Capítulo 23

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Corre.

Corre.

Corre.

Mierda, gente. ¡Esquívalos o acabarás por comértelos del golpe que les pegarás!

Mejor cierra la boca.

Sigue corriendo.

Corre, joder, corre.

Me escabullí entre dos alumnos de primer curso a los que les pasaba una cabeza y media, cosa que maldije al darme cuenta de que no podía pasar desapercibido a su alrededor.

Estúpida altura la mía.

Mamá se podría haber casado con alguien más bajo y así los genes hubieran podido contribuir un poco más en esto de ser bajito, entonces el aire chocaría menos contra mí y podría correr más rápido.

Estúpido aire.

-¡Styles! –mierda, no, no, no.

¿Por qué siempre tenía que acabar así? Corriendo. Corriendo como alma siendo perseguida por el diablo en busca de una escapatoria, un pequeño rincón donde camuflarme, algún agujero en el cual esconderme. ¿Por qué? ¿Por qué yo, y no otro? ¿Por qué, de los 600 alumnos del instituto, tenía que ser yo el maldito juguete de todos ellos?

Ah, espera. Porque era gay.

Estúpida gente.

Y para el colmo, Louis no había respondido a los mensajes que le envié durante mi estancia en el baño después de ser expulsado de la clase de matemáticas, ya que estaba estudiando en su perfecta universidad de su perfecto pueblo, siendo el maldito chico perfecto adorado por todos los perfectos alumnos que formaban un perfecto grupo de perfectos admiradores y perfectos amigos de perfecto físico.

Tengo miedo, me matarán cuando salga de ahí.” “Ayúdame… ven…” “Estoy asustado.

Nada, ni una triste respuesta.

Estúpida perfección.

Ahora que lo pensaba, hablando de perfección, ¿dónde se había metido Perrie? Siempre que alguien quería matarme, ella desaparecía.

Estúpida soledad.

A todo esto y después de haber maldecido a cualquier alma inocente que se cruzaba por mi camino, llegué al exterior siendo acompañado de adorables insultos. Nótese la ironía.

Escuché a Max y a sus amigos correr por detrás de mí, gritándome para que me detuviera. ¿Se pensaban que era idiota o qué?

Aferré mi mochila con fuerza entre mis brazos para que no se cayera mientras yo prácticamente volaba por la calle, esquivando con una agilidad jamás conocida en mí a las personas que caminaban de vuelta a casa.

-¡Quédate quieto, maricón!

En eso estaba yo pensando, en quedarme parado en medio de la calle para que me dieran la paliza del siglo. Si eso me podría una manzana en la boca y les suplicaría que me mataran y luego me cocinaran al horno y me devoraran.

Lo habrían hecho si se lo hubiera pedido.

Comencé a correr por la calle del instituto, por delante del aparcamiento de los coches y motos de los estudiantes privilegiados que se habían sacado el carnet de conducir. Éstos no se lo pensaron dos veces en mirarme cual bicho raro e ignorarme segundos después.

Gracias por ayudarme, idiotas –pensé-. Podéis morir, que no os echaré de menos.

-¡Te voy a matar, gay de mierda! –me gritaron por detrás.

East Of Heaven ~ Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora