37. Con los ojos del alma

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Es mucho más fácil revolcarse en el fango de los malos recuerdos y experiencias, en los dolores que la vida nos causó, en las preguntas acerca de la injusticia de la vida, del «¿por qué a mí?» que siempre nos hacemos ante situaciones que no podemos controlar. Es mucho más sencillo ser víctimas de un destino que no fuimos capaces de modificar, que tomar las riendas de la vida y decidir que queremos... que necesitamos cambiar.

Es cierto que Ámbar fue la puerta al interior de mi ser, para animarme a amarla tuve que quebrar los muros que yo mismo construí a mi alrededor para que nadie pudiera alcanzarme y así nadie pudiera dañarme. Pero una vez que ella abrió ese camino, tuve que ser yo el que juntara mis pedazos, el que los levantara uno a uno y se los entregara a ella, mientras ella hacía lo mismo y me entregaba los suyos, para que juntos nos armemos de nuevo, para que juntos nos reinventemos, para que juntos espantemos al miedo.

Había decidido que ya no quería vivir en las sombras, y no me refería a las sombras de mi ceguera. Esas ya no me importaban, cuando uno por fin acepta sus limitaciones aprende a lidiar con ellas, a aceptarlas en vez de renegarlas. Me refería a las sombras de vivir escondido tras mis propios miedos, esos temores que no me dejaban avanzar, que no me permitían confiar... porque, ¿cómo iba a confiar en alguien si tenía miedo? ¿Y cómo iba a superar mis miedos si no podía confiar en alguien?

Me gustaba la luz que me brindaba el amor, el amor que estaba recibiendo y el amor que era capaz de dar. Me iluminaba dando lo mejor de mí, me iluminaba recibiendo lo que ella me quería dar.

—¿Qué haces acá? —Su voz me trajo de mis pensamientos y me di cuenta que estaba sonriendo, Ámbar se sentó a mi lado y acarició mi mejilla, acarició mi sonrisa—. Tienes una sonrisa tan hermosa, Mariano.

—Todas las sonrisas son hermosas, al menos las que son reales —afirmé y la abracé atrayéndola hacia mí—. Es el día más feliz de mi vida, Ámbar. Solo faltan unas horas. —Ella escondió su cabeza en mi cuello y aspiró, yo la besé en la frente.

—También lo es para mí. Has cambiado todo mi mundo, me haces mejor persona.

—Tu a mí, cariño. Es lo que se supone que hacemos con aquellos a quienes amamos, ¿no? Mejorar sus versiones —sonreí—. Yo soy mejor gracias a ti.

—¿No tienes miedo? ¿Y si no funciona? —cuestionó.

—Miedo, siempre tengo miedo. La diferencia es que antes el miedo me limitaba, y ahora lo enfrento, voy delante del miedo. Haremos que funcione, cariño. Seguro a veces no será fácil, solo no debemos olvidar lo esencial.

—¿Qué sería lo esencial para ti? —preguntó plantando un dulce beso en mi cuello.

—Que eres tú, que soy yo, que nos vimos al alma, que nos conocemos plenamente, que nos entregaremos el uno al otro en cuerpo y alma. Cuando vengan las tormentas, recordemos nuestra esencia, esto que soy, eso que eres. Y volveremos al inicio, y volveremos a renovar el amor.

—Es usted muy romántico, Profesor Galván —susurró en mi oído.

—Es que usted se lo merece, Señorita Vargas.

***

Y así esa misma tarde, cuando el cielo comenzaba a teñirse de colores que yo no podía ver, y las estrellas tintineaban canciones que yo imaginaba oír. Ámbar y yo formalizamos lo nuestro y unimos nuestras vidas en una ceremonia alegre, amena y sincera; acompañados de nuestros seres más cercanos, aquellos quienes nos querían, a quienes le importábamos de verdad.

Mientras esperaba nervioso, en el altar su llegada. La imaginé radiante, luminosa y hermosa, caminando sonriente hasta mis brazos. Quería cuidarla y protegerla por siempre. Entonces ella llegó a mi lado, sentí el calor de su cercanía y una luz brillante envolviendo mi alma.

Tuve entonces la certeza de que hacía lo correcto, ya la oscuridad no se sentía vacía, ya no había tinieblas ni abismos en donde pensaba caería. Mi oscuridad era ahora luminosa, porque ella estaba allí a mi lado, amándome. Entonces pude imaginar pequeños puntos de luz pintándose uno a uno en el negro que envolvía a mis ojos; eran estrellas, tintineaban alegres. Porque ella era mi cielo estrellado, aquel que tanto había anhelado ver de nuevo. Porque ella era la voz de Dios recordándome que no me había abandonado, que había escuchado mis súplicas dándome mi milagro, no aquel que yo había pedido... aun no podía ver los árb oles, o el cielo... ni el color de los ojos de Ámbar o su pelo; pero podía ver aquello que era lo importante en la vida, el amor de quienes nos importan y a quienes importamos. Podía ver la luz brillar en mis tinieblas, porque ahora era capaz de ver muy profundo y sin miedos, con los ojos del alma.

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Con los ojos del alma ©Where stories live. Discover now