Capítulo 3

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-Narra Willy-

Aunque me costó más de lo planeado encontrar el aula de clase, no me me arrepentí ni por un sólo segundo de haber rechazado la ayuda que Samuel me ofreció. Prefería llegar tarde a clase que aceptar cualquier cosa que viniera de él. Además, pese a que me resultó difícil, llegué con el mínimo de retraso. Comprobé con admiración que las clases eran muy amplias, con los pupitres distribuidos de forma piramidal, cada fila en distintas alturas. El profesor se colocaba frente a una gran pizarra, de dimensiones el doble de grandes que las del instituto. Me senté detrás del todo en uno de los pocos pupitres que quedaban libres y esparcí sobre la mesa todo el material que tenía preparado. Me decepcionó darme cuenta de que mi primera clase no fue como la había imaginado. En mi idílica imaginación, durante mi primera clase estaría atento a cada palabra que pronunciara el profesor, entendería todo lo que dijera y tomaría miles de apuntes para facilitar el estudio posterior, además no tendría miedo de agitar el brazo si me veía en la necesidad de consultarle alguna duda. Pero me equivocaba. Fui incapaz de concentrarme en lo que decía el profesor, que debía rondar los cincuenta años, era calvo y tenía el timbre de voz más soporífero que había oído en toda mi vida. Sin embargo, no fue su voz somnífero lo que evitó que me concentrara, sino que no podía dejar de pensar en mi nuevo compañero de habitación.

Mi cuaderno de notas fue el mayor testigo de mi insólito trastorno de déficit de atención. Las primeras líneas de apuntes que anoté, eran impecables, extensas definiciones sobre distintas clases de balances (de riesgos, generales, comerciales..), mas esos impecables apuntes fueron degenerando hasta convertirse en un oasis de ridículos garabatos, bosquejos de personajes con expresión furiosa, que literalmente expulsaban humo por las orejas.

Y mi distracción no terminó ahí.

La primera clase fue también el comienzo de una cadena de fracasos. Asistí a todas las que figuraban en el horario: Economía General, introducción a los negocios, lenguaje, contabilidad financiera.. etc; TODAS. Y en todas me sucedía lo mismo. Empezaba bien, motivado, ansioso por aprender, sediento de conocimientos.. pero cuando llegaba al cuarto de hora en clase, mi mente se extraviaba en un viaje directo hacia el pasado, recordaba que tenía que compartir habitación con Samuel y terminaba desconcentrado e iracundo. Evidentemente, y por mucho que me doliera admitirlo, mi rencor hacia aquel hombre era, sin lugar a dudas, superior a mis ganas de estudiar. Lo peor es que el hecho de que ese rencor hacia él me impidiera llevar a cabo mis objetivos, solamente aumentaba dicho rencor, convirtiéndolo todo en un círculo vicioso de aversión y desprecio.

Terminé las clases saturado de tanto Samuel y desprovisto de economía, falto de conocimiento.

Atravesé los jardines universitarios de camino a las residencias. Iba pisando el césped recientemente humedecido por los aspersores, pese a la presencia de un caminito de piedras precisamente planeado para evitar eso. A nadie le importaba, todos pasaban su tiempo libre (e incluso el tiempo de clase) sentados en grupo en el césped. El jardín rodeaba casi por completo el recinto universitario, la parte trasera era donde crecía más vegetación, y la única zona vallada. Pasé por ahí, estaba justo detrás del edificio, y era sin dudas el lugar más bonito de la universidad. Varios robles embellecían la zona, alzados como majestuosos ancianos de madera, más antiguos que la propia universidad. En un rincón específico del césped se amontonaban diferentes tipos de flores, un estallido de colores demasiado agradables a la vista para lo distintos que eran entre ellos. Debían haber sido plantadas por los alumnos del curso de jardinería y paisajismo, recordaba haber leído algo semejante en el tablón de anuncios de la recepción. Reconocí el rojo característico de las amapolas, las orquídeas violetas, varias gardenias de diferentes tonos y unas flores moradas que no supe identificar. Mi madre idolatraba las flores desde siempre, nuestro salón parecía un jardín botánico, así que estaba algo puesto en el tema. Había también una pequeña zona apartada, la de los homenajeados, donde se plantaba un árbol por cada alumno o profesor fallecido por causas que no fueran naturales. Los árboles homenaje eran de distintas alturas, pero todos tenían en común que eran mucho más pequeños que los del resto de la universidad. Tras el fallecimiento, todos los alumnos y la docencia se reunían en aquel césped, el decano leía un discurso sobre la lamentable pérdida y se plantaba el árbol, ya ligeramente crecido, junto con una inscripción en la que figuraba el nombre de cada fallecido, junto con su fecha de nacimiento y muerte.

Fantasmas lejanos - Fic WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora