Capítulo uno: Eric conoce a la misteriosamente bella Paulina.

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Mae Donovan lleva un año exacto bajo tierra.

Suena probablemente cruel, inhumano y duro. Pero ese era lamentablemente un hecho con el que debía lidiar.

Con un ramo de lirios tras su espalda, Eric camina hacia la tumba de su hermana con la cabeza gacha y la firme seguridad de que se echará a llorar en menos de lo que se espera.

Apenas llega, se apresura a colocar sobre la dura y fría piedra el ramo y en cuanto este toca la superficie de la lápida, las lágrimas comienzan a emerger.

Y es así por dos horas y media. Hasta que él mismo decide romper su silencioso llanto.

—Perdóname, hermanita. Lamento tanto lo que pasó aquel día, lo siento tanto, tanto—Se lameta.— Ojalá puedas perdonarme.

—Tu hermana—Lo sorprende la voz de una chica. Él se gira perplejo.— Comenzaba a preguntarme quién era. ¿Eran cercanos?

—No es algo que te importe—Murmura apenado pasándose una manga del suéter rápidamente por entre el párpado y los pómulos, en un intento de desaparecer lo obvio. Que una extraña lo haya visto en un estado tan vulnerable le causaba cierta incomodidad—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?—Pregunta después, en vista de que la
joven no parecer tener ni vergüenza ni intención alguna de irse.

—Veinte minutos, quizá más.—Lo piensa un poco—Creo que unos veinticinco minutos—Responde más segura.

El silencio vuelve. Él aparta la mirada de la chica y se centra en la foto de su hermana. Quiere volver a llorar, pero no tiene planes de hacerlo frente a una completa extraña, no de nuevo. Se sorbe la nariz y acaricia uno de los lirios.

—Lamento incomodarte—Habla ella de pronto, luciendo ahora un poco penada. Agacha la cabeza y mueve un pie haciendo figuras prácticamente inexistentes sobre la tierra—Estaba por irme y te vi. Quería decirte que lamento tu pérdida—Hace un gesto con su cabeza hacia la tumba—No la conocí, pero apuesto a que era una gran persona.

Él asiente casi inconscientemente.

—La mejor que he conocido—reconoce con una sonrisa entre feliz y triste pasando la vista de la tumba a la joven quien le mira fijamente a los ojos. Fugazmente lo invade una sensación de paz y por alguna razón ya no se siente tan apenado como hacía unos minutos entonces decide continuar la conversación: —Era mi hermana melliza. ¿A quién visitas tú?

—A una vieja amiga—responde con simpleza.

Algo en esa chica le resultó extrañamente familiar.
Se fijó en que hasta ahora, todas sus palabras habían sido pronunciadas con cierta tristeza y amargura.
Pero aquello lo dejo pasar. El sitio en el que se encontraban no era precisamente un lugar para reír a carcajadas.

—También lamento tu pérdida—. Atina a decir él.

No hay mucho que decir cuando alguien pierde a un ser querido. Ni un millón de palabras pueden aliviar el dolor que es perder a alguien a quien amas, lo sabía por experiencia propia.

Después de la muerte de su hermana, ni las palabras de aliento de sus padres y familiares cercanos, ni los textos de ánimo de sus amigos más preciados lograron ayudar en lo absoluto. Aunque apreciaba la intención, por supuesto.

—Gracias—dice ella en voz alta. Alza su cabeza y regala al chico la sonrisa más triste que él haya visto alguna vez en su vida. Extiende su mano hacia él—. Mi nombre es Paulina.

Él acepta el saludo.

—Eric.

Ese fue el día en que Eric conoció a la triste y misteriosamente bella Paulina.

Eric y Paulina [temporalmente pausada]Where stories live. Discover now