Espantada, se forzó a sí misma a levantar las mantas que la cubrían, sintió como poco a poco su cuerpo reaccionaba a las ordenes de su mente. Con debilidad y mucho miedo, llamó a su madre varias veces. Cuando no recibió respuesta, el primer pensamiento que inundo su mente fue había sucedido una tragedia. Armándose de valor y fuerza, salió de la cama y tomó el viejo bate de béisbol que su hermano había dejado en su cuarto. Camino por el pasillo y llamó otra vez a su madre. Nadie respondió.

El silencio le daba escalofríos, porque estaba segura de que nunca nadie había estado tan quieto en aquella casa. Temblando, conforme se acercaba a las gradas, llamó a cada miembro de su familia. Al no recibir respuesta, bajo las escaleras con cautela.

Para su sorpresa, una voz aguda le susurró en la mente un quedo «No bajes», seguido de otra vocecilla, más angustiosa y suplicante con un «¡Corre!». Alice hizo caso omiso de ambas voces, ignorándolas como si fueran mosquitos.

Cuando su pie tocó la última grada, ésta rechinó como solo lo hace la madera vieja y destruida por la humedad de los años. El sonido asustó a Alice, quien tropezó, cayendo al suelo y soltando un pequeño grito que al instante fue acallado por una enorme mano, cubierta en un guante negro, que cubrió su boca.

Todo el cuerpo se le paralizó. Cuando aquel desconocido levantó su cuerpo del piso, apretando el cuerpo contra su espalda. Alice se sintió como una muñeca de trapo sin posibilidad alguna. El hombre sin rostro respiraba en su oído con deseo y lujuria, pasando un dedo enguantado sobre su mejilla mientras apretaba un afilado cuchillo en su garganta.

Desconcertada en un principio no sintió que el cuchillo estaba húmedo y cálido; pero cuando un terrible olor a putrefacción penetró en su nariz, varias lágrimas recorrieron su mejilla. En un acto de puro instinto, se aferró al bate que sostenía golpeando al extraño en la rodilla.

Cuando fue liberada, cayó y se arrastró en el piso, entretanto el desconocido gemía de dolor. En el momento en que sus piernas respondieron, Alice se levantó del suelo y corrió desesperada hacía la sala de la casa, llamando a sus padres y hermanos. Nerviosa, ciega por la oscuridad y sin posibilidad alguna para encender la luz eléctrica, tropezó otra vez con algún objeto de forma redonda.

Súbitamente un rayo de luz iluminó todo el lugar y Alice soltó un grito desesperado por la sangre que cubría sus manos y la terrible imagen de la cabeza cercenada de su madre a sus pies. La desesperación y congoja la llevaron a cerrar los ojos con la esperanza de que todo fuera una pesadilla.

El sonido del viento causó que abriera sus ojos y para su sorpresa se encontró una vez más en la misma habitación blanca de siempre. Parpadeo varias veces, asimilando la luz a su alrededor. No había nada en aquel lugar, tan solo un foco parpadeante que le aturdía. Pasado unos minutos, una vez que se relajó, intentó levantarse de la silla donde estaba sentada, pero sus muñecas y tobillos se encontraban atados a cada extremo de ésta.

La impaciencia por liberarse, causó que se moviera en la silla de un lado a otro, gritando y llamando a su madre. Para su horror, el desconocido vestido de negro, cuyo rostro no podía vislumbrar, volvió a aparecer; tapando su boca y acallando sus gritos. Alice pataleó e intentó mover su cuerpo cuando el extraño la arrastró de los cabellos causando que la silla perdiera el equilibrio y cayera golpeando su cabeza.

Casi al borde de la inconsciencia, Alice notó como de todas las paredes blancas que la rodeaban comenzó a brotar un líquido espeso de color rojo. Poco a poco la sangre inundó la habitación amenazando con ahogarla. Aún así, Alice levantó una mano aferrándose a la vida antes de que la sangre cubriera por completo su cuerpo.

Antes de morir, soltó un quejido afligido.

Entreabrió los ojos y una luz intensa la dejó ciega. Una mano blanca le sostuvo la frente, y varias figuras sin forma le sujetaron las manos y piernas, tratando de calmar los espasmos dolorosos que recorrían su cuerpo como agujas.

Clamó de dolor y comenzó a luchar contra sus misteriosos captores en un acto de supervivencia. Inadvertidamente sintió un fuerte piquete en su brazo derecho, perdiendo la fuerza en el cuerpo a la par que su visión mejoraba y pudo ver con claridad como una de las figuras borrosas comenzaba a tener forma. Era un hombre vestido de blanco que usaba anteojos y le susurraba para reconfortarla.

—Todo esta bien —le aseguró—, todo estará bien… —le sonrió y la llamó por su nombre, diciéndole cosas que no comprendía del todo. ¿Estaba despierta o dormida?

«Alice, bienvenida eres a la realidad»

Dulces Sueños AliceΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα