Capítulo 4

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Una vez que estoy fuera del edificio, vuelvo a subirme en el coche de Beatriz, y apoyo la cabeza en el volante, dejando paso libre a mis pensamientos. No voy a ir a mi piso, en el que estará Tom con Úrsula. Tampoco me gusta la idea de quedarme en casa de Bea, ya que supongo que Alejandro y ella pasarán la noche juntos. Y, por supuesto, no pienso dormir otra vez en el piso de Diego. Eso significaría tirar por la borda mi relación con Tristán, aunque después de lo de esta noche, no sé qué va a ser de nosotros.

Enciendo el motor, y me infiltro entre los demás coches de la carretera. Al fin y al cabo, aquí no hay nada que me retenga en estos momentos. La música de la radio envuelve el coche. Una canción triste, acorde con mi estado de ánimo. Así que, mientras las lágrimas recorren mis mejillas, conduzco hasta la casa de Bea. Quizás haya vuelto y al menos podré devolverle su coche. Desafortunadamente, nadie responde cuando llamo al telefonillo de su piso, por lo que imagino que Beatriz aún sigue en la fiesta, así que decido dejarle las llaves en el buzón. Sé que las buscará ahí en cuanto vea que le he dejado el coche aparcado fuera.

Y, sin tener a dónde ir realmente, me dispongo a caminar con los zapatos en la mano y sin rumbo fijo, dejando paso libre a todos mis pensamientos negativos, y hundiéndome en mi propia miseria. No comprendo cómo pueden cambiar tanto las cosas de un momento a otro, y sin anestesia.

De pronto, de la nada comienza a rugir una moto que me sobresalta, y que pasa a toda velocidad por mi lado. Pero mi preocupación aumenta cuando da un giro peligroso en medio de la carretera, y se dirige directamente hacia mí. El corazón me late con fuerza, y siento que me falta el aire. La moto acelera cada vez más, y yo solo puedo cerrar los ojos y esperar a recibir el golpe. Pero, para mi sorpresa, el piloto frena justo delante de mí, y se quita el casco para dejarme ver su cabellera morena y unos hermosos ojos verdes que ya he visto antes.

—¿Qué haces a esta hora, sola, así vestida, y caminando sin zapatos? —pregunta Erick sonriendo de oreja a oreja.

—¡Dios! —Exclamo enfadada a la vez que le tiro uno de mis zapatos que acaba impactando en su pecho—. ¿Sabes el susto que me has dado?

Las piernas aún me tiemblan, y el corazón me va a salir disparado del pecho. Poco a poco, me voy recuperando, y relajo los puños que tenía cerrados tan fuertes que hasta tengo mis propias uñas señaladas en la palma de la mano.

—Sí, se te ve en la cara —responde después de soltar una carcajada—. ¿Quieres que te lleve a algún sitio? —espeta, ofreciéndome un casco.

—La verdad es que no voy a ninguna parte, solo estoy vagando por las calles —admito sinceramente.

—¿Un mal día?

—Los he tenido mejores —contesto, asumiendo el gran vacío que me causa por dentro el estar así con mi Dios de ojos azules.

—Sube —ordena lanzándome el casco que logro coger después de hacer unos cuantos malabares.

—Mi madre no me deja subir a vehículos de desconocidos —bromeo tendiendo la mano para devolverle el casco.

—Vamos —me apresura—. No te preocupes, iré despacio. No me gustaría que le pasara nada ni a tu bebé ni a ti —aclara.

—Nunca he montado en una moto de estas —confieso agachando la cabeza.

—Confía en mí —sentencia sonriendo de nuevo.

—¿Después de esto que acabas de hacer? —reprocho algo asustada todavía por la impresión.

—Lo siento, Carola. Te aseguro que conduciré con cuidado. Ahora sube —insiste.

—¿Y, a dónde vas a llevarme? Ya te he dicho que no tengo a donde ir. Solo quiero dar un paseo, tranquilamente, sin que un loco intente atropellarme con su moto.

Hasta que llegaste tú. Mi Debilidad. (Parte 2/2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora