Prólogo.

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Estoy perdida. Decenas de personas van de un lado a otro, muchos tan perdidos como yo, y otros ya tienen claro al lugar al que deben dirigirse. ¿Qué digo decenas? Cientos y cientos.
Son tantos que me resulta prácticamente imposible identificar una sola cara, una sola persona conocida. Únicamente veo rostros nuevos, y prometo que daría lo que fuera por toparme con alguien a quien al menos haya visto anteriormente una vez en mi vida. En este momento incluso agradecería la melena rubia de Carlota cerca, o los ojos marrones y misteriosos de Naia. Cualquiera me vale para no sentirme tan pequeña y solitaria.

Miro en las listas que hay colgadas en los paneles de corcho en cada pasillo y busco la letra de mi apellido. Podría parecer lo normal que haría cualquiera para dar con el aula correspondiente, pero no, no es lo normal porque ya he mirado mi nombre unas quinientas veces. Mi nombre lo sé, y también el número del aula, pero mi capacidad de orientación no da para más.

Con la mochila en la espalda, el móvil y el bolígrafo en la mano, recorro otra vez los pasillos como una criatura desamparada en busca de la primera clase del primer día de universidad.
Nadie me mira, o eso creo, y tampoco veo a alguna persona que se encargue de orientar a los alumnos de primer año, lo que me parece fatal por parte de la universidad. Pero bueno, ya tendré tiempo para hacer reclamaciones y observaciones.
Miro el reloj y me alegra saber que aún dispongo de veinte minutos más de búsqueda. Bajo escaleras, subo escaleras, me meto entre mareas de gente y sobre todo voy mirando el número de cada aula por la que paso.
De pronto encuentro otro cartel en la pared que indica la ubicación de las aulas. Me acerco a él, intentando disimular que no estoy tan perdida, y empiezo a buscar. Quizá esta sí sea la planta que me corresponde.
Compruebo que tampoco he tenido suerte con esta y resoplo. A este paso se me hará tarde. Empiezo a frustrarme entre tanta gente y tanta novedad.
De repente una chica llega a mi lado, quita una de las chinchetas que sujetaban un papel informativo sobre asignaturas y la utiliza para pinchar allí un cartel que ella traía.
La miro unos instantes y me doy cuenta de que es la chica más rara que he visto en mi vida. Su pelo es rojo y liso, sus ojos claros y muy grandes, y su piel extremadamente pálida está cubierta de pequeñas pecas. Lleva un vestido estampado bastante veraniego para la estación en la que estamos y unas sandalias de tipo romanas. Al ver que no le quito la vista de encima, me mira y sonríe.

-¿Estás en primer año? -me pregunta-. Estás perdida, ¿verdad? ¿Cuál es tu clase?

Se toma la libertad para coger el papel que sujeto y tras mirar unos segundos me lo devuelve. Sus dedos son muy largos y delgados, al igual que el resto de su cuerpo.

-Tienes que bajar dos plantas más.

-Gracias -es lo único que puedo decir, y me siento realmente ridícula por haber necesitado ayuda de una desconocida un tanto curiosa para encontrar mi clase.

Entonces me viene a la cabeza el pensamiento fugaz de que estoy completamente sola y así es como estaré los cuatro años que pasaré aquí.

Me doy la vuelta para comenzar a bajar las escaleras y la chica pelirroja llama mi atención con un "chist".

-Al fondo de este pasillo está el ascensor -me informa señalando con el dedo y luego desaparece.

Vuelvo a dar las gracias aunque esta vez no me oiga y sigo el camino por donde me ha dicho. Ahora me siento aliviada y ya he dejado de estar en tensión sabiendo que he localizado el aula. Entonces mi móvil vibra en mi mano y lo desbloqueo para ver quién me ha escrito.

El nombre me forma un nudo terrible en el estómago. Aún no comprendo cómo puedo seguir reaccionando de esta forma, cuando se supone que ya debería ser inmune a sus mensajes diarios.

Han pasado tres meses. Tres malditos meses desde que se fue. Tres malditos meses que creía que formarían el verano de mi vida... Y ahora que ha terminado, confirmo que ha sido el verano de mi vida, pero en el peor de los sentidos.

Tres meses escribiendo un mensaje cada día. Todos y cada uno de los días, sin olvidarse ni uno solo. Noventa días, noventa mensajes que he recibido, y noventa mensajes que no he respondido.

No miento cuando digo he llorado tras cada uno de ellos. Y supongo que este no será la excepción.

Me topo con el servicio de camino al ascensor por lo que entro y me meto en una de las puertas. Entro en la conversación, que no he borrado nunca, y veo que esta vez no son palabras sino un audio. Tres minutos de audio que se me descargan rápido, pero dudo bastante si darle al play o no.

Si sus palabras me destrozan el corazón cada día, una canción lo dejará totalmente sin vida.

Inspiro aire profundamente y pulso el play.

For a while we pretended that we never had to end it, but we knew we'd have to say goodbye.

You were crying at the airport, when they finally close the plane door. [...]

Torn in two, and I know I shouldn't tell you but I just can't stop thinking of you... wherever you are.

Every night I almost call you just to say it always will be you... wherever you are. [...]

I could fly a thousand oceans, but there's nothing that compares to what we had, and so I walk alone...

I wish I didn't have to be gone. Maybe you've already moved on... But the truth is I don't want to know. [...]

You can say we'll be together, someday. Nothing lasts forever, nothing stays the same. So why can't I stop feeling this way...

Wherever you are...

No continúo escuchando. Ha sido suficiente.

Me siento en el suelo, pegada a la pared fría, y apoyo la cabeza sobre las rodillas. Las lágrimas no tardan en caer al suelo como si se tratara de un grifo que gotea cada vez con más intensidad. La canción parece hecha para nosotros.

No entiendo por qué me hace esto.

Él debería estar aquí. Debería estar conmigo, acompañándome hasta mi clase y deseándome suerte el primer día. Aquí, no a miles de kilómetros de distancia.

Deberíamos estar juntos, pero el caso es que no lo estamos y, por mucho que le necesite, no volveremos a estarlo.

***

Si alguien quiere un capítulo determinado, solo tiene que decirme que se lo dedique y lo haré.

Gracias por leer.

Te concedo el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora