Le ofrecí la suya, y noté como se la llevaba a los labios. Tomó un sorbo y lo saboreó antes de tragarselo.

-Pensé que no tomaban café.- dije, extrañada.

-No lo tomamos porque no es necesario, pero su sabor me recuerda viejos tiempos y me agrada.- dijo, mientras aspiraba lentamente el aroma de la taza.

Viejos tiempos. Eso me había recordado una pregunta que había querido hacerle desde el instante en el que supe la verdad sobre él y su familia.

-Cristóbal, no se si suene imprudente, pero ¿Puedes decirme qué edad tienes?-

El hombre dejó de mirar su taza para fijar sus ojos en mi. Su cara era de sorpresa, pero luego se relajó y se limitó a responder.

-Tengo veintidós.-

Esa no era la respuesta que estaba buscando, me imaginaba que respondería un número mucho mayor, casi milenario.

-¿Veintidós? Es muy poco para...-

-Oh, ya se a qué te refieres.- dijo, interrumpiendome. Rió a carcajadas y luego volvió a hablar.- Bueno... La verdad es que... Tengo ciento ochenta y ocho años.-

Esa cifra sí que era impresionante. Era una persona del siglo pasado, por eso es que era tan cortés y usaba ese lenguaje tan extraño. Aún faltaban muchas por hacerle, y la entrevista con el vampiro había empezado.

-Vaya, es increíble. ¿Qué se siente vivir tantos años? ¿Es insoportable?...- Me detuve. Esa clase de preguntas eran algo fuera de lugar. No podía hacerlas porque aún no tenía la suficiente confianza con Cristóbal. Traté de despejar mi mente mientras me servía una nueva taza de café.

El me miraba fijamente, y permanecía inmóvil, casi como una estatua. Estaba observando todos mis movimientos a través de la cocina, y eso me hacía sentir un poco nerviosa. Me senté de nuevo en la silla, porque había formulado una mejor pregunta, una que era relevante.

-¿Cuándo te convertiste en... En vampiro?- por fin había dicho la palabra. Se me hacía difícil pronunciarla, era algo incontrolable.

El hombre se tensó en el asiento. Quizás era una parte de su vida que no quería recordar.

- Fue el día de la Batalla de Independencia. Yo estuve ahí, en la guerra.- me respondió, relajándose y miraqndo de nuevo a su taza de café humeante. Unos escalofríos recorrieron mi espalda, estaba con alguien que había participado en la Guerra de la Independencia de Venezuela, y que ese mismo día había sido el último de su vida humana. Tenía que escuchar el relato completo, erqa demasiado interesante. El vampiro se enderezó y comenzó a hablar.

-Nací en 1799 en Caracas. Desde que era un niño estaban los rumores de guerra en la ciudad. La gente estaba atemorizada, porque los españoles se habían puesto al tanto. Creían que iban a lanzar un ataque sorpresa, pero nunca llegó. A raíz de la muerte de mi padre en un enfrentamiento, me quedé a cargo de mi familia a los doce años. Mi madre y mis dos hermanos estaban indefensos sin mi. Como era el hermano mayor, obtuve la herencia de mi padre, una pequeña fortuna y terrenos heredados de mis abuelos. Tenía diecisiete cuando me enlisté en el ejército de Independencia, y cinco años después la guerra estalló.-

Estaba absorta escuchando la historia de Cristóbal, sentía que estaba en una película de épocas antiguas. Su padre había muerto y siendo tan joven estaba a cargo de una familia completa. El hombre prosiguió.

-Era un escenario sangriento. Personas caían muertas a mis pies, heridas por espadas o rifles. Yo intentaba abrirme paso entre la gente, mientras cortaba y disparaba a diestra y siniestra. Con la experiencia aprendida durante los cinco años de entrenamiento, era bastante hábil en la lucha, pero al parecer no lo fui tanto. Un dolor insoportable cruzó mi espalda. Miré hacia atrás y noté como un soldado del ejército contrario hincaba una espada. La muerte había llegado por fin, y no podía sentirme más honrado por morir en batalla.-

Cristóbal cerró los ojos, y una ligera expresión de dolor surcó su rostro pálido. De repente, unas gotas de sangre salieron de sus ojos, y me quedé completamente paralizada.

-Tranquila, cuando eres un vampiro lloras sangre. Todos hacemos esto.- dijo, sacando un pañito del bolsillo trasero de su pantalón y secando las lágrimas sanguinolentas.

-No... Importa.- dije, tratando de componerme- Continúa, por favor.-

-Está bien.- prosiguió- Ahora mi hermano estaría a cargo de la fortuna de mi familia. No vería a mi hermana conseguir un prometido, casarse y ser feliz. No vería envejecer a mi madre, ni enterrarla como es debido. Todos estos pensamientos pasaban por mi mente mientras era apuñalado. Caí al suelo y el hombre se fue, pensando que había muerto. Pero no era así. Estaba mal herido, pero logré arrastrarme hacia unos árboles, una entrada al bosque. Y ahí fue cuando la vi.-

-¿A quién? ¿A Lucía?- pregunté. Por alguna extraña razón pensé que era Lucía quién lo había convertido.

-No. Lucía no estaba allí, estaba en casa. Era Marianne, la vampiresa que me convirtió.- dijo él, sonriendo. - La que nos convirtió a todos.-

Ahora lo recordaba. Lucía me había dicho que ellos eran hermanos porque habían sido transformados por el mismo vampiro, pero no me había dicho que era una mujer llamada Marianne.

-Por eso son hermanos, Marianne los transformó a todos ustedes.- dije- Pero entonces... ¿Ella los convirtió a todos en épocas distintas?-

Estaba confundida, no sabía como o qué preguntar, pero por suerte Cristóbal comprendió.

-Si te refieres a que Marianne es una vampiresa muy antigua, pues si, tienes razón. Ella es de la Antigua Grecia.-

Estaba impresionada, entonces existían vampiros por otras partes del mundo y tan antiguos como el origen de la humanidad.

-¿Cómo te convirtió Marianne?- pregunté, cada vez estaba más interesada en saber cosas del mundo de los vampiros. Esta era una oportunidad única, pero lo bueno se hace esperar.

Cristóbal vió el reloj y su expresión cambió, eran las cinco de la mañana. 

-Tal ve debas irte a casa, es muy tarde.-

-No, más bien es temprano. - dijo, algo nervioso. Dejó su taza de café en la mesa y se fue a la sala.

No entendía a que se refería con eso de "más bien es temprano". Estaba algo confundida, así que lo seguí, quería saber qué lo tenía tan nervioso.

-¿Qué pasa Cristóbal?- pregunté, mientras veía como se arreglaba rápidamente para salir. tomó su chaqueta, y luego se acercó a mi.

-Luego tendremos tiempo de hablar más. Pero por ahora, debo irme.-

Tomó mis manos entre las suyas, y las presionó suavemente contra su pecho.

-Gracias por escucharme.- dijo, pero pareció como si lo hubiese dicho el aire, pues cuando iba a responder estaba sola en casa.

Sol Durmiente.Where stories live. Discover now