Prólogo.

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El oscuro manto de la noche adornado por la rutilante luz de un millar de estrellas y la luna se cernía sobre el denso bosque, bañado en un silencio ominoso, silencio solo interrumpido por el silbar del álgido viento entre las copiosas copas de sus árboles, las luces de la noche se colaban con agilidad entre las hojas de sus ramas hasta el suelo, dejando su estela bien definida y permitiendo ver el azaroso suelo del bosque, repleto de baches, finas hierbas y bastos arbustos.

La calma fue bruscamente interrumpida por las estrepitosas pisadas de los caballos de un grupo de jinetes encapuchados, pero sobretodo esa calma fue reprimida por los gritos del joven y maniatado prisionero que llevaban arrastras de uno de sus caballos, una mordaza gris acallaba sus gritos y una venda cegaba sus ojos, a pesar de todo, sus gritos y sollozos seguían siendo audibles, ininteligibles, pero audibles, una cantidad ingente de lágrimas discurrían precipitadamente por sus mejillas, humedeciendo su venda, con cada paso que daba el caballo del jinete que le llevaba arrastras sus ya de antemano raídas ropas se iban destrozando más y más, además de que ese arrastre le provocaba graves heridas por todo el cuerpo.

Los jinetes avanzaban en formación con agilidad entre los árboles, conforme se adentraban en el bosque, este se hacía más denso, los troncos de sus árboles se encontraban cada vez mas próximos, lo que les obligó a dispersarse y para fortuna del prisionero también tuvieron que aminorar la marcha, esto le permitió poder seguirle el paso al caballo caminando, así pudo dejar de ser arrastrado, el poder caminar de alguna forma consiguió tranquilizarle un poco, no pudo contener sus lágrimas pero si sus gritos.

Finalmente llegaron a un pequeño claro iluminado alrededor del cual se aglomeraban las plantas del bosque, el jinete a cargo del prisionero desmontó de su caballo y con un movimiento brusco arrojó a su preso al centro del claro, él trayecto había dejado mella en él, apenas le quedaban unos cuantos jirones de ropa y su cuerpo estaba repleto de heridas supurantes, tendido en el suelo no podía dejar temblar a causa del frío viento y del dolor, su venda estaba completamente empapada por sus lágrimas, sudores frios le recorrian de arriba a bajo. Los jinetes le rodearon, y el que estaba colocado detrás de él desenvainó su espada, el ruido que provocó este gesto hizo que el prisionero se estremeciera, entonces empezó a balbucear lo que probablemente serían unas súplicas por su vida, de repente la espada del jinete silbó a través del aire, acto seguido, la venda de prisionero cayó lentamente al suelo, desvelando por completo su entumecido rostro imberbe y sus ojos llorosos rojos, parecía haber envejecido mil años.

tras poder volver a ver, un rayo de esperanza iluminó su cara, se arrodilló ante el que él pensó era el jefe de sus captores, intentó mirarle a los ojos pero por culpa de su negra capucha una oscura sombra se alzaba por todo su rostro, recitó ante el jinete una retaila de palabras de arrepentimiento, imploró por el perdón de sus malos actos, sin embargo el jinete se mostró imperturbable. Todo se quedó en silencio por unos segundo, el preso decidido a escapar de esa situación por medio de la palabra hablada miro a cada uno de sus captores. Cuatro jinetes que parecían ser cuatrillizos, todos ellos vestían una túnica sombría con una capucha mas negra que la noche la cual le cubria el rostro con una sombra y justo donde debería estar el corazón llevaban un broche carmesí de una flor de loto, ninguno de ellos atendía a sus plegarias, unos parecían mirarle fijamente tras la sombra de su rostro y otros alzaban su vista hacia el cielo nocturno.

Ninguno de ellos dijo en ningún momento una sola palabra, por lo que el prisionero prosiguió con su discursillo, empezó rogando por su perdón, pero conforme los minutos pasaban mas que rogar por su perdón comenzó ha exigirlo. Empezó a sufrir fuertes calambres en sus piernas, no sabía cuanto tiempo llevaba arrodillado ante sus captores, pero estaba completamente seguro de que no era poco. Se quedó callado, los jinetes no decían ni una sola palabra, casi aparentaban haber muerto, desesperado miró levanto su cabeza hacia el cielo, vió una enorme luna llena sobre su cabeza, perfectamente a lineada con el claro rodeada.

Los rayos lunares caían sobre el como finos hilos plateados, su luz era tan intensa que incluso tapaba la luz de las estrellas a su alrededor, parecía casi celestial, uno de los jinetes descabalgo y se postro frente a el, levantó su mano izquierda por encima de la cabeza del prisionero, una mano llena de cicatrices, entonces con su otra mano saco una daga plateada de entre su basta túnica negra, el miedo paralizó al prisionero y le deformó el rostro, entonces, el jinete se provoco un profundo corte en la palma de la mano, un borbotón de sangre negra salio de la herida y cayó directamente sobre el rostro del prisionero, el cual no pudo evitar un agudo grito de espanto, pero sobretodo de dolor, la herida del jinete se cerró tan rápido como se abrió. La sangre ardía como la lava, el prisionero se llevó las manos a la cara desesperadamente para intentar erradicar esa extraña sustancia la cual de seguro no era sangre de su rostro, pero todos sus intentos resultaron inútiles, solo consiguió que la sangre le quemara también la palma de sus manos.

Bajo la atenta mirada de los cuatro jinetes se retorció en el suelo agonizando por el dolor de las quemaduras, la piel y músculos de su cara parecían haberse derretido, dejando al descubierto los huesos grisáceos de su cráneo, por sus manos se extendían inmensas ampollas, aun con el cuerpo y rostro totalmente demacrados consiguió sacar algo de fuerza y se arrastro por el suelo, intentando escapar, apenas pudo avanzar unos centímetros hasta que se encontró con los pies de su torturador, alzó su cabeza para de nuevo intentar de forma fútil ver su rostro, para suerte del prisionero su torturador se apiado de él, una macabra son risa se le dibujó en su rostro cubierto por las sombras, con un veloz movimiento, el jinete se colocó a su espalda y le clavó su espada por detrás de la nuca, el filo de la espada sobresalió por su boca como una lengua de metal.

la cabeza inerte del preso se desplomó pesadamente sobre el suelo, su torturador ahora convertido en asesino se arrodilló ante su cadáver, sacó de uno de sus bolsillos un pequeño frasco de cristal cilíndrico con extraños símbolos y por las letras del alfabeto de una lengua muerta.

Alzó el frasco con sus dos manos hacia la luz de la luna, recitando unas extrañas palabras, culminó el rito autoprovocandose un pequeño corte en su dedo anular, esta vez con la uña, de la herida salió una pequeña gota de sangre la cual impactó contra el suelo, acto seguido apunto el frasco hacia el cuerpo inmóvil del preso, la sangre del cuerpo saltó disparada hacia el frasco llenándolo por completo, dejando que el cadáver del prisionero quedara como un monto de ropas andrajosas.




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