Capítulo 2

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Era cierto. Y como estaba destinado en el campamento Pendleton, a unos kilómetros de su casa, no habría sido un gran inconveniente para él.

El campamento Pendleton. Helena se había sentido tentada un par de veces de ir allí para ver a Dante... por los viejos tiempos. Pero siempre había desistido a última hora.

-No sé -dijo Helena, inclinándose hacia la ventana hasta que se chocó contra el cristal-. Hace más de diez años que no nos vemos. ¿Qué pasa si no tenemos nada de qué hablar? Hay un largo camino de aquí a Oregón.

-¿Desde cuándo tienes tú problemas para entablar conversación? -rió su hermana.

Eso también era cierto. Su padre solía decir que hablaba hasta por los codos.
Pero, por supuesto, los hombres guapos tenían la habilidad de dejarla muda. Además, se trataba de Dante Camacho. Y estaba a punto de volver a tener un ataque de pánico, como cuando era una adolescente. Los recuerdos empezaban a agolparse y tenía un nudo en el estómago.

-Seguro que se le ha olvidado tu manía de perseguirlo.

-¿Qué? -casi gritó Helena -. Yo nunca he perseguido a Dante. Sólo lo observaba desde una prudente distancia.

-Sí, claro -rió Alicia-. Te escondías detrás de todos los árboles del barrio para verlo pasar.

Recordar aquello hacía que, cada vez más, se sintiera como una adolescente angustiada. Entonces estaba locamente enamorada de Dante Camacho. El novio de su hermana.

Desde abajo escuchó unos golpes en la puerta y decidió ponerse en acción.

-Tengo que irme, Ali -dijo Helena, ignorando las protestas de su hermana-. Nos veremos dentro de unos días -añadió, antes de colgar y correr hacia el cuarto de baño. No iba a enfrentarse a Dante Camacho con una sola lentilla. Si iba a seguir adelante con su plan, tendría que empezar con buen pie.

Después de limpiar la segunda lentilla, echó la cabeza hacia atrás. Llevaba una semana practicando y seguía sintiéndose incómoda cada vez que tenía que meterse aquel objeto extraño en el ojo.

Pero se acostumbraría. Tendría que hacerlo. Las enormes gafas eran parte de la antigua Helena.

Y esa chica no iba a la reunión.

-Ya está -dijo, parpadeando furiosamente.

Pero la lentilla no se había colocado en su sitio y le rozaba el párpado. En ese momento, Dante llamó al timbre-. ¡Ay, Dios mío! -murmuró para sí misma. Después de diez años, iba a encontrarse con Dante Camacho con un ojo tapado como un pirata. No tenía tiempo de volver a empezar con la lentilla. Tenía que bajar a abrir.

Mientras bajaba la escalera a toda prisa, iba murmurando maldiciones sin quitarse la mano del ojo, que le escocía y lloriqueaba.

El timbre volvió a sonar, impaciente, y el eco seguía resonando en su cabeza cuando Helena abrió la puerta y se encontró cara a cara con su pasado.

El seguía siendo una imagen borrosa, pero su estómago se encogió. Igual que diez años atrás.

Aquel iba a ser un largo viaje.

-¿Helena?

-Hola -dijo ella con voz estrangulada. De nuevo, volvía a ser la Helena Román tímida y torpe que había sido. Pero ya no lo era. La tímida adolescente se había convertido en un genio de los ordenadores con un negocio propio, se repetía a sí misma-. Entra -consiguió decir por fin. Dante solo había aceptado llevar a Helena a la reunión para hacerle un favor a Alicia, su antigua novia del instituto. Pero la Helena que recordaba no se parecía en absoluto a la mujer que había frente a él.

En sus recuerdos, era una adolescente que se comía las uñas, tímida, un poco gordita y muy irritante. La hermana a la que tenía que soportar cada vez que iba a casa de los Román para ver a Susana. La chica que solía pasar por delante de su casa una docena de veces al día. La que lo seguía como una sombra.

Obviamente, Helena había cambiado.

Tanto, que su sola visión había provocado una repentina llamarada de deseo. Hacía tiempo que no le ocurría aquello y lo sorprendió.

Se había cortado el pelo y los delicados rizos rubios parecían tan suaves que le hubiera gustado alargar la mano para tocarlos. Helena llevaba una sencilla blusa amarilla, falda blanca y sandalias planas. Se había pintado las uñas de los pies de color rosa y se quedó boquiabierto al ver que llevaba un moderno anillo de plata en uno de los dedos.

Un ligero bronceado acentuaba el color rubio de su pelo y el azul de sus ojos. Parecía un anuncio.

A Dante se le hacía la boca agua. Aunque a su cerebro le resultaba difícil creer que aquella criatura tan deseable fuera Helena Román, su cuerpo no parecía hacerse preguntas.

-Estás... guapísima -susurró, observando con sorpresa que ella no se había quitado la mano del ojo.

-Sí. Y tuerta.

-¿Qué te pasa?

-Nada. Son estas malditas lentillas -contestó Helena. Aquello explicaba que no llevara sus horribles gafas de miope. Pero, ¿cuál era la explicación para el resto de la transformación? Era como si un gusano se hubiera convertido en mariposa. Dante no podía dejar de mirarla mientras cerraba la puerta-. ¿Por qué no me esperas en el salón mientras yo subo a colocarme bien la lentilla? Me está destrozando el ojo.

Antes de que él pudiera contestar, Helena empezó a subir las escaleras de dos en dos. Dante la observaba, admirando sus largas piernas y la suave curva de su trasero. Y aquel pensamiento lo sorprendió. ¿El trasero de Helena Román?

→♥←

Aquí el segundo capítulo, espero que les guste ♥ dejen su comentario y la estrellita porfis... Gracias por leer :3

Novio De MentirasWhere stories live. Discover now