—¿Y su nombre? —inquirí divertida.
—No tiene —dijo encogiéndose de hombros, lo miré sorprendida y él rio de nuevo, manteniendo esa actitud relajada, cada vez más fácilmente. Nota mental: Entre más lejos de la escuela Raymond es más agradable.
—¿En serio?

—Lees y ves muchos clichés Princessa, no todos les ponemos nombre a los autos, algunos tenemos dignidad.
—No me digas —dije regresándole por fin el tono burlón.
—Sería bueno que dejaras de criticar el que mi auto no tenga nombre.

—Es que no puedo evitarlo, es raro.
—Puedes ponerle un nombre si quieres —dijo poniendo los ojos en blanco.
—Gracias, pero no gracias, es demasiado honor para mí —dije y ambos compartimos una sonrisa.

Ni siquiera me había dado cuenta que había estacionado el auto, sin embargo, el apagó el motor y bajó del auto para abrirme la puerta.

—Gracias —dije bajando del auto, el cerró su precioso auto y prosiguió a abrir la puerta del edificio.

—Raymond —lo saludó el portero del edificio y bajó su mirada, pero la volvió a subir con los ojos como platos.
—Hola Joshua —dijo y entonces sus ojos bailaron por la habitación sin ver nada realmente antes de volverlos al portero de nuevo— ella es Cathalinna.
—Bienvenida Señorita Cathalinna.
—Gracias.

Me sentía realmente incómoda, eso había sido demasiado tenso, Raymond puso una mano en mi espalda para guiarme, pero pegue un saltito y el retiró la mano, entonces solo señaló el ascensor.

—Perdón por eso, los únicos que vienen son mis primos, así que le sorprendió verte acá.
—Está bien, supongo...

Si el edificio era de por sí maravilloso por fuera, lo que menos esperé fue que fuera aún más maravilloso por dentro, pero así era. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el PH me sorprendí.

—Por el santo manichino de Giorgio Armani —exclamé en voz baja. Escuchando de fondo una carcajada de parte del Idiota de mi clase de literatura.

—¿Qué clase expresión es esa Princessa? —preguntó Raymond aparentemente divertido.

—Una que la mamá de mi mejor amiga utiliza constantemente —respondí a regañadientes— y supongo que termina pegándose.

—De todas formas, ¿Por qué hiciste la expresión? —dijo caminando hacia el interior de la morada, yo lo seguí.

—Porque es demasiado bonito y porque es muy...

El encanto inicial se vio desvanecido de repente, pues al parecer lo único en orden era el recibidor, al echar un vistazo a la sala, vi que era un verdadero desastre.

—Muy ¿qué?

—Olvídalo, iba a decir perfecto, pero con el desastre de la sala me retracto de lo que iba a decir.
—Entonces mejor no te llevo a la cocina —dijo riendo y subiendo las escaleras.

Lo seguí confundida por su actitud relajada y risueña, al fijarme bien, pude ver que en realidad todo estaba desordenado, los cuadros colgados tenían polvo no de días, de semanas. Y todo eso desentonaba bastante con el Raymond Rickford que yo estaba acostumbrada a ver, siempre limpio y correcto, su casa, por el contrario, era todo un lío de ropa, comida y polvo; por un momento, me permití pensar que tal vez solo tenía el departamento para cuando quería escapar un poco de su fraternidad, aunque realmente no recordaba que él perteneciera a alguna.

—Trabajaremos en el estudio, es la habitación más limpia que hay —dijo de una extraña forma que me fue difícil encontrarle intención alguna.

Sin embargo, él tenía razón, y de verdad agradecía que estuviese limpio, si bien no era una obsesiva de la limpieza, si me gustaba tener todo limpio y en orden. Comencé a ver un poco de su librero, esperando encontrar algo interesante, lográndolo casi enseguida, era un libro escrito en griego, lo tomé y me dirigí hacia el escritorio, donde me sorprendí de ver a Raymond abriendo un archivo, la sorpresa debió alcanzar mi rostro.

La Ilusión de una Verdad |ECAP 1|Where stories live. Discover now