14. PALABRAS A OSCURAS

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—¿Ha visto al hombre regordete con cara de ciruela pasa que se reunió con su madre esta tarde?

Se me hizo un nudo en la garganta al recordarlo: yo había estado leyendo en el columpio de la entrada los poemas de sor Juana Inés de la Cruz cuando éste llegó preguntando por mi madrastra.

—Sí, sí... un tal... Leodegario de Vega: por su acento me figuro que era peninsular.

—¡Sí, según pude oír mientras limpiaba las ventanas del despacho, hace dos semanas que vino de España! ¡Es un médico, señorita, y trabaja en un hospital donde encierran a los locos!

—¡Como el hospital psiquiátrico Charenton en París! —exclamé con los ojos brotados—. ¡Mi preceptora, Lady Charlotte, alguna vez me platicó sobre él! ¡Es un sitio horrible, Lupita, ahí encierran a los locos y los torturan crédulos de que así los sanarán: a todos los supuestos enfermos los golpean con palos en la cabeza, luego los sumergen por minutos en bañeras con agua muy helada y los tienen aislados del mundo: los hacen sufrir! ¡No sabía que en Guanajuato hubiese un hospital semejante!

—Creo que el doctor habló sobre un hospital que está en la capital de la Nueva España —me corrigió Lupita.

—¿En la ciudad de México?

—Tal parece.

—¿Y qué tiene que ver ese tal Leodegario de Vega en todo esto? —quise saber.

—¡Doña Catalina le ha pedido que la oriente en todo lo concerniente a los trámites para su ingreso a ante dicho hospital! Ante el doctor de Vega doña Catalina se mostró desconsolada: se hizo pasar por una madre sufriente que no podía soportar ser testigo de cómo usted, Anabella, cada día se deteriora más en su salud mental.

—¡Además de hipócrita es una mentirosa! —apreté los dientes—. ¡Así que quiere encerrarme en un hospital de esos! —me horroricé.

—Además debe de tener cuidado, puesto que ahora la despreciable de Elvira se ha convertido en sus ojos y sus oídos: doña Catalina la ha encomendado para que la vigile y la informe de todos sus movimientos: esto último lo escuchó Enrique. ¿Por qué su madre querría internarla en un hospital para locos, Anabella, si usted no está loca?

—¡Porque sabe que yo le sugiero un peligro en esta casa! ¡Porque es consciente de que yo sé cosas que ella no le conviene que sepa!¡Porque sabe que sacándome de aquí es la única forma que tendrá para apoderarse de la voluntad de toda la familia!

—¿Entonces ya no quiere casarla con el conde de Lisboa?

—Lo de casarme con Luis César es su primera alternativa: estoy segura que me ha visto renuente al matrimonio, y dado que no tiene la entera certeza de si podrá o no conseguir obligarme a casarme con él, ahora está ideando una segunda posibilidad para excluirme de la familia: tildándome de loca, de esa manera me estaría incapacitando para recibir la herencia de mi padre.

—Pero ¿por qué doña Catalina se preocupa tanto por la herencia? Actúa como si don Humberto estuviera pronto a morir, cosa que no es posible...

—¡Por supuesto que es posible, Lupita! —dije más mortificada que antes: ella no sabía que mi madrastra había intentado asesinarlo—. Debo de pensar en frío, Lupita: lo primero que madre hará es tratar de dejarme en evidencia ante todos, hacerle creer a la gente que tengo extraños comportamientos. ¡Por eso debo de saber cómo actuar de ahora en adelante! Antes de internarme seguro que tendrán que estudiarme, sin embargo, aun si demuestro que estoy bien de la cabeza, seguiré estando en peligro: creerán que mis comportamientos se deben a que... estoy embrujada, y entonces no será en un hospital para locos donde me encierren, sino en los calabozos de la Santa Inquisición. ¡Ay de mí!

LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora