Martes 31 de octubre

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Hace algún tiempo un viejo amigo me dijo que era radical y que, o bien mis sentimientos a esta edad no se habían desarrollado, o simplemente me habían abandonado al nacer.

Yo le agrego una tercera opción: los estaba reservando.

Estaba reservando todos mis te amos, todos mis te quiero; todas mis lagrimas, mis verdaderas risas y sonrisas; todas mis palabras, todas mis reflexiones, todas mis descripciones y, finalmente, toda y absolutamente toda la tinta, en decirte cómo es ella, cómo son ellos, y qué me parece esta nueva chica.

Algunos días te escribo, otros no, porque no quiero, o porque simplemente no tengo nada que contarte. La vida no es como en las películas donde todo lo espectacular te pasa en un día: conoces a la chica de tus sueños, y sabes que lo es, porque ves esa luz en sus ojos. Luego te despides de ella, y de nuevo la consigues en otro lugar. Es como si el destino les estuviera diciendo que estarán juntos para siempre.

¡Lo ves! De ese modo no funciona la vida; pero no seas pesimista: todo eso te puede pasar en una vida.

Hace unos meses, Luis me dijo esto: «El mundo no es un lugar tan hermoso y bondadoso como ahora crees, Darwin; pero, cuando realmente crezcas, cuando te hagan daño, cuando te desilusiones, cuando te rompan el corazón, en fin, todos esos fuertes golpes que te da la vida; entenderás realmente lo sombrío que es el mundo, y si te levantas, o simplemente si decides quedarte allí... Bueno, eso dirá qué tipo de persona eres. A partir de allí podrás ver al mundo como lo desees.» No dijo esto con exactitud, pero fue hace muchos meses y no recuerdo mucho más.

Así que no sé qué tipo de persona soy ahora. Lo que sí sé es que allí afuera el sol está intensamente brillando, mientras nosotros nos dirigíamos hacia nuestro destino a gran velocidad.

Destino, una palabra que se me había hecho extraña estos últimos meses, y que solo la mezclaba con la muerte; pero ahora aparto la mirada de la ventana y miro al frente. El vagón salón está radiante de alegría, están festejando. Sonrío, porque de algún modo todas estas personas y yo estamos unidos, y no a la muerte precisamente; estamos unidos a algo que algunas veces es escaso, o que algunas otras (a los más benditos), es abundante: estamos unidos para ser felices.

Y allí está ella, con dos copas en la mano y meneando la cabeza, solo para que me levante y socialice con estas personas, que de momento me parecen agradables. Ahora te miro, porque de algún modo siento esta presión en el pecho que hace que mi mano sujete el lápiz con mucha fuerza, porque sé que es la última vez que volveré a escribirte, y que es la última vez que volverás a saber de mí. Ahora imagino a una gran banda sonora y eso me relaja, pero en el fondo, muy en el fondo, sé que estos últimos días tú serás la segunda persona que no podré olvidar, porque te has hecho parte de mí al igual que la primera, y esa primera persona siempre va a estar unida a mi corazón, porque uno jamás olvida a alguien que está tan ligado a ti, a ese primer amor, aunque esté muerto y ya no esté junto a ti. Uno jamás olvida a su instante feliz, Richard, y tú eres uno, al igual que Emily, Agatha, la Tía Megan, Mis hermanos, mis amigos, mis padres; tú también eres mi instante feliz.

Elena me llama de nuevo, y ahora le brillan los ojos. Los míos deben brillar igual.

Gracias, Richard Parker; fue un buen viaje, una aventura, y no quiero que pienses que fue un viaje triste, Richard, este que tú y yo hemos tenido juntos. Espero sinceramente algún día volverte a ver, pero me temo que nuestra aventura ha llegado a su fin.

Te amo, realmente lo hago.

Atte. Darwin, el joven Wolff.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora