Capítulo 2.

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Después de decirle esas frías y distantes palabras, cada uno nos fuimos por un lado. Erick era el único que aceptaba y entendía mi comportamiento. La mayoría de los de mi clase solían pasar de ello, lo ignoraban. Recuerdo el primer día, mi primer día en este edificio.

Todos me miraban como a un bicho raro, como si viesen algo malo en mi desde el primer momento. Entré con la tutora en la clase. Todas las miradas se clavaron en mi, por las clase se extendieron susurros, musitos, comentarios quedaron flotando en el aire... Tardé en darme cuenta de que no me miraban a mi, sino que muchas de las miradas se clavaron en mis muñecas. Pasaron las semanas y me enteré de que le habían pedido al profesor de informática mi nombre, para encontrarme en facebook, donde vieron una foto mía con ropa negra y más o menos de estilo emo. En ese tiempo me encantaba ese estilo, era simplemente perfecto. En fin... Automáticamente me metieron en la categoría emo cortavenas.

Por ello me costó mucho más encajar más tarde.

El cielo empezó a nublarse, los rayos de sol en cortos minutos desaparecieron, dejándole paso a la oscuridad. No era como la oscuridad que viene junto a la noche, sino a la que es acompañada con el tiempo.

Mi casa no está lejos del instituto. Con pasos normales a unos quince minutos de distancia. Pasaron pocos segundos más y terminaron, cayendo las primeras gotas de lluvia. Me apresuré para llegar a casa cuanto antes, aunque tampoco me importaba mojarme. Me ayudaba y calmaba pasear bajo la lluvia, sentir como esas pequeñas gotas caen sobre mi.

****

Estaba delante de mi casa, casi apunto de abrir la puerta, pero alguien se me adelantó. Concretamente mi madre. A su lado estaba mi hermana y detrás de ella mi padrastro. Me sorprendí al ver a los tres así de juntos, era como si se preparasen para irse a algún lado. Los ojos de mi madre se abrieron de par en par. En su rostro aparecieron rastros de confusión. Mi hermana pequeña me abrazó con fuerza... Bueno pequeña, tenía trece años, este año cumplía catorce.

—Feliz cumple, hermanita—. Susurró buscándome las cosquillas, encontrándolas en mi cintura. Solté algunas risas, oí como mi madre me preguntó algo, pero no logré escucharla, ya que se puso a hablar al mismo tiempo que lo hizo mi hermana.

—Gracias pequeñaja—. Miré fijamente a mi madre y antes de que ella dijese algo pregunté un soso. —¿Qué?

—¿Cómo es que estás tan temprano en casa? —Repitió la pregunta.

—Terminamos antes—. Me encogí de hombros sin darle más detalles.

—Justo nos íbamos a comprar. ¿Te vienes? —Preguntó el novio de mi madre, mientras que buscaba en el bolsillo de su pantalón las llaves del coche.

—Tengo que estudiar para mañana—. Dije después de asentir con la cabeza, recordando que tenía un examen de historia el día siguiente.

—Vaya, está bien, tú estudia.

—¿Quieres qué te traigamos algo? —Cuestionó Tom, el novio de mi madre. Nada más oír esa pregunta me quedé pensando en si había algo que podían traerme.

—Quizás algunos cereales—. Respondí con una sonrisa.

—Vale, está bien. En una hora estamos de vuelta—. Me aseguró mi madre, dirigiéndose hacia el coche. —Nos vamos ya, que tu hermana tiene mañana examen de mates—. Agregó subiéndose en el coche con mi hermana. Mi padrastro me dedicó una mirada cariñosa y también se dirigió hacie el vehículo.

Yo me despedí de ellos y de manera casi inmediata entré en la casa. Cerré la puerta y me encaminé hacia mi cuarto. Necesitaba desconectar de este día, aunque en muchas ocasiones... Tenía la sensación de que necesitaba desconectar de esta vida. Sacudí la cabeza. Fuera pensamientos tristes, fuera pensamientos suicidas. Dejé mis cosas sobre la cama y fui a la cocina a por algo para picar, algo como una manzana. Saludé a nuestro loro Rubi, quien no dejaba de bailar al ritmo de la música de la televisión y luego volví a mi habitación para estudiar un poco.

Sin Querer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora