Sueños húmedos

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  Antes de que pudiese darme cuenta ya estaba hincado de rodillas intentando no atragantarme mientras el agua de la ducha resbalaba por mi piel desnuda. Mientras recibía sus cada vez menos leves embestidas en mi boca, levanté la mirada para divisar a duras penas sus ojos llenos de lujuria, esos ojos que siempre consiguen hacerme perder la cordura.
  Cualquiera diría que lo estoy pasando mal, pero en realidad soy yo el que se arrodilló en medio de la ducha para complacerlo. ¿Cómo iba a evitarlo viendo que tenía eso entre las piernas y sin atención?
  Justo cuando parecía estar en su límite, lo sacó con una infinita paciencia. Antes de que pudiese preguntar por qué lo hizo, pegó sus labios a los míos. O más bien, su lengua. No se separó de mí hasta que la falta de aire lo hizo necesario.
  —Ti-tienes suerte de que la ducha sea amplia, porque no voy a tener piedad. —Me soltó con un tono burlón pero tan excitado que no podía ser solo una broma.
  Acaricié su hombro y me puse de puntillas para lamer sus labios, compensando la diferencia de altura que lo favorecían por sus tres años de ventaja.
  —¿Y a qué esperas...? —Hablé con una voz calmada y seductora para provocarle más.
  Esto va a doler, pensé. Espero poder sentarme tranquilo en menos de una semana.
  Poco tiempo tardó en darme la vuelta y empujar mi torso para inclinarme. Obedecí sin rechistar: apoyé mis brazos en la pared de la ducha y levanté el trasero listo para recibir. Aunque... ¿qué es esto?
  —¿A-ah? —Volteé mi cabeza, desconcertado, y lo vi. Estaba agachado y lamiendo. Sí, lamiendo. —
¿Q-qu...- —Un escalofrío me interrumpió al sentir su lengua recorriendo mi entrada.
  Cuando ya no podía estar más excitado lo sentí: estaba completamente dentro. ¿Cuándo se levantó del suelo? ¿Y cuándo dejó de lamer? ¿Acaso era una técnica para distraerme y que no lo esperase? Porque funcionó a la perfección. Sólo alcancé a soltar un gemido ahogado, más por lo repentino que por el dolor.
  —Sorpresa. —Habló a mi oído con una voz ronca. No lo podía ver en ese momento, aunque juraría que estaba sonriendo de forma salida.
  Soy un pervertido, he de admitirlo, pero palidezco a su lado. Cuando sus manos me tomaron por las caderas para embestirme, de poco me sirvió morderme el labio tratando de contener los gemidos. Apreté los puños y simplemente me dejé llevar conforme aumentaba la velocidad.
  En nada, el dolor se había transformado en placer y cada una de sus penetraciones lograban que me estremeciese. Sus masculinos jadeos en mi oreja lo favorecían, he de añadir. Aunque faltaba algo.
  —¡A-aah! T-tócame ya... —Le ordené con un tono demasiado suplicante como para ser una imposición.
  Una de sus manos alcanzó mi boca y presionó con dos dedos en mi lengua.
  —¿Cómo se piden las cosas, cariño...? —Dijo mientras lamía mi oreja.
  —P-por... favor...- —Rogué con dificultad debido a sus dedos en mi boca, tragándome mi orgullo.
  —Buen chico...
  Sacó los dedos de mi boca y acaricio mi punta. Seguidamente agarró mi miembro y comenzó a masturbarme al ritmo de las embestidas. Hacía rato que no sentía el agua caer sobre nosotros, aunque no era momento de preocuparse por la factura del agua.
  Entonces golpeó de lleno en mi punto más sensible, arrancándome un gemido demasiado afeminado para mi gusto. Y no contribuyó a retractarme de alguna manera que siguiese presionándolo.
  Una última estocada y un gemido grave procedente de él me alertaron de que se había corrido. Una cálida sensación en mi zona baja me lo confirmó.
  —A-anhg... —Pude escucharlo estremecerse.
  —Pr-precoz... —Sonreí de forma burlona pero enternecido de alguna manera y recuperándome un poco.
  Justo cuando pensaba que esa no iba a ser mi noche, retomó las embestidas, algo más lentas.
  —E-espera, ¿q-qué ha-haces...? —Gemí.
  —No pensabas que te dejaría tirado, ¿Verdad? —Volvió a apretar mi miembro y besó mi nuca.
  Tan solo unos segundos bastaron para que manchase la pared en la que me estaba apoyando.
  —E-eres bueno... —Murmuré mientras salía finalmente de mí.
  —Lo soy. —Contestó con un aire de prepotencia sutil.
  Debo admitir que una vez que termino sucumbo ante el cansancio, por lo que no recuerdo muy bien los minutos siguientes. Sin embargo, no podré olvidar el brillo enamorado de esos mismos ojos que minutos antes me miraban lujuriosamente.
  —Duerme bien, afeminado.

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