar el nivel de locura que tenían, juntos eran un conjunto perfectamente explosivo.

― Al menos le dimos las gracias por brindarnos la brillante idea del vidrio y llantas, además de los trajes y las armas. —sugirió el conductor.

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