7. Enfermo y cuidado

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—Déjeme acompañarlo a su habitación, debe descansar, se ve realmente mal.

Ya no opuse resistencia, en realidad me sentía mal y no tenía fuerzas. Me acompañó hasta mi cuarto. Saqué ropas limpias de mi armario y me dirigí al baño a cambiarme, me puse un buzo y una camiseta de algodón. Cuando regresé a la habitación me dirigí a la cama, me recosté y luego sentí que ella me arropaba. Eso fue... extraño, bizarro... pero en algún punto se sintió muy... bien...

—Le prepararé un té y se lo traeré con los medicamentos que debe tomar.

Oí sus pasos saliendo de la habitación y me pregunté en qué extraña situación estaba inmiscuido. Nunca había intercambiado ni una sola conversación personal con ningún alumno, de hecho con ninguna persona que no fuera mamama o las monjitas. No tenía amigos ni personas cercanas, nadie había ingresado a mi departamento jamás, salvo mamama y la señora de la limpieza. Y ahora me encontraba aquí, siendo «cuidado» por una alumna, por mi asistente. De verdad no la quería molestar y aunque en un principio por vergüenza e incomodidad quise que se marchara, me gustaba la sensación de no estar solo, me gustaba su presencia.

—Aquí tiene profesor, está un poco caliente —me aviso cuando colocó con cuidado la taza en mis manos. La única que solía cuidarme de esa forma era mamama. Su tono de voz denotaba preocupación.

—Señorita Vargas, de verdad esta es una situación por demás extraña e inusual en mi vida. No quiero que piense algo equivocado de mi persona...

—No se preocupe profesor, yo estoy aquí porque me preocupa su salud. Entiendo lo que quiere decir, pero eso en ningún momento pasó por mi cabeza.

Por un momento pensé que quizás ella podría pensar que fragüé todo aquello para traerla conmigo al departamento o que terminara en mi cama, pero eso no era así y quería aclarar cualquier malentendido.

—Puede irse cuando lo desee —murmuré de nuevo.

—¿Le molesta que esté aquí? —me preguntó—. Sé que es un hombre bastante... misterioso o ensimismado... pero, yo... la verdad es que siempre he cuidado de mi padre cuando se encuentra así. Pienso que los hombres son un poco torpes cuando se enferman... De verdad no es molestia profesor... y no se preocupe, esto quedará aquí... Puedo ser muy discreta.

—Bien... solo no quiero ser una carga, no estoy acostumbrado a depender de nadie... puedo cuidarme solo... aunque, de alguna extraña manera me agrada su presencia —admití y luego de aquello se creó un extraño silencio.

Un rato después y cuando el medicamento empezó a surtir efecto en mí, Vargas anunció su partida. Se despidió colocando su mano en mi cabeza, en un gesto que parecía querer controlar la temperatura de mi piel.

—No tiene fiebre, creo que ya le ha regresado el color al rostro y me parece que debe descansar profesor. Vendré mañana en la mañana si lo desea.

—Es sábado, no es necesario.

—No tengo nada que hacer. Me pasaré a ver como se encuentra.

—Gracias Señorita Vargas —dije buscando el tono más sincero para expresar mi agradecimiento.

—De nada profesor.

Cuando oí la puerta cerrarse sonreí, algo me hacía sentir bien a pesar de estar físicamente mal. Quizás era la idea de sentirme cuidado, de sentir que alguien se preocupaba por mí. Siempre pensé que fuera de mi pequeño círculo de seres queridos, a nadie le importaría si yo dejara de existir de un día para el otro. El mundo siempre había sido un lugar frío para mí, un sitio en el cual yo no era nada para nadie, solo estorbo, molestia. Aquello cambió cuando las hermanas me enseñaron un mundo lleno de amor, lleno de calor, lleno de cariño. Aun así me predispuse a creer que eso solo sucedía dentro de aquel convento, después de todo era obvio que ellas debían ser y actuar como lo hacían, ya que era lo que Dios les pedía que hicieran, lo que él esperaba de ellas. Pero nadie se interesaba por mí de forma sencilla y desinteresada, simplemente porque yo fuera importante, salvo mamama.

Como profesor de literatura amaba los libros, y muy a pesar de lo que mis alumnos creían, adoraba las historias de amor, porque ni la ciencia ficción, ni el terror, ni el misterio... ningún género me hablaba de algo tan irreal para mí, de algo que parecía tan increíblemente hermoso. Me era algo completamente ilógico pensar que alguien significara tanto para mí o que yo significara tanto para alguien como para amarla más que a la vida misma, como para sentirme «enamorado». Además mi desconfianza era tan grande que era seguro que nunca podría entregarme a nadie, porque simplemente no era capaz de confiar y mucho menos de pensar que alguna persona pudiera fijarse en mi sin ningún otro motivo más que anhelar mi amor por sí mismo.

En los años que llevo enseñando he conocido a muchas jovencitas que han intentado acercarse a mí utilizando palabras y estrategias cuyo objetivo era claramente seducirme. Quizás por una buena nota o por el simple hecho de involucrarse con un profesor. Fuera lo que fuera nunca le había dejado a nadie avanzar y mucho menos utilizarme de esa forma. Me había prometido hace ya muchos años, nadie volvería a lastimarme, nadie volvería a burlarse de mi ni a jugar conmigo.

Entre pensamientos y cavilaciones y aun con el aroma a manzanas de la Señorita Vargas, me quedé dormido. Cuando desperté por una fuerte urgencia de correr al baño era aun de madrugada según el reloj de mi celular que me decía la hora. Volví a la cama y me recosté de nuevo. Pensé en aquel momento en el que me subí al auto, ella se acercó a colocarme el cinturón y se quedó allí muy cerca, su aroma se colaba por mi nariz su respiración se mezclaba con la mía y aunque me sentía mal no quería que ese momento terminara. Me pregunto qué la detuvo allí.

Me giré intentando volver a dormir, mis pensamientos se enfocaban en su voz, en su aroma, en la sensación que me generaba su presencia y eso... eso no estaba bien... Me encontré deseando que amaneciera para que volviera por aquí... eso definitivamente no estaba bien.

 eso definitivamente no estaba bien

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Con los ojos del alma ©Where stories live. Discover now