Prólogo

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Me encontraba caminando por el centro comercial con Chelsea, mi mejor amiga. Salíamos de comprar unos vestidos, blusas, y algunos pares de zapatos que encontró en oferta; por mi parte, mi presencia consistía en solo para acompañarla y ayudarla a cargar todas las bolsas.

Los padres de Chelsea siempre fueron flexibles con ella, mucho más que los míos. Y en épocas donde quedaba tan solo un par de meses para terminar nuestro ciclo escolar, podría darse ciertos privilegios.

—No tengo idea por qué compraste solo un conjunto —comentó quejándose Chelsea.

Encogí mis hombros restandole importancia y continuamos nuestro recorrido.

Mientras caminábamos y recibíamos un volante de una tienda de parte de una chica que le informaba a Chelsea sobre unos descuentos, mi mirada se dirigió hacia unas hamburguesas que... Madre mía, se veían súper apetitosas; las cuales salían en las manos de unas chicas que no dejaban de reir.

Relamí mis labios y busqué con la mirada sobre las cabezas del gentilicio la tienda de las dichosas hamburguesas; pero me encontré con una sorpresa mucho mejor.

Mis cejas se levantaron y mis labios se arquearon.

Un chico que estaba de espaldas hablando por teléfono se encontraba fuera de la tienda, cortó la llamada y llamó a alguien dentro de la tienda; acto seguido salió un chico con un refresco en la mano, pero luego volvió a ingresar.

El chico no volteaba, solo le podía ver el perfil de su rostro y su gran atributo que no me dejaba ver mas que su cara.

Sí damas y caballeros.

Su trasero.

Y por mi mente pasaron un sin fin de reacciones y pensamientos. Vamos, he escuchado en ciertas oportunidades que chicas lo han hecho y han pasado totalmente desapercibidas.

—¡Hey, Charleen! —Chelsea se paró frente a mi, estorbando mi vista.

—Sostén esto —le dije entregándole mis bolsas, la cual recibió tambaleándose.

—¿Que crees que haces? —reprochó.

—En un minuto vuelvo Chel.—advertí a mi compañera—, no te vayas sin mí.

Comencé a caminar lentamente hacia la tienda de hamburguesas. Mis pasos se apresuraron de a poco, al punto de estar trotando. Cuando ya estaba un tanto cerca, aproveché que había gente entrando a la tienda y me dirigí hacia el chico que se encontraba de espaldas.

Y lo hice.

Si, lo nalgueé.

—¡Heeeey! —se quejó.

Y comencé a correr.

Todas las personas me veían como una lunática, corria como si estuviera persiguiendo a un ladrón, es más; como si fuera yo el ladrón.

Regresé mi mirada y me di cuenta que él chico —que estaba bien guapo— me estaba persiguiendo, corriendo igual que yo y lo hacia una forma muy veloz. Volví mi mirada al frente y corrí mas rápido, me escabullí en una planta y me escondí en una librería, cogí un libro cualquiera y lo abrí cubriendo mi rostro.

Esperé un momento, con la adrenalina a flor de piel; bajé un poco el libro, vi pasar al chico corriendo de largo. Y boté todo el aire retenido en mis pulmones.

Madre mía, no me arrepiento de nada.

El chico nalgón, su novia y yo | ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora