Honey, this mirror isn't big enough for two of us.

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Los gritos de Frank estaban desquiciándome cada vez más a cada segundo.

—¡Gerard! ¡Bebé, déjame entrar! ¡Gerard! ¡Gee!

Solté un gruñido de advertencia, pero no lo escuchó. Estuvo así por un rato, seguido por golpes secos a la puerta y llanto desesperado. El debería estar así de arrepentido, lo merece. Había surgido un inconveniente por su total culpa al intentar deshacernos de los restos de la pelirroja chillona. Bueno, había sido divertido, pero malditamente cierto que no valía la pena morir por ella. Cada vez que podía ver o hablar a través del dolor lloraba y amenazaba con que no sabíamos con quién se había metido pero claro, eso era algo realmente tonto para decir. Si que lo sabíamos, la estudiamos por semana tras semana. No asesinábamos al azar. Estuve cerca de levantarme y patear el trasero de Frank cuando soltó otra tanda de llanto. Me parecía difícil quedarme recordando con las palabras que él soltaba afuera en el pasillo, seguía insistiendo en que le dejara entrar. 

Entonces, la joven y linda Meagan. Originalmente rica y caprichosa hasta que sus adicciones le costaron el apellido. Solía ser prostituta en un bar cercano a los bosques, frecuentado por calaña peor que nosotros. Nosotros... ¿Acaso debía permitir que Frank y yo continuáramos como iguales? ¿Seguíamos acaso siendo un ''nosotros''? Todavía era incierto, debía retorcerse de culpa. Así que, Meagan. Era una de las menos cotizadas del bar. Cuando se aparecía, estaba sumamente drogada y no era buen entretenimiento. Estaba sin paga, pero ella seguía asistiendo de manera intermitente. Mientras no vendía su cuerpo, lo regalaba. Llevaba un desastre de vida y aunque era suya, no la apreciaba debidamente. Así que juntos, tomamos la decisión de jugar con ella y mejorarla, de alguna manera. Era perfecta, por así decirlo. Sus padres la habían olvidado o dado por muerta al igual que sus jefes. Así que lo planeamos cuidadosamente, sin empeño en ser demasiado cuidadosos.

¡Todo fue malditamente genial! Frank se encargó de traerla a casa, con promesas de drogas gratis a cambio de sexo. Cayó rápidamente y con un golpe seco a la nuca se hizo más fácil de transportar. La torturamos durante 3 días seguidos con múltiples técnicas, y nos deleitamos con su dolor hasta que se desmayaba y nos aburría. Entonces teníamos sexo (cerca o en sus alrededores, a veces). Recientemente habíamos robado en distintos lugares una buena cantidad de dinero en metálico. Así que podíamos celebrar con una botella de cara Champagne. También compramos dos botellas de vodka y varios envases de pastillas relajantes sin prescripción. Podíamos celebrar con unos cuantos amigos falsos, fingir que éramos normales, pretender ser buenos. Todo iba bien, hasta el amargo final.

—¡Gerard, cariño! ¡Déjame entrar, por favor!

Un escalofrío lleno de desprecio me recorrió y con un nuevo gruñido le lancé a la puerta una de las botellas de vodka que había vaciado por mi cuenta. Los falsos amigos no se acercaron nunca y fue por su bien, por que entonces hubieran sido las próximas victimas de mi furia hacia Frank. Las pastillas empezaban a hacer efecto y sin embargo, recordar lo cerca que estuvo todo de salir mal por su culpa, hicieron recalentar la ira contenida. 

Era hora de enterrar el cuerpo y sabíamos cómo. En el cementerio, las antiguas tumbas sólo estaban rellenas por polvo y si sabías como abrirlas, y rellenarlas de nuevo, nadie se daría cuenta. Era el deber de Frank resguardar mi espalda con el anciano que hacía de centinela para avisar a la policía a gente como nosotros. Se suponía que Frank debía saber a qué hora estaba dormido, y si los perros estaban enjaulados. Y Frank dijo que lo sabía todo. Y yo le creí, confié en él, por que lo amo. ¿Aún lo amo?

Pero los perros no estaban enjaulados.

Estábamos en la parte más vieja y oscura del cementerio y los perros estaban cerca del otro lado, cerca de la entrada y lejos pero visibles; no se dieron cuenta de nosotros, porque ya estaba cerrando la tumba de nuevo y fue fácil hacer de una salida rápida. Pero, ¿Y si no hubiese sido así? ¿Y si hubiese seguido metiendo los restos de la estúpida pelirroja? ¿Y si los perros hubiesen estado paseando y nos hubiesen olido? La furia mezclada con las pastillas y el alcohol provocaron que lo viese todo en rojo intenso. Estaba cerca de odiar a Frank.

—¡Gerard! ¡Hablemos de esto, déjame entrar! 

Negué con la cabeza furiosamente. No había espacio para los dos en este espejo, decidí. No importaban las veces que le dejé volver. Se acabó. Y más le valía a ese idiota no acercarse a mi hermano o a Bob. La sola idea me provocó un calambre en el estómago, de ira pura.

Así que seguí bebiendo, las pastillas contrarrestando el alcohol que ingería. Desde que desperté después de la fatídica noche, el último recuerdo que tenía era sentar a Frank en una silla, besarle fuertemente con furia y tomarlo de la garganta para gritarle lo idiota que era y que siempre sería. Lo arrastré fuera del minúsculo departamento y ahí estuvo toda la noche, fiel.

—¡Gerard, Gerard!

Más le valía irse, por amor a los cielos, o la próxima victima sería él.

Y creo que lo dije en voz alta, por que se escuchó un jadeo y un pequeño llanto. Los golpes dejaron de resonar, finalmente. Sabía que volvería, eventualmente. Pero yo no le dejaría entrar, no esta vez. Puede llorar lo que quiera, no me importa. Malditamente no me importa, que se joda.

Estaba harto de él, finalmente.

Esperaba que Frank no pensara que tenia oportunidad de volver a mi lado, por que yo estaba harto. Harto. Harto de él y su incompetencia, de sus labios, de sus falsas sonrisas, de sus tatuajes, de su ronca voz. Harto. 

¿Estoy harto? 

I brought you my bullets, you brought me your love »frerard Where stories live. Discover now